Alejandro A. Tagliavini*
En 1910 el cometa Halley se acercaba a 400.000 kilómetros de la Tierra, insuficiente para que su cola tocara la superficie. Camille Flammarion fue el primero que advirtió que la cola convertiría a la atmósfera terrestre en venenosa y mortal. Y los periódicos lo amplificaron. Entre muchas anécdotas, Muzzio instaló un telescopio en Buenos Aires: “Por 5 centavos vea al cometa… causa de su futura muerte”. Francisco Míguez, fabricó búnkeres subterráneos. Se registraron unos 400 suicidios.
Desde que el hombre existe se anuncian catástrofes y ninguna se cumple. Quienes creen en la teología tradicional, saben que son quimeras porque Dios, dicen los teólogos, ha creado a la naturaleza y al hombre para crecer y desarrollarse.
Entre las catástrofes anunciadas la más sintomática e hilarante fue la de Orson Wells. La CBS advirtió que era una ficción, pero algunos distraídos lo creyeron real. “Interrumpimos nuestro programa… para anunciarles… que las observaciones científicas y la realidad nos obligan a creer que los extraños que han aterrizado… son la vanguardia de un ejército invasor procedente de… Marte…”
El pánico nubla la mente y se imaginan cosas y se autoconvencen de que son reales. Carl Philips desde Grovers Mill, trasmitía: “esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado… Alguien está avanzando… Puedo ver… dos discos luminosos…”. Miles abandonaron sus casas, colapsando carreteras. Los teléfonos de emergencia recibieron innumerables mensajes que decían haber visto -muertos por covid- extraterrestres.
Aitor Moya, en el ABC de España, escribió: “Hoy resulta impensable concebir que un fenómeno tan extraordinario… pudiera volver a suceder”. Pero sucede. Algún Orson Wells moderno anunció un tremendo ataque de un virus peligroso y los medios lo potenciaron al punto de poner, en su primera plana, terroríficas historias y la cantidad de muertos que en el mundo superan la “aterradora” cifra de 2,5 millones.
Bueno, no es ni el 0.034 % de la humanidad, pero cunde el pánico y toda cifra aterroriza. Es menos de los que mueren por otras enfermedades, por caso, la cuarta parte de los que fallecen por cáncer y son menos del 10 % de las muertes totales.
Fríamente todos reconocen que la cifra de víctimas del covid no es alta, pero argumentan que son pocos, precisamente, gracias a las medidas adoptadas, ¿cómo lo saben? Pues se los dice el pánico porque no hay argumento serio, científico que lo avale, por el contrario, la ciencia los desmiente. Es imposible una comprobación empírica porque, como no ocurrió que no hubiera intervenciones policiales (en uso del monopolio estatal de la violencia) de los gobiernos, no hay datos al respecto.
Por cierto, dice el sentido común que para estar sanos hay que hacer deportes, respirar aire libre, trabajar y socializar para estar animados, comer y dormir bien. Y la ciencia ha establecido de manera concluyente que la violencia destruye, o sea, las acciones policiales de los gobiernos destruyen y los datos lo corroborarían: aun en el peor supuesto del avance del covid, el número de muertos no llegaría ni a un décimo de aquellos debido a las medidas coactivas de los gobiernos que provocan una crisis social y económica que lleva a cientos de millones de desnutridos, miles de suicidios y otras muchas calamidades.
No está mal cuidarse. Está muy mal la violencia y el descreimiento en la naturaleza.
*Asesor Senior en The Cedar Portfolio y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California