Carlos Girón S.
Se dice que cuando al Rey Salomón se le preguntó qué era lo que más quería y deseaba en el mundo, él respondió diciendo que lo que pedía era Sabiduría, tener sabiduría para todo lo que hiciera en su vida y todo lo que pensara y dijera. De ahí que en casos de conflicto, cuestiones enmarañadas que se requiere resolver se diga que hace falta o que fue una “sentencia salomónica”. Sabia, entonces.
En nuestro mundo y nuestros tiempos pareciera que muchas, demasiadas gentes, hombres y mujeres, prefieren la ignorancia a la sabiduría. Parecieran sentirse más a gusto allí, en la ignorancia, que en la sabiduría. Por eso nuestras sociedades se sienten rodeadas y atrapadas en un cúmulo de problemas, de angustia, desesperación causados por tantos individuos que se inclinan más por el camino torcido que por el recto; el de las buenas acciones y no el de las malas. Vivimos por eso mismo en una vorágine de violencia, de crimen, de robo, de trampas, extorsiones… por la ignorancia. Por ignorar que todo en la existencia es un péndulo, una marea, una noria, que el efecto de toda acción, todo pensamiento no se pierde en el vacío, pues este no existe en el Universo. Toda acción tiene su reacción; todo acto tiene su compensación.
El común de la gente ignora –como una monumental ignorancia- que en cada uno mora Dios, lo mismo que Su Hijo, Jesucristo. Ignoramos esto como ignoramos y desatendemos el susurro de Sus llamados a no pecar, a caminar por el buen camino, a amarnos a nosotros mismos como el principio de poder amar a los demás. Si cada quien cuidara de sus pasos meticulosamente, tendría fuerza para rechazar la tentación –para el caso— de llenarse los bolsillos, los de sus parentelas y amigazos de fondos ajenos, como lo hacen tan a menudo, por ejemplo, quienes tienen el privilegio de llegar a ser gobernantes, presidentes, de un país… o siquiera altos o pequeños funcionarios.
Por lo que se acaba de decir, el que mata a un prójimo, no sabe que mata a Dios, es un deicida; mata a su Cristo interior. Ignora asimismo que el que a hierro mata, a hierro muere. Tal vez no en esta misma vida, pero sí con seguridad en una de las próximas. Allí pagará con creces su crimen. Y, téngase presente que crimen no solo es el de matar; también lo es robar, escamonear los derechos de un pueblo, negarle el derecho a recursos naturales que Dios ha establecido para todos, no para privilegiados –como el agua potable. Y así por el estilo, toda la cadena de calamidades que padece el hombre en lo individual, como también colectivamente por causa de la ignorancia.
Pero, sin duda, la mayor de todas las ignorancias es esta: la de que el hombre no se conozca a sí mismo. Podrá conocer muchas cosas, ser sabio en muchos terrenos y ámbitos, pero si no se conoce a él mismo, es un Sócrates, quien decía que solo sabía que no sabía nada.
Los astrofísicos conocen infinidad de hechos del espacio, de las profundidades del Universo, medido temperaturas de este o aquel planeta o de uno de sus satélites; de que en Marte hay vestigios que tiene agua o que la tuvo en el remoto pasado. Los astrobiofísicos han colocado satélites inteligentes en Marte como en Júpiter para analizar si encuentran señales de vida como la conocemos aquí en nuestra Tierra.
Si el Universo exterior le parece infinito al hombre, debería asombrarse de saber qué más infinito e insondable es su Universo interior. Ni la psicología ni la psiquiatría modernas han logrado descubrir las raíces de la compulsión de los asesinos para matar con tanta sangre fría, como los muchachos que hacen masacres en sus colegios o universidades en algunas latitudes.
La compulsión a robar, a extorsionar, a violar, en fin, la raíz de todas las conductas torcidas de los humanos. ¿Por qué la pertinacia humana a ignorar la voz de la conciencia, que todas las veces está señalando qué es lo bueno o lo no bueno en las acciones de cada rato de los hombres y las mujeres.
Y un hecho de lo más triste es ver a un ignorante investido de poder. De poder económico o poder político. Es terrible. Capaz de hacer las más grandes y peores barbaridades en contra de los demás.
Como es ignorante quizá no se da ni cuenta de lo que hace, actúa inconscientemente, simplemente empujado por su ignorancia. Ignorancia en la que muchos se entronizan y endiosan.
Y el chiste es que hay muchos que se consideran grandes letrados y, sin embargo, en el fondo y en sus actuaciones se muestra que no son más que ignorantes de las grandes verdades y realidades de la existencia.