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La guerra, la paz y el absurdo: ¡Deben estar tomándonos el pelo!

Tom Engelhardt/TomDispatch

Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García

Aventuras en un mundo –estadounidense– de frustración

Hace poco tiempo, mientras ordenaba una pila de libros infantiles, me encontré con un volumen, That Makes Me Mad! (Eso me vuelve loca), que me trajo muchos recuerdos. Escrito por Steve Kroll, un amigo fallecido hace unos cuantos años, contaba las siempre frustrante aventuras cotidianas de Nina, una niña en cuya vida se topaba cada día con el obstáculo de algún lugar común; llegada a ese punto, ella siempre decía… bueno, ¡podéis adivinarlo con el título! De pronto me sentí inundado de vívidos recuerdos de otros tiempos; de mis padres y de mi hija (que ahora lee libros como aquellos a su propio hijo) sentada a mi lado cuando tenía cinco años y repetía esas mismas palabras con tan viva voz que yo me daba cuenta de que ella estaba expresando las frustraciones de su vida, aquello que la volvía loca.

Treinta años después, en un Estados Unidos casi inimaginable, cuando cogí ese libro de repente me di cuenta de que cada vez que sigo las noticias online, por la televisión o –perdonadme por esto, pero tengo 72 años y continúo atrapado en el pasado– la prensa escrita, tengo un impulso similar al de Nina. Solo que la frase a la que accedo es otra de Steve Kroll, la que dice “¡Deben estar tomándonos el pelo!”.

A continuación os muestro algunos ejemplos recientes extraídos del mundo de guerra y paz al estilo estadounidense. Pensadlos como ilustraciones seleccionadas al azar en una época trumpiana en la que todo lo que pasa es una muestra de este mundo absurdo y viene perfectamente a cuento. Si estáis de humor, sentíos libres de gritar conmigo esa frase mientras avanzamos.

El planeta nuclearizado

Estoy seguro de que os acordáis de Barack Obama, el tipo que entró en la Oficina Oval prometiendo trabajar por un “mundo libre de la amenaza nuclear”. Ya sabéis, el presidente que en 2009 viajó a Praga para decir conmovido: “Entonces, hoy dejo sentado rotundamente y con convicción el compromiso que Estados Unidos asume en la búsqueda de la paz y la seguridad en un mundo sin armas nucleares… Acabando con la mentalidad de la Guerra Fría, reduciremos el papel de las armas nucleares en nuestra estrategia de seguridad nacional y exhortaremos a otros países para que hagan lo mismo”. Ese mismo año, él recibió el Nobel de la paz, en gran medida por lo que aún estaba por hacer, particularmente en lo atinente a las armas nucleares. Por supuesto, ¡todo eso era algo muy de la época!

Después de casi dos periodos en la Oficina Oval, nuestro presidente de la paz, el único en la historia que llamó a la “abolición” del arma nuclear –y cuya administración retiró menos armas de nuestro arsenal nuclear que cualquiera otra una vez acabada la Guerra Fría– ahora está presidiendo las primeras etapas de un programa de modernización de un billón (ha leído bien, un billón, es decir, un 1 seguido de 12 ceros) de ese mismo arsenal (por supuesto, esa etiqueta con el precio de un billón de dólares llega antes de que empiecen los inevitables sobreprecios). El programa incluye un importante trabajo de diseño y puesta a punto de armas nucleares “guiadas de precisión” en las que se incluye la opción de moderar la capacidad de destrucción de esos ingenios. Este tipo de armas tiene la potencialidad de llevar la guerra nuclear al campo de batalla como primera opción, algo de lo que Estados Unidos se jacta de ser un pionero.

Esto me lleva a una historia en la portada del NewYork Times el pasado 6 de septiembre que me llamó la atención. Esta historia es como el glaseado del pastel nuclear de Obama. Su titular era: “Es improbable que Obama vote en contra del primer uso de las armas nucleares”. Admitámoslo; si lo hiciera, ese voto podría ser revertido por cualquier futuro presidente. Aun así, todo indica que existiría el temor de que la promesa de no iniciar una guerra nuclear “debilitaría a los aliados y envalentonaría a Rusia y China… en un tiempo en que Rusia está realizando prácticas de bombardeo en Europa y China está ampliando su influencia y poderío en el mar Meridional de China”, el presidente se está volviendo atrás en la intención dar semejante voto. Traduciendo: el único país que ha utilizado alguna vez ese tipo de armas pasará a la historia por estar preparado y con la necesaria voluntad para volver a hacerlo sin que medie ninguna provocación nuclear y hacer creer –hoy al menos eso creen en Washington– que eso daría lugar a un mundo más seguro.

¡Deben estar tomándonos el pelo!

El antiguo bombardeo de siempre

Recordad que en octubre de 2001, cuando la administración Bush lanzó su invasión de Afganistán, Estados Unidos no estaba bombardeando ningún país mayoritariamente islámico. De hecho, ningún otro país en el mundo. Afganistán fue “liberado” rápidamente; el Talibán, aplastado; y al-Qaeda, obligado a huir. Así eran las cosas, o así lo parecían entonces.

El pasado 8 de septiembre, casi 15 años más tarde, el Washington Post informó de que en un solo fin de semana y un “trajín” de actividad, la fuerza aérea de Estados Unidos había arrojado bombas o disparado misiles contra seis país mayoritariamente musulmanes: Irak, Siria, Afganistán, Libia, Yemen y Somalia (podrían haber sido siete si ese día la CIA no hubiese estado descansando de sus ataques con drones en las zonas fronterizas del Pakistán tribal, tan castigadas durante estos años). En la misma onda, el presidente que juró que pondría fin a la guerra en Irak y, que cuando deje su cargo, hará lo mismo en Afganistán, está ahora supervisando una campaña estadounidense de bombardeos en Irak y Siria en la que está lanzando cerca de 25.000 artificios explosivos por año. Recientemente, solo para facilitar la prolongación de la guerra más larga de nuestra historia, el presidente que anunció que en 2014 este país había finalizado su “misión de combate”, ha desplegado una vez más soldados de Estados Unidos en son de lucha y hecho lo mismo con la fuerza aérea estadounidense. Para ello, los B-52 (la infamia de Vietnam), después de una década en reserva, tuvieron que volver a despegar, lo mismo que en Irak y Siria. En el Pentágono, los militares con mando están hablando ahora que la guerra “generacional” de Afganistán puede continuar hasta bien entrados los años veinte del presente siglo.

Mientras tanto, el presidente Obama ha contribuido personalmente a la creación de una nueva forma de guerra que no será un exclusividad estadounidense durante mucho tiempo. Esta novedad implica la utilización de drones equipados con misiles, un arma de tecnología punta que promete un mundo de conflictos sin bajas (para las fuerzas armadas de EEUU y la CIA), y que resultará en una maquinaria de asesinato global permanente para deshacerse de todo jefe terrorista, “teniente” o “militante”. Muy lejos de las zonas oficiales de guerra de Estados Unidos, los drones estadounidenses cruzan diariamente distintas fronteras, sin respeto alguno por la soberanía en todo el Gran Oriente Medio y partes de África, para asesinar a cualquiera que por decisión del presidente y sus colegas deba morir, sea ciudadano estadounidense o no (además, por supuesto, de quienes tengan la mala suerte de andar por ahí). Con sus “listas de asesinatos” elaboradas en la Casa Blanca y sus encuentros del “martes del terror”, el programa de drones –que promete operaciones “quirúrgicas” de caza y muerte– ha borrado la línea que separaba la guerra de la paz, según se iba normalizando en estos años. El presidente ya no solo es el comandante en jefe sino el asesino en jefe, un papel que es muy improbable que rechace ningún futuro presidente. El asesinato, obviamente una acción fuera de la ley, se ha convertido en el centro y el alma del estilo de vida en Washington y una forma de guerra que solo servirá para ampliar aún más la inseguridad mundial.

¡Deben estar tomándonos el pelo!

La muy aceitada maquinaria de la guerra privatizada

Ya que hablamos de ellos, tal como informó el New York Times el 5 de septiembre, el programa de drones de Estados Unidos tiene un problema: la falta de pilotos-operadores. En estos años, el programa se ha desarrollado tan rápidamente que la presión vivida por los pilotos y el resto del personal no ha hecho más que crecer. Entre las consecuencias está el estrés postraumático ocasionado por el hecho de matar a civiles que están a miles de kilómetros desde la pantalla de un ordenador. Como resultado de ello, la fuerza aérea ha estado perdiendo pilotos velozmente. Afortunadamente, ha aparecido una solución en el horizonte. Este servicio ha comenzado a solucionar su falta de pilotos según lo marcado por el resto de las fuerzas armadas en los últimos años: el recurso a los contratistas privados. Sin embargo, a estos pilotos y demás personas, las empresas contratistas del pagan mejores salarios, es decir, resultan más caros. A su vez, los contratistas han estado dando empleo al único personal disponible, aquellos que han sido adiestrados por… sí, el lector ha adivinado, por la fuerza aérea. Esto puede resultar en una escasez todavía mayor de pilotos-operadores de drones de la fuerza aérea deseosos de cobrar más por un trabajo deprimente y… bueno, es fácil darse cuenta de cómo funciona la muy aceitada maquinaria de la guerra privatizada y de quién acabará pagando el sobreprecio.

¡Deben estar tomándonos el pelo!

Vender armas como si el futuro no existiera

En un informe reciente del Centro de Política Internacional, el experto en armas William Hartung brinda unos asombrosos guarismos acerca de la venta de armas de Estados Unidos a Arabia Saudí. “Desde que asumió en enero de 2009”, escribió, “en 42 acuerdos distintos, la administración Obama ha prometido armas a Arabia Saudí por un valor de 115.000 millones de dólares, o sea, más de lo que cualquier otra administración estadounidense en toda la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudí. La mayor parte de este equipo aún debe ser entregado y podría atar a Estados Unidos con las fuerzas armadas saudíes durante los años venideros”. Pensemos un minuto en esto: 115.000 millones de dólares por algo que va desde armas personales hasta tanques, aviones de combate, bombas de racimo y misiles aire-tierra (un armamento que en este momento es utilizado para asesinar a civiles en el vecino Yemen).

Por supuesto, de no ser Estados Unidos qué otro país podría mantener su cuasi monopolio del comercio mundial de armas y asegurar que sus dos conjuntos de productos –las películas de Hollywood y el armamento– dominen el mundo de los negocios de cosas que hacen boom de la noche a la mañana? Se trata de un récord del que hay que enorgullecerse, sobre todo porque –obviamente– poner en manos de los saudíes las armas más avanzadas imaginables ayudará a traer la paz a una región tan revuelta del planeta (y si armamos a los saudíes, lo mejor es no quedarnos atrás con los israelíes; de ahí los pasmosos 38.000 millones de dólares de ayuda militar que la administración Obama acaba de firmar para los próximos 10 años, la mayor ofrecida nunca por Washington a cualquier país asegurando así que las armas estarán volando –literal y metáforicamente– en los años próximos).

Ciertamente, benditos sean los hacedores de la paz; por supuesto, ya sabéis que cuando digo “peacemaker” estoy hablando del revolver Colt* que “ganó el Oeste” para Estados Unidos.

Digámoslo de otra manera…

¡Deben estar tomándonos el pelo!

La carrera de los generales

Quiero decir, ¿quién está en la mayor lista de generales y almirantes retirados? ¿Se sorprendería usted si supiera que en ellas hay por lo menos 196 comandantes retirados flotando por ahí con su paracaídas dorado y que muchos de ellos indudablemente continúan incrustados en el complejo militar-industrial, en consejos de administración corporativos y cosas por el estilo, entusiasmados por haberse enganchado en la campaña presidencial, tanto la de Trump como la de Clinton? Trump fue el primero haciendo publica una “carta abierta” firmada por 88 generales y almirantes que estaban poniéndose de pie valientemente para revertir el “vaciamiento de nuestras fuerzas armadas” y para “reforzar nuestras fronteras, derrotar a nuestros supremacistas enemigos islámicos, y restaurar la ley y el orden en el ámbito nacional” (en parte, la traducción sería: volcad aún más dinero en las fuerzas armadas, tal como Donald prometió que hará). Los militares incluían nombres tan conocidos como el general Joe Arbuckle, el contralmirante James H. Flatley III y el brigadier general Mark D. Scraba… o, ¡sí!, y el de un tipo que el lector quizá recuerde: el teniente general William “Jerry” Boykin, el cruzado evangelista que fue noticia en 2003 cuando dijo de un ex oponente somalí: “Yo sabía que mi Dios era más grande que el suyo. ¡Yo sabía que mi Dios era un auténtico Dios y el suyo solo un ídolo!”.

De alguna manera, esos 88 militares trumpistas se levantan desde “los escombros” debajo de los cuales, según nos hizo saber Donald hace poco tiempo, la administración Obama supuestamente ha dejado al alto comando de Estados u nidos. No obstante, sin duda su gente no es “la vergüenza” a la que él se refiere cuando habla del generalato estadounidense de estos años.

Mientras tanto, los clintonistas contraatacaron con una lista de 95 altos mandos, “entre ellos un buen número de generales de cuatro estrellas”, muchos de ellos salidos directamente de esa pila de escombros, y en cuestión de una semana sumaron 15 más hasta alcanzar los 110. Al mismo tiempo, integrantes de la comunidad de la inteligencia y el resto del estado de la seguridad nacional, ex asesores presidenciales y otros funcionarios, apasionados neocons y estrategas de todo pelaje de las desastrosas guerras de EEUU de los últimos 15 años, se apresuraron a formar fila detrás de Hillary o Donald.

Si acaso otra cosa, todo esto era un recordatorio del tamaño inflado y la siempre creciente centralidad del estado de la seguridad nacional y el complejo militar-industrial nacidos a la sombra del 11-S que le acompaña. La cuestión es: ¿inspira esto confianza en nuestros candidatos o hace que digamos…

¡Deben estar tomándonos el pelo! ?

Conflictos de intereses y facilidad de acceso a la Oficina Oval

Dejemos a un lado la posibilidad de un soborno preventivo por 25.000 dólares al procurador general del estado de Florida por parte de la Fundación Donald J. Trump para evitar la investigación de un chanchullo en la Universidad Trump. Si resulta ser que esa “donación” a una PAC (comisión de acción política) había sido un soborno, nadie debería sorprenderse, dado que Donald ha sido durante mucho tiempo un esquema de Ponzi** andante. En lugar de eso, gracias a un estupendo trabajo de investigación escrito por Kurt Eihenwald para Newsweek, es posible pensar qué podría significar para él entrar en la Oficina Oval y estar allí cuando la cuestión sean los conflictos de intereses y la “seguridad nacional” de Estados Unidos. La opinión de Eihenwald es que Trump sería el presidente con “más conflictos de intereses en la historia de EEUU”, dado que la Organización Trump tiene “estrechos vínculos con financistas globales, con políticos extranjeros e incluso con delincuentes”, tanto en países aliados como enemigos. Prácticamente cualquier decisión de política internacional que pueda tomar podría perjudicar o favorecer sus propios negocios. Fundamentalmente, no habría modo de despojar, a él y a su familia, de la maquinaria internacional de la marca Trump (imagine el lector la decepción de Trump United). Conocida su inquebrantable devoción por el propio enriquecimiento, no es necesario preguntarse si Donald actuaría “en el interés de Estados Unidos o en el de su bolsillo”.

Eso en cuanto al conflicto de intereses, ¿qué hay del acceso? Por supuesto, aquí entran los Clinton, quienes, entre 2001 y el momento en que Hillary anunció su postulación para la presidencia se las arreglaron para embolsar 153 millones de dólares (sí, no es una errata) dando 729 discursos combinados a una tarifa media de 210.795 dólares por actuación. Aquí está comprendido el discurso de 20 minutos de Hillary en la cumbre de la red eBay’s Women’s Initiative –que, según se informó, le reportó 315.000 dólares–, en marzo de 2015, justo un mes antes de que ella anunciara su candidatura. Obviamente, no son las bellas palabras de Hillary (o de Bill) lo que importa a los ejecutivos corporativos y les predispone a soltar un dineral, sino la esperanza de llegar tanto a un ex presidente como a una posible futura presidenta. Después de todo, en el mundo de los negocios, nadie afloja un buen dinero si no es para algo.

Solo necesito decir…

¡Deben estar tomándonos el pelo!

Por supuesto, podría continuar… Podría hablar de un Congreso aparentemente incapaz de aprobar una ley que asigne fondos para que el gobierno pueda tomar medidas que eviten la imparable propagación del virus del Zica en partes de Estados Unidos (¡Deben estar tomándonos el pelo!). Podría referirme al modo en que los medios cayeron de bruces en una camioneta deportiva –(NBC Nightly News), que yo miro, mostró el vídeo de Hillary Clintos trastabillando y casi cayendo dentro de la furgoneta, tal vez unas 15 veces en cuatro noches– y lo que esto nos dice sobre la “cobertura” de los noticias hoy en día (¡Deben estar tomándonos el pelo!). Podría empezar confesando que soy un adicto de las constantes encuestas de opinión que inundan nuestra vida y que estoy pensando en unirme a Encuestalhólicos Anónimos cuando llegue el 9 de noviembre y en ese momento empezar a pensar qué significa tener tantas encuestas, y encuestas de encuestas inundándonos día tras día y enseñándonos sobre las escisiones favorables o desfavorables, y ofreciéndonos interminablemente variadas instantáneas de cómo podríamos votar o no votar o qué podríamos hacer o no hacer con tanta anticipación al día que efectivamente lleguemos al sitio de votación (¡Deben estar tomándonos el pelo!). O podría mencionar la forma en que, después de aplicada “investigación”, Donald Trump reconoció, bien que a regañadientes, que Barack Obama nació en Estados Unidos y después se despachó contra Hillary Clintos acusándola de haber propiciado la controversia sobre el nacimiento del presidente (¡Deben estar tomándonos el pelo!).

En otras palabras, yo podría continuar dando la bienvenida al lector a un paisaje estadounidense cada vez más extravagante, un paisaje de guerra y paz (sin un Tolstoy a la vista),

Aun así, bueno está lo bueno pero no lo demasiado, ¿no le parece? Por lo tanto, permítame que acabe aquí y, solo por divertirnos un poco, cantemos por última vez: ¡Deben estar tomándonos el pelo!

Llamadas

* Hacedor de la paz es la traducción literal del inglés peacemaker, que es el nombre que recibió el revólver Colt calibre .45, de 1873. Véase https://en.wikipedia.org/wiki/Colt_Single_Action_Army. (N. del T.)

** Las famosas “cadenas” para enriquecerse (a quien las organiza). (N. del T.)

Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project, autor de The United States of Fear y de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Forma parte del cuerpo docente del Nation Institute y es administrador de TomDispatch.com. Su libro más reciente es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World.

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