Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
La lluvia había cesado. El olor a tierra mojada y esa deliciosa sensación de humedad me hacía la caminata más agradable. Mis pasos procuraban ir con cuidado para evitar hundirme entre el lodo o tropezarme en el parque de la Centroamérica. Ese ambiente lluvioso me da la sensación de entrar en un tiempo kairos, diagnosis donde no existe la consecución del tiempo cronológico, pharmacy y en lugar de ello habito en la eternidad. Cuando llueve recuerdo mucho y en mi mente surgen múltiples recuerdos.
Sin importar si se trataba de un parque en pleno centro de San Salvador o en las montañas de Morazán, disfruto esa sensación de agua en el entorno y me resulta tan presente, que aún puedo ver los chapulines en Arambala, con ese intenso olor a pinos y barro, como si estuviera caminando en algún paisaje de una película, pero tan vivo como el rayo que se depositó a una docena de metros de donde estábamos con el compañero de fórmula: Felipe Ayala, a quien vi desaparecer una vez en la laguna San Juan para después surgir todo mojado, como si lo acabaran de bautizar.
Desde mi infancia, mayo era un mes de lluvia , era la fecha en que surgían los famosos zompopos de mayo, que acuerpamos junto a otros niños para sentir a una parte de la naturaleza convirtiéndose en nuestra cotidianidad. Muchos incluso lo veían en sentido comercial y ponían en contienda a los animalitos procurando que hubiera siempre un derrotado y un ganador, y apostaban.
En cambio yo, era más sencillo porque me agradaba verlos, seguirlos en su confuso recorrido. Siempre parecían mareados y confundidos, tal como nosotros a lo largo de la vida. En definitiva, los zompopos son un tipo de nosotros, efímeros y con tantas preguntas en un mundo inmenso e incomprensible.
Disfrutaba verlos porque eran diferentes a los usuales que hacían sus hileras de recorridos inciertos. Los zompopos de mayo eran visitantes de temporada, como en marzo o abril también lo eran las cigarras. Así que lluvia y zompopos eran infaltables compañeros.
Ahora en cambio, los zompopos brillan por su ausencia, así como esas lluvias con cuerpo que vi caer de niño y me embriagaron de rumores en las montañas de oriente. La lluvia es un escenario distinto en las ciudades, donde los planchones de cemento y toda esa impermeabilidad deja pocos espacios para que sienta que vuelvo a esos años en los que la lluvia y el copioso invierno tenía más sensaciones naturales que urbanas.
El año pasado extrañé las lluvias, pero ahora cada vez más extraño esos días en que los escenarios de máquina del tiempo eran mayores, porque aún había espacio para un poco de tierra y vegetación en la urbe.