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La inmoralidad, violar los derechos humanos, destruye

Alejandro A. Tagliavini*

Desde que se descubrió el llamado COVID-19 lo más dañado son los principios morales, y esto tendrá un altísimo costo. Derechos humanos básicos como la libertad están siendo violados sistemáticamente y la gente enardecida aplaude como en el circo romano. La falta de libertad significa que, utilizando la violencia -policial- se está impidiendo que una persona desarrolle plenamente su vida, violar la libertad es violentar la vida.

El argumento utilizado para justificar las cuarentenas forzadas convirtiendo a ciudades en ghettos –y los políticos avisan que no saben cuándo liberarán sin que importe la mísera del pueblo- es que no hay derecho a circular contagiando a otros. Y suele aplicase sin saber siquiera si la persona en cuestión está realmente infectada, y mucho menos si infecta a otros.

El derecho humano de la libertad -inviolable por que es el derecho a la vida- implica que, si alguien tiene miedo de ser contagiado en un espacio público, tiene la libertad de evitarlo, pero, pretender encarcelar a otra persona porque supuestamente lo contagiaría es una discriminación de alta inmoralidad.

Lo peor del caso es que, como el mal destruye -ya los griegos sabían que del mal nunca puede salir un bien- es creíble lo que aseguran grandes especialistas, que la cuarentena es destructiva, como toda violencia. Hasta el 24 de marzo, los muertos por el virus en países con cuarentena eran 6,100 en Italia y 2,700 en España. Mientras que donde no se aplicó cuarentena eran 120 en Corea -primer país en detectar el virus después de China- 33 en Suecia y 2 en Taiwán.

Los motivos son incontables, para empezar la cuarentena es mentira por que los vecinos salen al balcón y el de arriba puede infectar al de abajo, entre otras cosas. Es imposible asilar a las personas, solo se las puede encarcelar. Luego los encerrados se debilitan por falta de sol, de ejercicio y de contacto con los demás -que crea anticuerpos- y la gente se estresa, crece el pánico y la paranoia y saturan los hospitales. Las personas se tornan más agresivas e inhumanas: entre los miles de casos, una argentina se quedó sin su trasplante de médula que venía de Alemania por falta de vuelos, y a nadie le importó.

Luego, la destrucción de la economía por las prohibiciones al trabajo significa que, entre los marginados del mundo, cientos de miles sino millones de personas verán disminuir su calidad de vida al punto de que morirán por desnutrición y enfermedades, pero claro, a las clases medias asustadizas no les importa.

Y, finalmente, otra gran perdedora es la verdad. Nadie tiene mucha idea de lo que pasa y lo admiten, sin embargo, violentan a personas encarcelándolas y solo atinan a decir que siguen las recomendaciones de la OMS sin siquiera razonar objetivamente y con sentido común. Por cierto, tanta corrupción hay en la OMS que David Webb, jefe de Asuntos Internos admitió el año pasado que habían recibido más de 150 acusaciones.

Lo que la OMS no difunde con fuerza es que, según sus propios datos, desde el 31 de enero de 2019 murieron en el mundo unas 127.500 personas por influenza -mortalidad del 10 %- contra 17.000 por el llamado COVID-19 -mortalidad máxima 4 %- y que, si la curva del nuevo virus es muy pronunciada es precisamente porque es nuevo y todavía la gente no ha creado anticuerpos. Por cierto, muchos medios publican fotos que no serían tan aterradoras si las explicaran con claridad.

*Asesor Senior en The Cedar Portfolio  y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California

@alextagliavini

www.alejandrotagliavini.com.

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