“La fuerza no engendra el derecho…”, escribió Juan Jacobo Rousseau, por lo tanto, la fuerza no legitima los actos de intolerancia para hacerse justicia, si ese fuera el caso. Lo anterior lo traemos a cuenta para referirnos a un problema serio que aqueja a la sociedad salvadoreña: la intolerancia, en todos sus niveles, y en todos los campos.
El miércoles pasado se viralizó un video en el que un hombre, de entre 35 a 40 años, desató su furia o su instinto salvaje contra un hombre de la tercera edad, a quien incluso le arrebató el bastón, para descargárselo un par de veces.
El adulto mayor, de acuerdo con la policía, tuvo que ser llevado a un hospital privado para ser tratado por los efectos de los golpes. El responsable de la agresión, gracias a las redes sociales, fue localizado y capturado y hoy, además de haber perdido su trabajo y separado de su familia por estar en prisión, enfrenta un proceso judicial, porque los delitos que le ha tipificado la Fiscalía pueden ser de hasta diez años de prisión.
Este hecho sucede justamente el día en que el Papa Francisco, en su catequesis del 2 de marzo, en el marco del inicio de la Cuaresma, hizo una reflexión de “el ciclo sobre el valor de la vejez: invito a descubrir la belleza del ritmo de la vida de los ancianos, a “perder tiempo” con los niños y las personas mayores”. “La alianza entre las dos generaciones en los extremos de la vida –los niños y los ancianos- ayuda también a las otras dos –los jóvenes y los adultos- a vincularse para hacer la existencia de todos más rica en humanidad”, agregó el Papa.
Que tan lejanos estamos en El Salvador de esa reflexión del Papa Francisco, si un adulto es capaz de desarmar el bastón contra el débil cuerpo de un hombre de la tercera edad.
Escuchando la reflexión del Papa, y a partir de la golpiza que recibió el septuagenario de parte un hombre aparentemente joven, no deja duda de que los valores que mueven a muchos en El Salvador es la cultura de la violencia. El hombre quiso justificar su reprochable acción, al acusar a su atacado de haberle “echado las llantas del vehículo en el que se conducía sobre sus pies”, no obstante, eso no pudo ser cierto, pues le hubiese desechos los dedos, y por lo tanto no pudo haber llegado hacia el anciano caminando y con la rapidez que lo hizo. Pero además, la violencia con la que actuó, no puede ser considerada como un acto de justicia, sino todo lo contrario.
Es preciso decir que la intolerancia está bien arraigada en El Salvador, en todos los niveles y en todas las áreas. El presidente de la República, Nayib Bukele, por ejemplo, ha mostrado hasta en cadena de radio y televisión acciones de intolerancia y, lo más grave, lo replican sus seguidores. Hay un par de matones seguidores del presidente Bukele en prisión por actos de intolerancia.
Cuando el presidente Bukele se ha burlado o ha ridiculizado a más de un periodista en Casa Presidencial, es algo que no puede ser tomado más que como un grave acto de intolerancia. Decimos grave, de suma gravedad, porque el presidente es el hombre más poderoso de El Salvador, y por lo tanto, no debería utilizar ese poder como herramienta para demostrar la intolerancia. Por el contrario, el presidente Bukele, con todo ese poder, debería mantener una campaña permanente contra la intolerancia, y promoviendo una cultura de paz.
Otro hecho grave de intolerancia sucedió dentro de la cancha de Usulután, donde un grupo de las barras de Luis Ángel Firpo y del Águila, se liaron a golpes a la vista de todos, incluso frente a la pantalla de la televisión. Que dos barras contrarias no puedan tolerar los colores del equipo preferido de unos y otros, es grave.
Hace algunos años, incluso, hubo hasta muertos, por el odio a los colores del otro equipo. Y así podríamos citar una gran cantidad de ejemplos, pero los anteriores son suficientes para hacer una reflexión y proponerse, en todos los niveles y en todos los terrenos, empezar una campaña contra la intolerancia y a favor de la cultura de paz. Qué bueno que el primero en hacerlo fuera el Gobierno, no perdamos la esperanza.