Por David Rivas
Agencia de Prensa Salvadoreña, healing APS.
Amalio Blanco es un sicólogo social español con una amplia trayectoria profesional académica, drugstore que ha publicado numerosos artículos, libros y dirigido publicaciones especializadas. Formado en prestigiosas universidades de España, Estados Unidos, Suiza y Alemania, este científico considera que “la impunidad es un componente que refuerza los comportamientos agresivos de las personas en una sociedad, donde se puede causar daño (como asesinar) y no pasa nada, no hay castigo como consecuencia de la agresión”.
Afirma que el problema de la violencia no es un problema de personas violentas, sino de contextos que facilitan, que provocan, que justifican y legitiman la violencia”. Y también expresa, con cierta amargura, que los jóvenes de las pandillas “son proyectos de vida truncados. Porque no existe para ellos el futuro”.
Blanco fue colega y amigo entrañable del también sicólogo social Ignacio Martín Baró, el jesuita español vicerector de la UCA asesinado junto a cinco de sus hermanos sacerdotes en la masacre del 16 de noviembre de 1989. Recuerda lo duro que fue para él recibir la noticia del crimen de “Nacho”, de quien conserva un colección de cartas. Recuerda cuando le conoció en un congreso en 1979. Martín-Baró le confió el borrador de Acción e Ideología, aquel libro tantas veces citado y tan leído hasta el día de hoy.
Se encuentra esta semana en El Salvador para presentar el libro “El Realismo Crítico: fundamentos y aplicaciones”, editado junto a Mauricio Gaborit. Se trata de una selección cuidadosa de artículos de Martín Baró, en su mayoría inéditos, que muestran sus grandes preocupaciones, como el drama del sufrimiento humano, la violencia y el genocidio en El Salvador, así como el saber sicológico que necesita el país.
La recuperación de estos ensayos, afirman Gaborit y Blanco, “tiene el propósito de rendir un homenaje a quien, junto a sus compañeros jesuitas, Elba y Celina Ramos, entregaron su vida por la verdad en El Salvador en un tiempo de represión, intolerancia y sufrimiento”. En el mismo acto, la UCA también condecorará este jueves 2 de junio a Blanco, con la medalla José Simeón Cañas.
Durante su estadía en el país concedió una entrevista de 40 minutos a APS, de la cual presentamos la siguiente edición:
¿Dónde estaban esos textos de Martín Baró?
Estaban en el Centro Monseñor Romero. Ahí hay textos de él y del resto de sacerdotes asesinados. Yo los conocía y parte de ellos los tenía fotocopiados. Accedí al archivo personal de Ignacio Martín Baró, por lo que tendré siempre una deuda de gratitud con ellos (la UCA), por la confianza que depositaron en mí. En un principio los jesuitas no eran partidarios de publicar lo no publicado. Porque si no estaba publicado era por voluntad de ellos, del autor.
¿De qué nos hablan estos textos, tienen alguna vigencia en el momento actual que vive El Salvador?
Escritos sobre violencia, guerra y trauma, salud mental. Textos muy vigentes. Es una de las grandes aportaciones de Martin Baró a la teoría sicológica. Hay conceptos de Martín Baró que merecerían pasar a la historia de la sicología.
¿Y qué nos dicen estos textos inéditos?
El criterio de selección fue aleatorio, pero con una idea. Intentamos saber si el pensamiento de Ignacio Martín Baró, consagrado teórico de la ciencia social de los años 80, luego de que él regresa en 1979 de Chicago, que elabora una epistemología muy latinoamericana desde el punto de vista sicosocial, saber si hay algún indicio que pudiera anticipar su pensamiento. Seleccionamos textos de un Ignacio Martín Baró jovencito de 21 años, estudiante de filosofía en la universidad Javeriana, un texto sobre el materialismo dialéctico, un texto sobre violencia en El Salvador (se titula genocidio en El Salvador), seleccionamos un texto sobre ética en filosofía, otro sobre los cristianos y la violencia, por esa visión más pastoral, mas religiosa, que compartía Martín Baró.
Entonces el criterio era, el Ignacio Martín Baró científico social, que se nutre y alimenta de la teología de la liberación y el Ignacio Martín Baró que aborda el estudio de la violencia, que probablemente fue uno de los temas que más y mejor trabajó. Seleccionamos como siete seis o siete textos en torno a esos criterios. Lo importante fue descubrir que efectivamente, algunas de las posiciones teóricas y epistemológicas de Ignacio Martín-Baró están impresas e implícitas en un joven Martín-Baró, clarísimamente, desde joven.
Violencia es una palabra que ha perseguido por décadas a El Salvador. ¿Siguen teniendo vigencia estos textos de Martín Baró para entender a un El Salvador actual?
Total vigencia. Porque el eje que Ignacio Martín-Baró tiene sobre el estudio de la violencia se rige por un principio muy sencillo que en sicología social es muy consabido: Ningún aspecto del comportamiento humano puede ser cabalmente analizado y mucho menos resuelto sin tener en cuenta dos condiciones importantes. Una es que somos personas con rasgos y características que nos diferencian, singularizan a unas personas respecto a otras. Pero que el ser humano no está suspendido en el vacío y que su comportamiento está inserto en un determinado contexto. Que es un contexto macro social que en El Salvador está relacionado con la injusticia social, la desigualdad Y la segunda condición es el contexto micro social, porque uno nace en una determinada familia y vive en un determinado entorno geográfico. Eso ejerce mucha mayor influencia que lo macro social.
Los grupos primarios filtran lo que son los grandes marcos culturales, de tipo más macro social. Se transmite a la persona a través de instancias mucho más cercanas a nuestra piel. Y ahí la instancia familiar juega un papel mucho más importante. En líneas generales la familia como un grupo primario.
¿Si usted me preguntara qué importancia tendría, en el marco de la violencia, lo contextual o lo personal? Yo le diría que cuando estamos en un contexto de una violencia sistemática y prolongada, como es la historia de El Salvador, es mucho más importante el contexto, el clima, el ambiente social que la persona en el ejercicio y en la manifestación de la violencia. Esa es la propuesta de Ignacio Martín Baró. Y por supuesto esa propuesta tiene una absoluta validez.
Yo pondría un matiz. Por ejemplo cuando Ignacio Martín Baró analiza la guerra (salvadoreña), él utiliza la lucha de clases como una de las características, como uno de los activadores, como una de las motivaciones de las causas más importantes. Hoy en día no estamos en guerra pero la violencia se cobra tantas o más víctimas que durante la guerra. Pero ya en la lucha de clases ocupa un lugar mucho más secundario y, yo le daría, mucho más importancia a esas instancias muy micro sociales, con las que estamos continuamente en contacto hoy en día en El Salvador.
Ignacio Martín Baró utiliza las cuatro ideas, en torno a las cuales él elabora su historia sicosocial de la violencia, el maneja la idea de que hay una apertura individual a la violencia, que el ser humano tiene una posibilidad de ser violento, pero que evidentemente esa posibilidad ocupa un lugar ya muy secundario, porque junto a esa apertura humana biológica a la violencia, hay unas condiciones que la facilitan. Hay un fondo ideológico que las justifica, que las legitiman, que las bendice, y hay un aprendizaje de la violencia que uno lleva como impreso en su código social, no en su código genético.
En último término, la violencia se convierte en un valor positivo. Ser violento es útil socialmente. A través de la violencia se consiguen cosas buenas, entre comillas, aunque tiene una corta vida. Porque terminará siendo pasto y objeto de la violencia. Pero qué más da si el resto de la vida tú lo ves como una enorme negrura.
Para la gente que vive el día a día por ejemplo…
Claro, qué más da el futuro si no lo tengo. Por tanto si yo a corto plazo puedo conseguir dinero, puedo conseguir poder, felicidad, aunque sea efímera. Los proyectos de vida de estos chicos (los pandilleros) son proyectos de vida truncados. No existe para ellos el futuro.
¿Cómo la sicología social nos puede ayudar a entender el fenómeno de las pandillas en El Salvador? ¿Los analistas nos dicen que es un fenómeno multicausal, producto de la desintegración familiar, de la exclusión, que los jóvenes no se sienten parte de la sociedad?
Yo tenía un profesor que decía todo está relacionado con todo pero no del todo. Evidentemente el fenómeno de las pandillas es un fenómeno multicausal, pero hay unas cosas que son mucho más importantes que otras. Y es ahí donde entramos en el debate. Y el debate se dirime como en dos grandes términos. Hay quienes optan por creer que el fenómeno de las pandillas tiene una causa fundamentalmente macro social: la pobreza, la injusticia social, la desigualdad social, la falta de oportunidades y se establece una relación entre causa y efecto. Y habemos otros que creemos que eso es así pero no del todo. Pobres hay muchos en el mundo y no todos los jóvenes pobres en El Salvador pertenecen a pandillas. La inmensa minoría de los jóvenes en El Salvador son los que pertenecen a pandillas. No se da una relación directa entre pobreza y violencia. Violencia ya sea en forma de terrorismo. Los jihadistas que ejecutan no son pobres, no vienen de núcleos de pobreza…
Hay quienes creemos que las instancias micro sociales juegan un papel relevante. La familia, la escuela y la comunidad juegan un papel relevante, de tal manera que si uno estudia el fenómeno de las pandillas uno de los resultados que a mí me ha llamado mucho la atención y que me descorazona, en el peor sentido del término, es las experiencias truncadas de los pandilleros, de escasa satisfacción de necesidades emocionales básicas, de cariño, apoyo, el sentimiento de pertenencia, la identidad, la protección. No estoy diciendo que la culpa de los pandilleros la tiene la familia. No. Simplemente que en la historia de cómo nos construimos, como personas, la instancia familiar juega un papel muy importante y cuando yo leo las investigaciones, veo que la familia siempre ocupa un lugar muy relevante. La falta de, la usencia de, o la presencia de… maltrato, abandono.
En la investigación que realizó en 2010 el IUDOP sobre 15 pandilleras, qué casualidad que todas ellas han sufrido violencia, maltrato, abusos sexuales. Esa experiencia es importante. Yo no diría si es más importante la pobreza que eso, pero desde luego establecer una relación entre desigualdad y violencia, injusticia social y violencia, sin que medie qué papel han jugado las instancias intermedias (como el entorno familiar) creo que es erróneo.
Se suele decir con frecuencia que estamos en guerra de nuevo. Hablan de guerra social. Lo cierto es que la violencia forma parte del día a día. No ha cambiado el semáforo y ya nos están pitando. ¿Podemos decir que esta sociedad está enferma de violencia?
No, lo que podemos decir es una cosa, elevando un poco el discurso. En el marco de la sicología nosotros hemos dicho que hay unas personas que son mucho más violentas que otras. Que hay personas que tienen rasgos de personalidad que los conduce a comportamientos violentos. Si la violencia fuera perpetrada sólo por personas patológicamente violentas, sicópatas, este mundo sería extraordinariamente feliz. Pero el problema de la violencia no es un problema de personas violentas, sino de contextos que facilitan, que provocan, que justifican y legitiman la violencia.
Podríamos decirlo de otra manera. Lo mismo que hablamos de personas patológicas, que dañan a otras personas, sicópatas, podemos hablar también de estructuras sociales también patológicas, estructuras sociales anormales, que facilitan, que justifican que llevan dentro de sí, y esto es muy duro decirlo, la posibilidad de hacer daño a otra persona sin que ocurra nada. Sin que haya ninguna consecuencia negativa. Y ese daño puede ser completamente absurdo, como pitar en el semáforo o puede ser un daño más importante (como asesinar). En el caso del semáforo es una molestia y no pasa nada. Pero claro, cuando está de por medio la vida de una persona, tampoco aparentemente pasa mucho, tampoco pasa demasiado. Porque la impunidad es un componente que refuerza los comportamientos agresivos. Lo refuerza porque en último término no hay un castigo como consecuencia de la agresión.
Usted ya nos dijo que la contribución de Martín Baró no solo ha sido al pensamiento y análisis del fenómeno de la violencia en El Salvador, sino que también ha sido una contribución a la sicología universal como ciencia. No siempre es fácil evaluar la contribución de un intelectual, pero cómo podemos medir el aporte de Martín-Baró?
Nosotros cuando medimos el aporte de una persona lo hacemos en términos cuantitativos. El aporte es el número de veces que una persona es citada en publicaciones, el convertirse o no en un marco de referencia, esa es una manera de medir el aporte, cuántas veces te citan. El índice de impacto. La penetración que IMB ha tenido en la sicología latinoamericana es una penetración fuerte. Ignacio Martin Baró es referente cuando se abordan temas como el trauma, el fatalismo y la violencia. Quienes leemos a IMB somos los sicólogos sociales y ahí sí que tiene un impacto incontestable. Es una aportación decisiva…
Nota importante: En Valladolid, la ciudad del centro de España donde nació Ignacio Martín-Baró en 1943, un colegio lleva su nombre. Su padre, el escritor Paco Martín Abril, nunca superó el golpe de la muerte de su hijo y sus hermanos siguen exigiendo justicia por aquel crimen.