Roger Landa/Rebelión
¿Cómo se relacionan los procesos políticos de América Latina y el Caribe con los mecanismos de acumulación global, and la dinámica de poder internacional y las resistencias populares ante la exclusión capitalista? Comprender esta historicidad es, considero, el núcleo en torno a la cual gira buena parte de la discusión actual [1], y que nos debería ocupar en un tiempo prolongado.
¿La dinámica internacional actual?
La caída de la URSS no sólo produjo un vacío geopolítico para la izquierda a nivel internacional a causa del ascenso hegemónico de Estados Unidos, sino también teórico, al no encontrarse categorías adecuadas que permitiesen explicar la dinámica del sistema internacional, en primer momento, con la consolidación del neoliberalismo a nivel planetario y el establecimiento del mundo unipolar, y luego, con el surgimiento en los primeros lustros del siglo XXI de nuevas potencias de alcance global, como China y Rusia, y de alcance regional, como Israel, Irán, o Brasil, entre otras, así como de diversos procesos de regionalización. Todo ello aparejado del auge de las luchas anti-neoliberales, que cobraron fuerza en América Latina y el Caribe ¿Cómo entender este reajuste global? ¿Qué categorías utilizar para comprender la complejidad internacional actual? Considero que de este punto dependen en buena medida los análisis que se realizan sobre los actuales procesos políticos que se adelantan en América Latina y el Caribe, tanto los llamados de izquierda y centro izquierda, como los conservadores (recordemos que la compresión de unos no está aislada de la compresión de los otros).
Algo que “se cae de la mata” como diría alguna compañera cubana, es el hecho irrefutable de que nos encontramos inmersos en el sistema capitalista y que este, pese a la tan analizada y mentada crisis, está lejos de estar en su ocaso como sistema de mediación del metabolismo social mundializado. Deslocalizar la crisis actual del capitalismo, descuidando que se trata de una crisis particular, con características definidas, pero particular al fin, hace pensar que el capitalismo puede estar en crisis permanente pero sin acabarse. Desde Marx sabemos que las crisis capitalistas responden a la contradicción que se genera entre la producción/extracción de plusvalor y su realización; sin embargo, a veces se olvida que dicha contradicción, que tiene claras expresiones económicas cuando se llega a un límite en los procesos de subordinación real y formal, es permanente a nivel político, es decir, que las fuerzas en pugna están en una confrontación sostenida que se expresa en diversos conflictos, de mayor o menor intensidad, entre los diversos sujetos que conforman la red de relaciones del sistema. La tematización de estos conflictos y su comprensión totalizante es lo que conlleva a las diversas caracterizaciones de la geopolítica mundial. Hay dos posiciones que quiero mencionar.
La primera postula que asistimos a un equilibrio de poder en el sistema internacional. Esta tesis se sostiene, por un lado, sobre la compresión de las potencias como actores nacionales fundamentales, es decir, aquellos que tienen un rango de acción global. Entre estos, en la actualidad, encontraríamos a EEUU (con su tradicional apéndice europeo), a China (motor económico mundial) y Rusia (actor geoestratégico de primera línea). Por el otro lado, esta tesis postula, en base a una amplia constatación empírica, que las potencias en la actualidad no van a entrar en confrontaciones bélicas directas, sino que están negociando, y que este proceso de negociación supone el establecimiento de un equilibrio de fuerzas entre dichas potencias.
La segunda tesis asume que estamos en tránsito hacia, o inmersos de hecho en, un mundo multipolar y pluricéntrico. Esta tesis es fundamentada en base a la constatación empírica del surgimiento de diversos actores no-tradicionales desde la periferia y semi-periferia, los cuales, mediante procesos de fortalecimiento económico y político en conjunción con engranajes subregionales, estarían configurando nuevos polos de poder relativo frente al imperialismo de la tríada dirigido por Estados Unidos. En contraste, se apreciaría unapérdida de hegemonía por parte de Estados Unidos, cuya decadencia económica, política y cultural, representarían el fin de su período unipolar. Esto configura una geopolítica de múltiples centros de poder.
¿Podemos hablar de multipolaridad o de equilibrio? ¿Dónde queda la crisis del sistema? ¿Qué otra caracterización podemos hacer? ¿Está realmente Estados Unidos perdiendo su hegemonía? ¿Están las potencias negociando? ¿Qué hay de los movimientos llamados anti-sistémicos dentro de estas caracterizaciones? ¿Podemos seguir hablando de lucha de clases? ¿Qué hay de las teorías sobre el imperialismo, existe el imperialismo dentro del equilibrio o dentro de la multipolaridad? ¿Cómo se expresa? Las preguntas se amontonan, y en honor a la sinceridad intelectual, ninguna de las tesis enunciadas da cuenta de la totalidad de los problemas en la proyección geohistórica adecuada.
La tesis del equilibrio plantea acertadamente que las grandes potencias están en proceso de negociación y que, más allá de la retórica “agresiva” en coyunturas específicas, estamos lejos de una confrontación bélica abierta y directa entre las grandes potencias. Sin embargo, esta tesis no explica el porqué de dicha negociación, más allá de la fenomenología de la diplomacia y las relaciones internacionales. Asimismo, reduce el equilibrio del sistema al centro del mismo, obviando la permanente desestabilización de la periferia y semi-periferia, que se hallan en desequilibrio sostenido (pensemos en medio oriente o Ucrania, por ejemplo). Por su parte, la tesis del multipolarismo no explica ni define de manera uniforme qué es un polo de poder geopolítico, entrando en dicha definición actores de talla global, como China, de talla regional medio, como Brasil, o subregional como Israel. ¿Qué elemento o factores definen un polo de poder global? ¿La población y producción económica (China, India), el control financiero y armamentista (Israel, Alemania, Estados Unidos), la capacidad de negociación internacional en base a relaciones estables (Cuba), la ascendencia regional (Brasil), el control de monopolios internacionales (Tríada), la articulación política continental de Estados-Nación (UNASUR) el control de zonas geoestratégicas (Rusia)? En definitiva, el ejercicio del poder puede tomar las expresiones más inesperadas en los momentos históricos menos previstos. Ambas tesis relegan el poder que de hecho tienen y ejercen los procesos de organización de las clases populares trabajadoras, asentando como sujeto geopolítico preferente a los Estado-Nación. Igualmente, confunden los problemas económicos de Estados Unidos y su expresión fenomenológica (déficit fiscal y comercial, etc.) con pérdida de hegemonía y a veces con declive del sistema capitalista, descuidando el hecho de que Estados Unidos no es el centro del sistema por estos factores, sino por el dominio y control (subordinación real y formal) que su metabolismo capitalista ejerce sobre el metabolismo de los demás capitales; aquellos factores serían la expresión fenoménica de dicha relación sustancial.
Fetichismo geopolítico mundial
Desde la -mal llamada- II Guerra Mundial, cuando se destruyó el centro geohistórico del sistema, las grandes potencias “aprendieron” que otra destrucción del centro capitalista era insostenible para el mismo sistema, a menos que existiese un nuevo centro que tuviera la capacidad de subordinar y controlar el metabolismo social mundial. En ese sentido, a partir de dicho período se consolida en el sistema internacional la tendencia de estabilidad relativa en el centro en base a la desestabilización permanente en la periferia y semi-periferia. Iniciando con fuertes tensiones entre la URSS y Estados Unidos proclives a la agresión directa, rápidamente el llamado “mundo bipolar” se vuelca hacia conflictos en las áreas geoculturales de influencia (prácticamente todos los conflictos se realizan al margen de los territorios de estas dos potencias). Este proceso se afianza hacia la primera crisis mundial del capitalismo (década de los setenta) y, progresivamente, con la instauración hegemónica del neoliberalismo llega a ser una tendencia general del sistema. Con ello, la periferia se convertía no sólo en el apéndice económico para la acumulación (como ocurría desde la expansión capitalista moderno colonial), sino también en la geografía base para la gobernabilidad global y la estabilización del sistema en el centro. Así, la hegemonía de Estados Unidos en el “mundo unipolar”, no hace sino consolidar una tendencia del siglo XX en el que se perfilaba su desarrollo como potencia hegemónica del sistema capitalista[2].
Si bien es cierto que desde su inicio el capitalismo dominó y destruyó a las regiones geoculturales de la periferia pre-moderna, ingresándola en el sistema como procesos civilizatorios dependientes, es sólo con la instauración mundial del capitalismo a finales del siglo XX (instauración definitiva de la propiedad privada y producción mercantil en toda la geografía) en su expresión neoliberal realmente existente, y la subordinación de la totalidad del metabolismo social mundial (control de los procesos de reproducción de la vida), que se consolida el capitalismo como sistema que domina la totalidad de las mediaciones de la vida de la humanidad, controlando no sólo el proceso de trabajo y su “ejercito” de reserva, sino también el proceso de consumo, así como la totalidad de las dimensiones prácticas de la vida en el planeta (la producción, organización y control de los valores de uso); uno de los últimos y más aberrantes ejemplos es la mercantilización de los mismos genes de la vida a través de la ingeniería genética.
El surgimiento de nuevas potencias económicas se produjo a partir de la conjunción de, por un lado, la deslocalización de esquemas fabriles hacia la periferia y semi-periferia, y del otro, el establecimiento de procesos políticos autónomos dentro de diversos Estados-Nación del Sur global. Con ello, también se le dio un re-impulso a la misma acumulación internacional, afectada por la crisis que inicia en el sudeste asiático en los noventa. La reciente crisis que estalla en 2008 a partir de su detonante financiero, es vista como una crisis estructural del sistema. Con ello se quiere significar que no se trata de una crisis más, que afectaría la sobreproducción, sino una crisis que toca la estructura profunda de funcionamiento del capitalismo; ¿es esto así? Precisamente, la consolidación de nuevas potencias capitalistas, y los procesos de articulación de todas las zonas geoculturales ya dominadas en totalidad por las condiciones de reproducción del capital (propiedad privada, producción mercantil y división social del trabajo) mediante amplios esquemas de sinergia económica, ponen en cuestión que se trata de una crisis estructural. Pareciera más bien, como ha mencionado el filósofo Franz Hinkelammert, que lo que está en crisis es la exterioridad dominada del sistema, es decir, la vida de la humanidad y la naturaleza; pareciera que el capitalismo, antes de acabarse como sistema, acabará primero con las condiciones de existencia de todo el cosmos (¡por qué hasta el espacio sideral es privatizado!).
Por su parte, las fuerzas internas: mecanismos de producción-apropiación-realización del valor, y las fuerzas externas: la resistencia/subordinación del trabajo vivo, que dan movimiento a todo el sistema, estarían entrando, así, en la consolidación de una dinámica compleja cuya expresión en la actualidad, pudiese estar apuntando a un fetichismo geopolítico mundial radicalizado, es decir, a la emergencia de una dinámica de poder mundial radicalmente separada (fetichizada) de las relaciones conscientes de sus propios creadores, sobreponiéndose sobre la propia voluntad de los mismos. La periferia geográfica pareciera seguir siendo el espacio cuya desestabilización permite la estabilidad del sistema en el centro y su gobernabilidad global; las grandes potencias continúan actuando como vigilantes de los mecanismos de acumulación, los Estado-Nación como sus garantes; y los procesos de producción (económica), organización (cultura) y control (política) de los valores de uso en todo el mundo, están en su totalidad subordinados a la lógica de acumulación del capital, teniendo como fin e inicio del proceso metabólico la propia subordinación del consumo de dichos valores de uso. Esto supone la revisión de las categorías con que pensamos la totalidad de las relaciones del sistema-mundo actual para la compresión de sus procesos y de los actores que en ellas intervienen con una perspectiva geohistórica que vaya más allá de la actual coyuntura. Otro nudo que desatar.
¿Vuelve el dilema del desarrollo? Extractivismo, Estado y organización popular
Existe un viejo y controvertido desacuerdo entre la izquierda (como muchos otros) sobre la economía política de la transición. Se trata de las relaciones que deben establecerse con el capital privado en la etapa de transición, el papel del Estado, así como de la articulación de la política y la cultura con los procesos económicos de dicho período. Para unos es indispensable la presencia del capital privado en este período, especialmente en forma de inversión directa, como elemento necesario que permitiría aumentar el desarrollo de fuerzas productivas y alcanzar niveles materiales de vida más óptimos, para avanzar, desde allí, a una transformación más radical de los procesos de producción y apropiación de la riqueza así producida. Para algunos, es necesario una radicalidad que elimine de lleno todo capital privado y avance en una estatización de todos los sectores económicos mediante su planificación centralizada, reduciendo al mínimo el funcionamiento de la ley del valor. Otros plantean la necesidad de crear mecanismos de organización “desde abajo” y sin relación con el Estado, que posibiliten el establecimiento de procesos autónomos no-capitalistas bajo esquemas de cooperación comunitarios.
La historia da muestras de la instrumentalización de estas diversas posturas, nunca en su forma “pura”, sino plagada de contradicciones (¡y cómo habría de ser!). La NEP instaurada por Lenin y continuada por Stalin hasta su desvirtuación burocrática, para muchos, significó el reconocimiento de que la ley del valor, y su personificación en capital privado para la producción-consumo mercantil, seguía funcionando en la etapa de transición, pero ahora bajo el control del Estado, que no la elimina, pero la restringe y administra bajo la planificación centralizada. Ya conocemos el desastre que significó la apertura masiva iniciada por Kruchev y la instauración de un “socialismo de mercado” que siguió como respuesta a la burocratización anterior. Por su parte, en Yugoslavia se instauró en los esquemas fabriles mecanismos que buscaban un cooperativismo entre los trabajadores mediante la planificación descentralizada y la apropiación de la producción con autonomía del Estado; ello degeneró, más que en una socialización de los medios de producción, en una conversión de las cooperativas en pequeñas gestoras privadas desarticuladas entre sí. En América Latina y el Caribe, los Estados populistas buscaron un desarrollo autónomo basado en un “pacto” entre clases que permitiese la industrialización y modernización económica desde un proyecto nacional propio; con sus diferencias y bemoles, este proceso tuvo apenas resultados en Brasil, Argentina y México, pero implico una articulación más estrecha de estos países con los centros de acumulación de capital, con la consecuente opresión de las clases trabajadoras.
Detrás de estos ejemplos históricos se encuentra la disyuntiva sobre la posibilidad de que los países periféricos puedan o no desarrollarse a la manera de las economías modernas del centro. En el siglo XX, la invención del mito del desarrollo sirvió como palanca ideológica para “utilizar” los intereses clases dominantes (una occidentalización de las élites) de los países del Tercer Mundo mostrándoles que había un camino predeterminado y lineal para alcanzar los estándares de vida y consumo impuesto por los países del centro. Esto generó una amplia discusión sobre si se podía o no se podía salir de la dependencia mediante el desarrollo.
En la actualidad dicha discusión cobra nuevos bríos con la instauración de los actuales gobiernos “progresistas” (aprovechemos el término no exento de ambigüedad) que iniciaron un proceso de redistribución social de la rentas percibidas que fue posibilitado, en un primer momento, por el alza de los precios de las materias primas. Esto ha permitido que grandes masas de la población accedan a mejores condiciones de vida, pero también ha afianzado la lógica extractivista en la región. Con ello se genera una polarización entre quienes, por un lado, buscan mantener esta redistribución como mecanismo necesario en la actual etapa, y quienes critican esta lógica por las consecuencias sociales, ecológicas y económicas que genera. Para unos, este es un tránsito necesario para consolidar los procesos políticos a nivel de los Gobiernos y su integración continental; para otros, esta lógica acentúa el agotamiento de la naturaleza y la desigualdad social, al no trascender las relaciones moderno-capitalistas en la región. Para aquellos, serían los Estados en articulación con la base social organizada, la cabeza de dirección de los procesos de transformación, constituyendo el desarrollo un camino necesario de transitar. Para estos, son los movimientos sociales y sus procesos de organización autónomos a los Estados el espacio principal de construcción del horizonte poscapitalista, sin la necesidad de transitar por el desarrollo, vista su imposibilidad en la periferia colonizada.
Estas disputas significan una confrontación de visiones entre las concepciones del Poder, el papel del Estado en los procesos de transformación, la relación de las organizaciones de base con dicho Estado, y la presencia de las clases hegemónicas y los procesos privados de producción mercantil.
Considero que estas confrontaciones se asumen desde posturas teóricas incompletas y desde prácticas políticas fragmentadas. Primero, se debe recordar que los gobiernos de izquierda o centro-izquierda que han accedido electoralmente al ejercicio del poder desde el Estado, nunca ocupan en totalidad dicho Estado. Es comprensible que la lógica de los Estados, sumergido en el fetichismo geopolítico global, imponga y mantenga -directa o indirectamente- relaciones de subordinación a los mismos gobiernos que sean funcionales a la acumulación global. En este sentido, la lucha a lo interno de las mismas instituciones es relevante por cuanto la concentración histórica de poder que poseen los Estados-Nación es fundamental para poder enfrentar las expresiones más agresivas del capitalismo. Por su parte, tampoco se puede pretender ver a los “movimientos sociales” como organizaciones monolíticas que en sí mismas ejercen un poder liberador. El mismo metabolismo capitalista subordina también las relaciones de estos movimientos, y no siempre sus luchas particulares avanzan más allá de los límites impuestos por el capital, por más necesarias y loables que estas reivindicaciones sean. Por lo demás, la alienación entre Estado (como institucionalización moderna del poder histórico de una comunidad) y Pueblo (entendido como el conjunto de las clases populares trabajadoras, asalariadas o no), es impuesta y sostenida por el fetichismo del metabolismo capitalista; con lo cual, su mantenimiento como premisa práctica, sea desde el mismo Estado o desde las Organizaciones de Base, es, a todas luces, funcional al mismo sistema capitalista. Igualmente, la permanencia de las condiciones de producción mercantil, como la propiedad privada y la inversión extranjera, imposibilita la construcción de relaciones poscapitalista, puesto que su presencia afianza la subordinación fetichista a la lógica de acumulación y, bajo ella, no hay decisión “autónoma” que valga. La limitación formal del sector privado por parte del Estado no limita la acumulación capitalista y la exclusión/dominación que le acompaña. Por ello, el proceso de construcción de un mundo poscapitalista va más allá de las dicotomías con las que se enfrentan los diversos sujetos políticos y la interpretación que se hacen de las coyunturas actuales, sin ubicarlas en un proceso geohistórico que vaya más allá de las actuales disputas.
En la última entrega de estas reflexiones espero en base a la breve fundamentación planteada poder elaborar algunas tesis que buscan continuar la discusión hacia espacios aún no divisados, pero en modo alguno dar respuesta a problemas que deben ser enfrentados colectivamente.
Notas:
[1] Véase la primera parte del artículo en: La historicidad del “ciclo progresista” actual. Sus nudos problemáticos (I) Al debate, a parte de los artículos que menciono en la primera parte de estas reflexiones, se han sumado: ¿Fin del ciclo o fin de la hegemonía progresista en América Latina? de Massimo Modonesi; Latinoamérica emergente: ¿se acaba la esperanza?, de Itzamná Ollantay; Otra vez sobre “el fin del ciclo progresista”(con una tesis sobre el Papa Francisco)- II y final, de Ángel Guerra y El fin del ciclo progresista: Una nueva discusión con el mismo telón de fondo, de Manuel Azuaje Reverón.
[2] Quien ha mostrado la tesis de la historia del siglo XX como historia de la consolidación de la hegemonía de Estados Unidos ha sido Jorge Veraza Urtuzuástegui. Su concepto de medida geopolítica del capital , se acerca al que expongo de fetichismo geopolítico mundial . Véase su libro: El siglo de la hegemonía mundial de Estados Unidos, disponible en: http://jorgeveraza.com/obras?field_archivo_display=All&page=1