Samah Jabr**
Middle East Monitor
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Si bien cabe esperar que la aplicación del control militar sobre un país ocupado cause dolor y traumas inevitables en sus ciudadanos, la historia de la política israelí ha superado con creces cualquier necesidad “pragmática” que pueda tener un ocupante de dominar y someter a una población local. La humillación que Israel impone a los palestinos es un fin en sí misma. La humillación es por tanto una de las heridas más importantes que se experimentan en el contexto palestino; sin embargo, se denuncia en tan escasas ocasiones que ha pasado ya a considerarse algo casi normal.
A pesar de las resoluciones de las Naciones Unidas, la aquiescencia global ante la ocupación de Palestina por parte de las anteriores potencias coloniales ha negado a los palestinos su libertad, su estatus de ciudadanos y su ejercicio de los derechos humanos a nivel internacional. A nivel de la sociedad, la ocupación ha generado capas y capas de humillaciones al mantener la desigualdad en las relaciones de poder y en las percepciones del estatus cultural. Además de estas amplias fuentes de agravio, a los palestinos no se les escatima tampoco toda una serie de inacabables experiencias de humillación como individuos.
Las omnipresentes fuerzas israelíes entran en contacto diario con los hombres, mujeres y niños palestinos; en esas interacciones, la humillación y la vergüenza son habituales. Una se pregunta: ¿cómo puede un hombre humillado mirar a los ojos de su mujer y hacer que se sienta protegida y orgullosa? ¿Cómo puede un padre humillado prometerle un futuro mejor a un pequeño que depende de un ser humano al que le han destrozado el espíritu?
En un ejemplo que resulta aleccionador, Isa (se han cambiado todos los nombres por razones de seguridad), un hombre que trabajaba como conductor para una organización médica, había llevado a un grupo de trabajadores de la salud a una zona aislada afectada por la violencia política. Mientras esperaba dentro de su vehículo a que sus compañeros volvieran, los soldados israelíes se aproximaron para preguntarle qué es lo que estaba haciendo. Presentó la documentación pertinente que demostraba que él y la organización médica estaban autorizados para entrar en ese lugar y explicó que esperaba a sus colegas para llevarles de vuelta. Un soldado empezó a gritarle en una forma que todo el mundo pudo escuchar: “¡Estáis aquí para curar perros! ¡Ven a mi casa y cura a mi perro, que está enfermo!” El conductor le respondió: “Yo no curo a nadie. Sólo conduzco el coche”. Como respuesta, el soldado golpeó a Isa en la cara.
En otra situación, mi paciente Mazen volvía andando a casa desde el trabajo a altas horas de la noche por el Monte Scopus, en la zona de Jerusalén. Le pararon tres soldados que le empujaron contra un muro para perpetrar un acto de humillación que incluyó patearle y arrancarle la ropa. Le preguntaron por los nombres de su mujer, hermanas y madre e insultaron a estas mujeres con epítetos groseros. Insistieron en que Mazen repitiera esas obscenidades hasta que finalmente le hicieron llorar. En ese momento, los soldados se echaron a reír.
En otro ejemplo, el ejército israelí atacó una prisión palestina en la ciudad de Jericó en el mes de marzo y obligó a los detenidos y a los guardianes palestinos a desnudarse. Los israelíes tomaron fotos de los detenidos y los guardias de la prisión en ropa interior y las distribuyeron por las redes sociales.
Obligar a los palestinos a desnudarse es en realidad una práctica habitual que se impone en el aeropuerto y en los puestos de control establecidos por todas partes. En el aeropuerto, los guardias de seguridad depositan los pañuelos y los zapatos de las mujeres palestinas en la misma bandeja de plástico para su escaneo. De hecho, en una ocasión les pedí que pusieran mis zapatos y mi pañuelo en bandejas separadas para evitar que se ensuciara el pañuelo y me dijeron que si no cumplía las “normas” no me iban a permitir subir a bordo.
Internet proporciona frecuentes oportunidades para exponer a los palestinos a la vergüenza y la humillación, como las prácticas degradantes de jóvenes mujeres-soldado israelíes posando junto a ancianos palestinos que aparecen con los ojos vendados y esposados para publicar esas imágenes en las redes sociales.
Estos actos omnipresentes de humillación personal no son un mero resultado de la ocupación, sino que conforman el núcleo de su política. Un rasgo esencial de la ocupación es atacar y socavar cada faceta de la identidad palestina, especialmente aquellos aspectos de la misma que son fuente de orgullo para el emergente desarrollo moral e intelectual de una nación palestina. Los actos de humillación pretenden destruir las fuentes de autonomía e independencia. Su objetivo es reducir a los palestinos a un estado de silencio pasivo. Al mismo tiempo, la humillación de los palestinos es una herramienta que alivia las ansiedades y recelos de las fuerzas israelíes y sus beneficiarios entre el público israelí.
Un aspecto aún más penoso de la humillación es el que se experimenta cuando nuestros dirigentes se someten ante las fechorías de Israel. La rendición del liderazgo palestino a la agresión israelí socava la fortaleza del pueblo palestino tanto en términos psicológicos como respecto a la producción económica. Ese liderazgo palestino proyecta ante el mundo una imagen de débiles mendigos que sólo se merecen que sean mendaces con ellos, mientras echan una mano en los esfuerzos para procesar a la resistencia y oposición palestinas, a la vez que agotan los recursos de su población con tasas, impuestos y préstamos. ¡Y en medio de tanto daño y deterioro, la Autoridad Palestina envió a una delegación de quince miembros de alto perfil, liderados por Muhammad Al-Madani, miembro del Comité Ejecutivo de la OLP, a que “enumeraran los méritos” del fallecido en una visita de condolencias a la familia de Munir Ammar, el jefe de la administración civil israelí y responsable del apoyo facilitado a los ilegales asentamientos en Cisjordania!
Estas historias deberían contarse pero, con demasiada frecuencia, no es ese el caso.
Imponer la humillación tiene coo objetivo principal producir un sentimiento intenso de debilidad tanto en los individuos palestinos como en la comunidad como un todo. La experiencia de la humillación es inexpresable; la vergüenza asociada a ella impide que la gente pueda poner sus historias en palabras y hace que esas historias se resistan a la narración. A su vez, el miedo y la hipocresía silencian la validación pública de la experiencia de la humillación. Temiendo el dolor de la validación pública, los humillados se aíslan aún más. De esa forma, resulta inviable procesar de otra manera la experiencia de la humillación; hace imposible construir una reconvención por la que a la víctima se la conceptualice como protagonista y los hechos puedan cargarse de nuevos significados que vuelvan a conectar a dicha víctima con toda una red de relaciones de apoyo.
Recientemente, el representante de Israel ante la ONU salió elegido presidente del Comité Legal de dicha organización la misma semana del aniversario de su ilegal ocupación del territorio palestino en 1967, a pesar del largo historial de rechazo de Israel a las resoluciones de la ONU y a sus violaciones del derecho internacional. Sucesos como estos niegan al pueblo palestino la posibilidad de articular reconvenciones en el escenario mundial para poder denunciar nuestras experiencias de injusticia y humillación. Estos sucesos nos vuelven más vulnerables ante la narrativa de que nuestra humillación es necesaria, apropiada y justa.
Es un hecho desafortunado que la humillación ponga en marcha factores psicológicos que afectan y perjudican a los humillados. Las emociones de una persona humillada no acaban en esa humillación, muy al contrario. Muchas personas humilladas sintonizan de forma refinada con los sentimientos y expectativas del que la perpetra y se mantienen vigilantes para evitar reconocer su propia rabia. Pueden poner en marcha impulsos que les hacen identificarse con el agresor y evidenciar la humillación de quienes se resisten ante la misma con orgullo. Vemos estas dinámicas en los palestinos que justifican la humillación de quienes se atreven a resistir al ocupante; vemos estas dinámicas en los que culpan a quienes se quejan de la humillación, afirmando que estas víctimas son personalidades meramente vulnerables o débiles, como si la experiencia de la humillación se hubiera producido sólo en sus cabezas en vez de en la realidad.
Desde una perspectiva psicológica, la experiencia de la humillación es altamente patógena. Socava el yo y conduce a estados de rabia impotente. De hecho, cuando los pacientes se presentan en una clínica de salud mental con importantes perfiles diagnósticos de depresión, ansiedad e incluso tendencias suicidas, hay a menudo historias de humillación tras todos esos síntomas. La humillación puede también producir una intensa rabia activa; la impotencia frente al agresor, la víctima puede ver a cualquiera como una representación del “otro”. Con la activación de estas dinámicas de grupo, vemos un ciclo vicioso de venganza contra la misma comunidad humillada a través de la perpetuación de nuevas humillaciones y violencia; estoy escribiendo estas líneas justo tras el asesinato perpetrado hoy de cinco palestinos a manos de palestinos en Yenin y Nablus.
La humillación limita la capacidad para creer y crecer. De esta manera, la tiranía y la humillación que protegen la ocupación tienden a reducir al más estrecho nivel orgánico la confianza y cooperación entre la comunidad palestina y sus miembros: la familia, la tribu y el partido político. Esta reducción del círculo de la inclusión social lleva a menudo a antagonismos y a pensar en términos de blanco o negro. Estos impulsos hacia la venganza nacen de la humillación y de la desigualdad en las circunstancias, no de factores culturales o innatos. Vemos cómo estos elementos funcionaron en Palestina tras las elecciones de 2006, cuando el proceso de evolución política constructiva fue reducido a cenizas debido, entre otras causas, al faccionalismo político y a la polarización. De ese modo Israel pudo levantar sus banderas de victoria sobre la derrotada causa colectiva palestina. Estas dinámicas estaban presentes en las fuerzas que provocaron la división en Gaza hace nueve años. Las experiencias de humillación cambian el tejido social, creando nuevos hechos sociales que no resulta fácil erradicar de la historia; se graban en el alma, en los recuerdos, en las fantasías y en la formación de nuevas estructuras sociales.
Las intervenciones terapéuticas que impiden que las personas huyan de sus historias y les ayuden a comprender la dinámica del poder son intervenciones que redefinen la experiencia con nuevas valoraciones. En terapia, la capacidad individual para generar reconvenciones es identificada, fomentada y ejercitada. El desarrollo de una reconvención personal es clave para que el individuo recupere la propiedad sobre su propia vida y objetivos.
A menudo es necesario explorar de forma detallada las experiencias de la víctima y recrear la narrativa de los hechos. Al clarificar los hechos, es posible entonces examinar cómo la víctima comprende la mente del agresor: ¿por qué el agresor necesita humillar, coaccionar, degradar y violar a la víctima? Al considerar y analizar estas preguntas, la víctima puede a menudo evaluar al agresor de dentro hacia afuera como inseguro, ansioso, pervertido y codicioso. El colonizador es visto como alguien que intenta reafirmar un pretendido estatus frente a los “nativos”, una fantasía que requiere que el colonizador intente degradarles y deshumanizarles. Desde esta perspectiva, mi paciente Mazen llegó a reconocer que los soldados israelíes le percibían como un marido masculino y protector que les hacía experimentar determinadas ansiedades respecto a su propia masculinidad; su envidia y resentimiento ante su aptitud encontraban una vía de escape al obligarle a representar una obscena traición hacia su mujer, madre y hermanas.
La causa de la liberación palestina necesita asimismo de un cambio de esquemas respecto a la humillación tanto a nivel individual como nacional. La liberación requiere la participación activa y el compromiso con los principios de igualdad y desarrollo político. Requiere una madurez cultural y moral que sea capaz de comprender y contener los impulsos de venganza. La liberación requiere el abandono de las políticas de exclusión, privación o sometimiento ante la tiranía que aplastan la resistencia al inducir a la pasividad, a la venganza y fragmentación social. Fuera de las experiencias de humillación y a través de nuestra percepción de esas experiencias, Palestina puede forjar una identidad libre centrada en los derechos humanos y en la dignidad humana.
**Samah Yabr es psiquiatra y psicoterapeuta en Jerusalén, dedicada a cuidar del bienestar comunitario más allá de las cuestiones de la enfermedad mental. Escribe a menudo sobre salud mental en la Palestina ocupada
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