Lourdes Argueta
Abogada
Cuanta vigencia tienen los versos del poeta salvadoreño más universal, Roque Dalton, como los de aquel poema llamado “El Gran Desprecio”, desde el cual exponía el sentimiento que invade a los revolucionarios ante un poder militar autoritario que perseguía, expulsaba y eliminaba a toda voz crítica contra la dictadura. País mío no existes, solo eres una mala silueta mía, una palabra que le creí al enemigo…
Como izquierda, estamos llamados no solo a interpretar la realidad desde un enfoque objetivo y dialectico, sino también a superar vicios que ponen en entredicho la vigencia y legitimidad de nuestra lucha.
A nuestro país lo mata la indiferencia, como resultado de la crisis del sistema democrático de las elites. ¿Cómo pedirle al pueblo que no sea indiferente? ¿Cómo pedirle que no asuma la democracia como el simple ejercicio del sufragio? Como pretender que haya empoderamiento popular y se desarrollen las condiciones de una democracia participativa, si nosotros mismos desde la izquierda, tenemos cierta responsabilidad en no haber promovido ni motivado al pueblo para que se asumiera como constructor de su propio destino, si lo que se defiende es el Estado Vertical de Derecho, donde lo que impera es una democracia meramente institucional, no social, no popular.
Es preciso tipificar el tipo de democracia de la sociedad capitalista para conocer sus alcances y sus límites, y en medio de ella y desde una visión trasformadora, al menos cuestionarnos qué y cómo vamos hacer en El Salvador, para revertir la indiferencia con la que se ven algunos sucesos que auguran un escenario más gris e incierto en nuestro país, en el que por ahora el oficialismo impunemente ejecuta una serie de medidas encaminadas a una aparente transformación y modernización del sistema político, a fin de consolidar y concentrar mayor poder de acuerdo a los intereses del nuevo grupo económico emergente.
Es aparente, porque el fondo del sistema político no cambia, al contrario, buscan consolidar un sistema político vertical, autoritario, represivo, excluyente, y viable a los intereses del mercado, violador de los derechos humanos, e impuesto mediante el poder hegemónico de las ideas de la elite política y económica a través múltiples formas de dominación, acompañado de una gran herramienta como lo es el desarrollo tecnológico y las diferentes plataformas de “comunicación” o de “información social”, porque la información que baja es en la dirección de generar visiones o percepciones que legitimen el estado actual de las cosas.
Es la fuerza política dominante la que selecciona lo que le interesa que sea de manejo público, mientras ellos sí tienen el privilegio de conocer mediante la Big Data y otros recursos más sofisticados como la IA, la información que transita en las plataformas sociales para saber cómo utilizar y manipular mediante emociones y sensaciones. Así es como gobiernan al mundo las grandes elites, pero en pequeño, es así mismo como gobiernan en nuestro país. Por lo tanto, cualquier tipo de trasformación si no es para desarrollar consciencia social y capacidad de pensamiento crítico y analítico en la sociedad, no es real, es una farsa.
La modernización del Estado solo es el recrudecimiento de las políticas neoliberales, las cuales tienen sustento en la estructura jurídica del Estado, que privilegia a las grandes empresas trasnacionales y las sucursales que administran en nuestro país los representantes de la burguesía salvadoreña.
Para que esto se consolide, la vía confiable como dice el dicho popular, es para las mayorías pan y circo, aunque es más circo que pan, porque ya hablar de alimentación en nuestro país es decir bastante, debido al alto costo de la vida, la falta de oportunidades y la capacidad adquisitiva real de las y los salvadoreños.
Lo paradójico, es que aun con esa realidad que golpea el bolsillo y estómago de las y los salvadoreños, el oficialismo consigue legitimar un segundo mandato presidencial <inconstitucional>, inaugurándolo con capturas arbitrarias, lesivas a los derechos humanos de personas que por su delicado estado de salud tienen derecho a un trato digno, pero lo que están cometiendo contra la humanidad de ellos es denigrante, y que atenta contra la salud y la vida, derechos que el Estado está en la obligación de proteger, pero que son acciones propias de un gobierno represivo y autoritario, que busca silenciar no solo a los capturados, sino a la organización social y popular del país.
Es lamentable, como producto de nuestras propias fallas desde la izquierda, que descuidamos o no profundizamos en la construcción de una democracia más real, autentica y participativa, ver ahora como ante la sociedad se impone y naturaliza este tipo de prácticas que creíamos haber superado y por las que ya se había pagado un alto precio para desmontar aquella dictadura. Ahora sentimos la indiferencia de la población, como respuesta a esa atención superficial y con enfoque electorero que no construye consciencia.
La crisis de la democracia institucional, favorece la recomposición de las clases dominantes en cualquier sociedad, porque mientras producto de las consecuencias de las políticas neoliberales, privatizadoras y excluyentes, las fuerzas de izquierda y progresistas logramos en muchos países arribar al ejecutivo, los sectores más recalcitrantes ganaron tiempo para modernizar y sofisticar las nuevas formas de dominación “cultural”, la implementación de la narrativa de la izquierda corrupta e incapaz, y nos expulsaron de los gobiernos, regresando ahora más fuertes, más agresivas y legitimadas por la población.
Una legitimación amañada, por supuesto, porque no hay consciencia real y profunda de lo que significa respaldar proyectos liberales, que parten de una supuesta indefinición ideológica entre derechas e izquierda, que instalan liderazgos por encima de la política, de los partidos y de la misma constitución, porque les es más viable para imponer las reglas del mercado y la reproducción del sistema capitalista, con la utilización de estos personajes que así como son utilizados, así pueden ser desechados por el desgaste que les generará no resolver los problemas reales de la población. La inversión de obras estéticas tendrá un efecto ilusorio de corto alcance, la necesidad de una vida digna es real y permanente.