Luis Armando González
Las elecciones del 4 de marzo todavía no son un hecho consumado, pero hay quienes las están viendo de esa manera, a partir de los resultados de varios sondeos de opinión que anuncian como un resultado probable una votación que en conjunto –según esas encuestas— favorecerá a ARENA e indirectamente al resto de partidos que conforman el bloque de derecha. La explicación de ese resultado, se nos dice, radica en el “voto de castigo” con el que el electorado mostrará su descontento con el actual gobierno y con el FMLN. Hay quienes han celebrado esta tesis como la última novedad en el análisis político. Sin embargo, una reflexión somera sobre la forma en cómo se ha llegado a esa conclusión pone de manifiesto que la misma tiene algunos flancos que merecen ser discutidos detenidamente. Para hacerlo vamos a dar un rodeo, utilizando una ficción narrativa que permita ilustrar lo discutible de la tesis del voto de castigo tal como se la sostiene en estos momentos.
La historia que proponemos comienza con un personaje A, a quien se solicita realizar un estudio de un edificio, del cual se quiere estimar el tiempo que le resta para su deterioro total. El experto examina las variables pertinentes –menos una: las acciones humanas que se realizan en el interior del edificio—, construye modelos, proyecta sus resultados y concluye que el edificio tiene una elevada probabilidad de venirse abajo en 50 años. Un personaje B se interesa en esa conclusión, y decide que como la probabilidad de que ese edificio se derrumbe en 50 años es elevada lo mejor es asumir que ello sucederá irremediablemente. Una vez que ha asumido que el edificio se derrumbará, con toda seguridad, en 50 años da el paso de suponer que aquel ya se derrumbó. Y, llegado a este punto, el personaje B, cuya vocación científica es evidente, se pregunta por la razones del derrumbe del edificio. Sin dudarlo un instante, concluye que el edificio se derrumbó por las acciones humanas –a cuyo análisis dedica sendos argumentos— que se realizaban en su interior. Un personaje C lee aquella conclusión y todos los argumentos que la acompañan y queda extasiado ante tal maravilla de razonamiento. Le parece impecable e invita a propios y extraños a que entiendan, de una buena vez, la razón por la cual ese edificio tan querido se vino abajo.
Todos repiten el estribillo que el personaje B ha puesto en circulación “desde la academia” –como suele decir— hasta que alguien –¿un personaje D?— a quien no le gustan mucho las modas y tiene la mala costumbre de sospechar de todo aquello que tiene aceptación inmediata, señala algunas cosas que no tienen buena pinta –que no cuadran y que hacen ruido— en los argumentos del personaje B.
Lo primero que llama la atención al aguafiestas es que el edificio sigue en pie, es decir, no se ha derrumbado, pues todavía no han transcurrido los 50 años proyectados para que ello suceda por el estudio del personaje A. No está en desacuerdo con la alta probabilidad de que en ese lapso el edificio se derrumbe, y tampoco con la posibilidad de que, en caso de darse ese derrumbe, la causa obedezca a las acciones humanas realizadas en su interior, pero el personaje D cree que esa u otras causas deben ser establecidas una vez que el edificio se venga abajo, si es que lo hace cuando se cumplan 50 años.
Asimismo, el personaje D detecta un grave error –que no una trampa— en los argumentos del personaje B: ha convertido un hecho probable (la probabilidad de que el edificio colapse en 50 años) en un hecho efectivo (el colapso efectivo del edificio) lo cual constituye un salto no permitido en un razonamiento científico. Y es de ese ficticio “colapso efectivo” que se establece como causa las acciones humanas. Pues bien, en esta determinación causal también el personaje B –a juicio del aguafiestas— incurre en dos errores: a) asigna una causa a un fenómeno no sucedido aún (pese a que se lo presente en la argumentación como ya sucedido); y b) hace caso omiso de las posibles causas que, en caso de colapsar el edificio tal como lo ha previsto el personaje A, han sido exploradas en el estudio de este último, y que son las que le permitieron establecer la alta probabilidad del colapso del edificio transcurridos 50 años. Es decir, el personaje B introduce una explicación causal del derrumbe del edificio –que todavía no ha sucedido, pero que él asume que sí— salida de no se sabe dónde, simplemente porque detesta a quienes habitan en el edificio objeto de estudio.
En fin, el aguafiestas, al reflexionar sobre lo anterior, cree que hay buenas razones para mostrar reservas con la conclusión tan contundente del personaje B, y también con el entusiasmo mostrado por el personaje C con los argumentos de aquel. En su opinión, no se puede tomar como efectivamente existente algo que es solamente probable, por muy alta que sea su probabilidad de hacerse real. En caso de que lo que es probable se haga efectivo –lo supone un devenir temporal— en ese momento será oportuno indagar por sus causas, en la exploración de las cuales no deberían faltar la consideración de los factores que permitieron establecer su nivel de probabilidad cuando ese fenómeno era aún algo efectivo.
El esquema anterior sirven para ilustrar lo que se está haciendo con los probables resultados de las elecciones del próximo 4 de marzo. Estas no son algo efectivo –no han sucedido aún— pero se las está tratando como algo consumado. Y se está partiendo de que inexorablemente sucederá lo que algunas encuestas de opinión han vaticinado. Se está asumiendo que esos resultados ya se dieron y que lo que procede ahora es explicar su razón de ser: se nos dice que esos resultados obedecen a un “voto de castigo” hacia el FMLN y el gobierno por parte de la población.
Ante ello solo cabe decir que, aunque es probable que los resultados electorales sean los anticipados por algunas encuestas, esos resultados hasta el cierre de las urnas, el 4 de marzo, son una probabilidad, no una realidad consumada. Si se convirtieran en una realidad, la tarea que seguiría es la exploración de su razón de ser, o si se quiere de su causa (lo cual también aplica si los resultados fueran otros). Determinar la causa de algo no sucedido aún, aunque sea altamente probable que suceda, es en el mejor de los casos un ejercicio mental relajante y en el peor una pérdida de tiempo. Eso no quiere decir que la hipótesis “voto de castigo” –si se dieran los resultados anunciados por las encuestas— no deba ser tomada en cuenta, pero eso tendrá que hacerse sopesando otras muchas hipótesis también razonables y sin desestimar el peso de la cultura política, las inercias electorales, la manipulación mediática y también el “factor Nayib Bukele”. Y claro está una buena aproximación a esos factores causales –seguramente no se tratará solo de uno— deberá partir de lo que las encuestas, directa o indirectamente (y sin buscarlo expresamente), recabaron, detectaron y usaron para llegar a sus cálculos sobre el probable desenlace de las elecciones.
Pero lo que aquí se propone es que son los resultados efectivos de las elecciones –sean estos los que sean— lo que debe servir como punto de partida para su explicación causal. No sus resultados probables, de los cuales quizás no deja de ser falto de sentido explorar sus causas también probables. Pero si se va a disponer de unos resultados electorales consumados el 4 de marzo, no es muy económico gastar energías en analizar los resultados probables y sus causas (a menos que se quiera vender a la población la idea de que unos resultados probables serán los definitivos y que en ellos ARENA y la derecha son ya los ganadores). Así que esperemos para el domingo 4 –quedan unos cuantos días— y con esos resultados procedamos a analizar su razón de ser.
En ese momento, será interesante lanzar al ruedo del análisis la hipótesis del “voto de castigo” u otras que puedan ser pertinentes. En ese momento, si los resultados fueran favorables para ARENA y la derecha, habrá que pensar en si la contracara de un “voto de castigo” para el gobierno y el FMLN estaría significando un “voto de premio” para ARENA y la derecha, y si este fuera el caso habrá que preguntarse si ARENA y la derecha serían merecedores de ese “premio”. En fin, habrá bastantes asuntos sobre los cuales debatir, y que van más allá de la razón de ser de los resultados que arrojen las elecciones de 2018, pues abarcan otros resultados electorales, cuya lógica no ha sido explorada suficientemente.
Desde ya, cabe anticipar que todo comenzará con una clarificación conceptual acerca, por ejemplo, de lo que significa “voto de castigo” y sus supuestos, por ejemplo, la racionalidad de los votantes. Esta “racionalidad”, de existir, llevaría a castigar electoralmente a quienes obran en contra del bienestar de la mayoría y no hacen lo que está a su alcance para lograr ese bienestar, o pudiendo hacer cosas positivas por la gente no lo hacen. ARENA durante 20 años obró en contra de la gente y no hizo lo que estaba a su alcance para mejorar su vida. Pero la gente no lo castigó entonces y tampoco lo castigó en las elecciones legislativas y municipales de 2015. O sea, ARENA siempre es “premiado” por amplios sectores de la población ARENA, aunque obre en contra de ellos. Ha saboteado los programas sociales del gobierno y parece ser que la gente no lo va a castigar el 4 de marzo. ¿Han tratado mal a la población el gobierno de Salvador Sánchez Cerén y el FMLN? ¿No han buscado mejorar su vida? ¿No han hecho lo que han podido, pese a fuertes condicionamientos, para avanzar hacia mejores niveles de bienestar social? Si la racionalidad prevaleciera, quienes menos merecen un voto de castigo son el gobierno de Sánchez Cerén y el FMLN.
Así que ante la eventualidad de un voto que favorezca a ARENA y a la derecha en la Asamblea Legislativa (a nivel municipal la dinámica es distinta), la hipótesis del “voto de castigo” deberá ser barajada con prudencia y sin que la misma impida la consideración de otras hipótesis más potables.