Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
La primera vez que escuché hablar de una manera muy apasionada sobre el valor de la intuición, salve como una forma de conocimiento profundo de la realidad, salve fue en la clase de Teoría Literaria que nos impartía hace más de treinta años, el maestro, poeta y escritor Francisco Andrés Escobar (1942-2010), tan querido y recordado.
Paco, era vehemente cuando se refería a aspectos que consideraba capitales en la formación académica, y sobre todo, en la vida. En esa vida universitaria que disfrutamos, tan alegre y despreocupada, yendo de fiesta en fiesta, de libro en libro. Preparando exámenes y desdeñando a profesores y condiscípulos.
Nuestro maestro, afirmaba, que la poesía era un acto intuitivo, y que el poeta tenía esa especial facultad, la de ir a lo esencial de las cosas, mediante el misterio de las palabras, que adoptaban las más inimaginables figuras literarias, no como un artificio vacuo, sino como una raigal necesidad, como una exigencia entrañable.
Hasta que Paco lo explicó tan bien, tuve la gráfica perfecta de aquella mi fascinación desde niño por la poesía; y luego, ya adolescente, por la escritura. Por esos días leí el prefacio del “Libro de Poemas” de Lorca, y todo quedó más cristalino aún.
Veamos un fragmento del prefacio: “Pero ¿qué voy a decir yo de la Poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo? Mirar, mirar, mirarlas, mirarle, y nada más (…) .Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la Poesía. Aquí está; mira. Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él sin literatura”.
No había duda, la poesía era un acto de la intuición. Y sobre este arcano poder, el místico Ralph M. Lewis, nos dice: “La intuición es percibida comúnmente como un conocimiento profundo o una guía clara que nuestra mente recibe sin necesidad de razonar”.
A partir del positivismo -tan mecanicista hacia las ciencias sociales- la intuición fue desterrada rabiosamente, y considerada una superchería. Sin embargo, ha sido siempre la intuición, la gran guía en la investigación científica, y en la vida misma, cotidiana y trascendental, de los seres humanos.
Hace unos días, mi amigo el historiador Miguel Ángel Aguilar Cardona, me traía a cuenta lo importante de la intuición, como una preciosa lámpara, capaz de disipar las tinieblas, señalando sorprendentes rutas en la investigación.
Por ello, el místico Lewis, insiste: “Cuando recibimos ese conocimiento intuitivo es tan claro y convincente, que no nos queda la menor duda de su veracidad. En otras palabras, cuando razonamos muchas veces cuestionamos la validez de nuestro juicio, pero casi nunca dudamos de lo que nos dicta la intuición”.
¿Qué sería de nosotros sin la intuición? ¿Qué sería de esos enigmáticos presentimientos y corazonadas, que muchas veces nos salvan del peligro o nos señalan otras rutas bondadosas?
Hay que renunciar a las ortodoxias del conocimiento, y abrirse a los caminos naturales, alternos de la intuición. Una caja repleta, con toda seguridad, de sorprendentes y útiles maravillas.