Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Existe una preciosa joya de gran sabiduría humana, y acaso divina -en tanto el ser humano es también divino- cuyo autor fue el emperador Marco Aurelio (121-180 d. C.). Esta obra lleva por título: “Meditaciones”. Y pudiera resultar extraño que proceda de la pluma de un guerrero y político que se vio envuelto en tantas y tantas terráqueas cuestiones. Pero es, precisamente, por esta razón, y desde luego, por la excepcional inteligencia y sensibilidad del estadista filósofo, que este manual práctico -de cotidiana vida- vio la luz.
¿Dónde reside la fuerza que toda persona necesita para hacer frente a la siempre demandante realidad? ¿Cuál es la fuente de dónde brota el preciado y seguro sostén? La mayoría de las personas buscan –desesperadamente- fuera de ellas, el mágico elixir que les permitirá huir del miedo, alcanzando la cima de la felicidad. Sin embargo, ni el poder, el sexo, el dinero o el prestigio, pueden garantizar la anhelada dicha, la sublime paz.
La respuesta apunta hacia la divinidad interior. Varios pueden ser los caminos. Para Marco Aurelio, la senda orientadora es la filosofía. Veamos: “¿Qué nos puede guiar? Sólo una cosa: la filosofía, que consiste en mantener a nuestro dios interior sin afrentas ni daños, por encima de placeres y penas, sin dejar nada al azar, sin mentir ni fingir, al margen de lo que los demás hagan, aceptando los acontecimientos y la parte que le toca pues tienen su mismo origen. Y sobre todo, esperar la muerte con buena disposición, sabiendo que es sólo la disolución de los elementos que componen a los seres vivos”.
Lamentablemente nuestro mundo occidental, y aquel que se ha occidentalizado, en la connotación más inhumana, se ha perdido, situando las rústicas carreteras delante de los mansos bovinos; es decir, confundiendo lo accidental con lo esencial. Y esto no es vana disquisición; al contrario, los frutos de este errático proceder, saltan a la vista en los conflictos mundiales del presente, y en los gazapos en que a diario incurrimos localmente.
Nuestra época se vanagloria de los alcances digitales, comunicológicos y científicos; pero padecemos un tiempo de verdadera desconexión con lo realmente importante para nuestras propias existencias. Una época de horrendo desprecio por la vida y por el bienestar de los más necesitados.
Hemos erigido una estatua al egoísmo, y lo cargamos como el más venerado de los ídolos modernos. Empero, el romano escritor nos recuerda: “Acuérdate de que sólo eres una mínima parte de la sustancia total, de que sólo dispones de un breve intervalo del tiempo global, y de que sólo dispones de un pequeñísimo lugar en el destino”.
Por lo tanto, en tiempos difíciles, cuando la desventura invade el lar personal y patrio, estas palabras antiguas, adquieren asombrosa vigencia. No las desoigamos: “Entonces la inteligencia, libre de pasiones, es una ciudadela. Nadie puede retirarse a otro lugar más inatacable y seguro. Quien no se ha dado cuenta es un ignorante, pero quien lo sabe y no se refugia es un desgraciado”.