José Guillermo Mártir Hidalgo
En la obra del teólogo y economista alemán Franz Hinkelammert, nurse “Solidaridad o Suicidio Colectivo” i, plantea que la Globalización del Mercado ha homogeneizado la competitividad y la eficiencia. La competencia tiene tendencias destructivas y la eficacia del mercado, lleva a la destrucción de las fuentes de riqueza del ser humano y la naturaleza. El cálculo de utilidad que hace el mercado globalizado, tiene como efectos indirectos la exclusión de grandes partes de la población mundial, la socavación de las relaciones sociales y crisis ambiental.
Hinkelammert narra que la empresa capitalista, después de la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en empresa de producción mundial y logró imponerse sobre la burocracia pública. Para los años setenta del Siglo Veinte, surge una nueva empresa que distribuye las etapas de producción de sus productos, según la diferencia de costo de la producción. Ésta empresa se opone a la intervención político-económica de los Estados Nacionales. Percibe las funciones del Estado como distorsiones del mercado. Por lo que pretende marginar el Estado fundacional del ciudadano y cambiarlo por el de clientes. Lo anterior ha posibilitado un Gobierno Extra parlamentario que no asume las funciones de gobierno, ni sus responsabilidades, pero, tiene en sus manos los medios de comunicación y el capital.
La ética del cálculo, nos dice nuestro autor, es la ética del déspota, es la ética de la banda de ladrones. Y una sociedad que no introduce una ética del bien común, termina sustituyendo los derechos humanos por los derechos del mercado. La ética del bien común introduce valores a los que tiene que ser sometido cualquier cálculo de utilidad. La ética del bien común le da espacio político al ciudadano para superar la ética de la banda de ladrones. La ética del bien común propone que todos logremos una vida decorosa que, al menos, tenga lo suficiente.
Por el contrario, la ética del mercado es la universalización de la ética de la banda de ladrones. Las multinacionales pretenden, como ideal, que sus ejecutivos tengan instinto asesino. La gente con instinto asesino promueve la competencia y la eficiencia. Los ejecutivos de las multinacionales son vistos como promotores del progreso, pero, lo bueno que producen lo transforman en algo malo. Por ejemplo, nos dice Hinkelammert, las soluciones a los problemas del ser humano son complejos, pero, aparecen los “terribles simplificadores” fundamentalistas del mercado. Lo que los ejecutivos del sistema llaman terrorismo, es una terrible simplificación. Igualmente, las revoluciones burguesas, en lugar de ofrecer el cielo religioso transmundano, ofrecen el progreso infinito. Éste mito silencia cualquier crítica y cualquier acción.
Para Hinkelammert, con el derrumbe de las torres gemelas empieza un asalto por el poder mundial en lo económico y financiero. El sistema mundial es un conjunto de doble irracionalidad: la global y el terrorismo. La lucha anti terrorista, es la lucha del sistema por el poder como un todo. Se trata de la disolución de la democracia a nivel mundial, por un gobierno anti terrorista a nivel mundial.
Los momentos de baja de la bolsa de valores de Nueva York, son los momentos predilectos para el funcionamiento de la fábrica de muerte móvil estadounidense. Declarado muerto el Dios de la liberación y de la emancipación, asevera, aparece el Dios del salvajismo. Y al imperializarse el fundamentalismo cristiano en que se basa la lucha anti terrorista, se crea una mística de aniquilamiento total. Los asaltos por el poder mundial empiezan en el Siglo Veinte. Hay una ideología repetida en el Reich del Milenio de la ideología nazi, con la New American Century de los Estados Unidos.
LA SEGREGACIÓN RESIDENCIAL
Francisco Sabatini e Isabel Brain, en su artículo “La segregación, los guetos y la integración social urbana: mitos y claves” ii sostienen, que la reforma económica neoliberal ha vuelto inestable la inserción laboral y política de grupos urbanos de menores ingresos en la mayoría de países, desarrollados y no desarrollados. Por tal motivo, crecieron geográficamente las favelas o villas miseria.
El espacio urbano es espejo de las desigualdades sociales: más segregación residencial a mayor desigualdad social. Los altos niveles de desigualdad social que provoca el capitalismo de la “globalización”, intensifica la segregación residencial. La multiplicación de barrios cerrados de clases medias y altas, es una demostración del capitalismo “global” y las alzas en la segregación residencial. La segregación espacial de los estratos populares, es un problema crítico de política pública. La segregación espacial en grupos populares de nuestras ciudades, hace que sean más pobres y haya más desintegración social y sus efectos se agraven. En los barrios populares, dice Sabatini y Brain, se está dando el fenómeno de la “guetización” donde las drogas, el crimen y la deserción escolar es la constante.
La segregación es un hecho natural, sostiene la derecha y su argumento habitual es, que a las personas no les gusta vivir cerca de los de otra condición social. Toda persona prefiere vivir con individuos parecidos, los grupos acomodados no quieren vivir con otros de menor condición. En las ciudades previas al capitalismo, como las ciudades europeas del Medioevo tardío, las personas cuidaban unas a las otras. Aristóteles sostenía que la ciudad está formada de diferentes clases sociales. La definición de ciudad es la integración en la diversidad. El encuentro con el “otro”, es la esencia misma del hecho urbano.
Sabatini y Brain consideran, que las ciudades de Europa continental y de Latinoamérica, no han alcanzado los niveles de segregación que se dan en las ciudades de Estados Unidos, ni sus niveles de violencia urbana, porque la matriz cultural del proyecto anglo puritano, es decir, su ethos cultural, se basaba en la exclusión del “otro”. La matriz cultural urbana de raíz católica, que ha predominado desde la conquista ibérica en las ciudades latinoamericanas, ha conducido a la aceptación del “otro”. Sabatini y Brain proponen promover una política pública hacía mayores niveles de integración socio-espacial.
Emir Olivares Alonso en su artículo “Segregación y falta de espacios, causa de violencia en las urbes”iii sostiene, que las urbes son espacios propicios para la violencia por su crecimiento horizontal, la segregación por clases sociales, los fraccionamientos amurallados, los numerosos terrenos baldíos, la insuficiencia de espacio públicos y la creciente desubicación de servicios sociales.
Policías y gobiernos locales, persiguen y discriminan a muchos jóvenes, por ser pobres o por pertenecer a grupos específicos. La educación por su poca pertinencia en la realidad en que viven los jóvenes, contribuye a exacerbar la violencia, el aburrimiento y la frustración. Y los nuevos desarrollos inmobiliarios alejados de las ciudades, con miles de viviendas mínimas y de mala calidad incrementan el estrés, el enojo y la frustración de los habitantes.
La crisis económica y la flexibilización del mercado laboral, ha desalojado a miles de trabajadores. A la vez, han precarizado las condiciones de trabajo. En general, se ha precarizado la economía del cuidado. Es decir el espacio de actividades, bienes y servicios necesarios para la reproducción cotidiana de las personas.
Olivares Alonso considera que son necesarias políticas preventivas en los campos social, económico y cultural, para ir transformando los factores que contribuyen a crear entornos violentos y conductas que lastiman la vida, la dignidad y la propiedad de las personas y las familia. Para enfrentar la violencia se requieren políticas públicas alternativas, una participación social activa y acuerdos entre los actores políticos.
Alfonso Yurrita Cuesta, en su artículo “La segregación urbana”iv escribe, que las crisis de seguridad en los municipios, zonas y barrios de la Ciudad de Guatemala, son por la anarquía de la capital que se agudizó después de los terremotos de mil novecientos setenta y seis. Desde esa catástrofe, veinte mil familias se asentaron, en forma precaria, en áreas verdes, parques y terrenos baldíos. A partir de ese momento, no han existido programas para atender el problema urbano. Las atenciones a los asentamientos precarios, que para mil novecientos ochenta y cuatro eran ciento tres con una población de tres ciento cincuenta y dos mil habitantes, finalizaron en mil novecientos ochenta y cinco. Luego, el conflicto armado desplazó entre cincuenta mil a un millón de habitantes. Muchos de ellos emigraron a México y a los Estados Unidos y a su regreso al país, cuando fueron echados de allá, crearon las maras.
El establecimiento de estos núcleos se tradujo en incapacidad para atender su demanda de empleo, por lo que se incrementó el subempleo manifestado en el comercio callejero, cuidadores de vehículos, mendicidad y otras formas de subsistencia, deteriorando con ello el centro histórico y otras zonas. En consecuencia, la irracionalidad humana eclosionó en violencia urbana expresada en alcoholismo, toxicomanía, prostitución, pequeños ladrones, crimen organizado, delincuencia juvenil, el juego, la corrupción política y la violencia en los barrios informales. El problema se ha agravado por la presencia del crimen organizado internacional. Yurrita Cuesta opina, que la sociedad urbana provoca un estado de anomía, por el poco grado de integración que ofrece al “vivir” con ausencia de moral, de reglas y de ley debido al desequilibrio económico y al debilitamiento de sus instituciones.
SEGREGACIÓN SOCIAL EN EL SALVADOR
La misma sinopsis histórica ha tenido El Salvador, quien a causa del incipiente proceso de industrialización, debido a la política de sustitución de importaciones que alentaba el Mercado Común Centroamericano, en la década de los sesenta del siglo pasado, facilitó la migración poblacional del campo a la ciudad apareciendo con ello las primeras zonas marginales. Luego, desastres naturales como los sismos de mil novecientos sesenta y cinco, mil novecientos ochenta y seis y dos mil uno, así como tormentas tropicales, incrementaron su número y cantidad de sus habitantes. Los conflictos armados como la Guerra de las Cien Horas y la Guerra Civil de mil novecientos ochenta y uno a mil novecientos noventa y dos y los desplazamientos poblacionales, motivados por las inundaciones que provocaron la construcción de las represas hidroeléctricas, coadyuvaron al incremento de los que viven en dichas zonas.
Germán Rivas en su artículo periodístico “Más de dos millones de personas viven en zonas marginales” v, afirma que el treinta y cinco por ciento de la población vive en los denominados tugurios o zonas marginales de las áreas urbanas, donde enfrentan condiciones precarias y de exclusión social.
Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), los tugurios o zonas marginales no poseen atractivos para ser vistos o visitados: suelen carecer de trazo ordenado de manzanas, de calles pavimentadas, de edificaciones seguras y de espacios recreativos. Sus casas están construidas sin intervención del diseño arquitectónico y, muchas veces, con materiales de desechos: cartones, vallas publicitarias caducas, láminas o pedazos de madera reciclados. Los tugurios o zonas marginales concentran la pobreza urbana y materializan la exclusión social, entendida como la falta de condiciones educativas y laborales para acceder adecuadamente a mercados de trabajo, bienes y servicios.
En el primer gobierno del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el Presidente Mauricio Funes ejecutó el Programa Gubernamental Comunidades Solidarias Urbanas, con la intención de mejorar las condiciones de pobreza, habitabilidad y exclusión social de dichas zonas. Existiendo una corresponsabilidad entre el Gobierno Central, los gobiernos locales y las organizaciones comunitarias.
Comunidades Solidarias Urbanas lo conforman el Programa de Apoyo Temporal al Ingreso (PATI) y el Bono de Educación.
El primero, busca atender temporalmente las demandas de ingreso de la población vulnerable de las áreas urbanas del país cuya situación es de desventaja y precariedad. El segundo, busca incentivar la matrícula, la asistencia regular, la permanencia en el sistema educativo y la culminación del tercer ciclo de educación básica y la educación media de niñas, niños y jóvenes con menos oportunidades que habitan en los asentamientos urbanos de mayor precariedad de los municipios seleccionados. Comunidades Solidarias Urbanas se encuentra presente en municipios que presentan mayores índices de pobreza urbana y violencia. En su primera etapa en veinticinco municipios y en la segunda etapa, en diez municipios más.
El actual gobierno, ha mantenido éste programa gubernamental y ha prometido profundizarlo. A pesar de ello, su impacto no se ha hecho sentir significativamente, como para apreciar una reducción drástica de los índices de violencia en el país. Por lo que proponemos, igual que Yurrita Cuesta, un Plan Marshall para éstas zonas urbanas, que dependerá de los ingresos que se puedan obtener de la reforma fiscal solicitada.