Por Wilfredo Arriola
La honestidad no es un traje fácil de llevar. Tener en cuenta esas características de sinceridad, de verticalidad con lo dicho, con el accionar, para nada se torna una tarea de simple manejo. Enfrentarse en la situación de etiquetar una acción como inservible es oficio de conocimiento y de afrontar con argumento las palabras dichas, no por mi placer de nombrarlo o porque esto entre a nuestro fuero personal de considerar que algo o incluso alguien sea inútil, como despectivamente se le otorga esa calificación: “inútil” que no me sirve, que no funciona de provecho o que en el momento no vale para nada, por eso se dice que quién te ayuda a tiempo te ayuda dos veces. Quizá muchos nos hemos encontrado en esa coyuntura, en ser, mencionar o hacer algo, inútil.
Con el paso del tiempo la educación ha cambiado, antes era de uso común que alguien le nombrara a otro ese despectivo calificativo “inútil” porque no podía realizar una actividad en particular donde se le pusiera la determinación de que lo haría. Hoy en día, también sucede, no dejaremos a un lado que siguen esas practicas que pueden dañar la integridad emocional de alguien haciéndole creer que no sirve para nada y eso le puede ocasionar un estigma en no desarrollar sus diferentes capacidades, que como todo ser humano tenemos, simplemente son distintas, ya que como dice la sabiduría popular no se le puede juzgar a un pez por trepar a un árbol. Esto, por un lado, la terrible palabra ostenta para otros contextos, cuando consideramos que ya no nos quedan esperanzas, y creemos que es “inútil” seguir o decir, será en vano, no funcionará… Y entramos a ese campo de la desesperanza y lo pensado pasa a otras circunstancias que muchas veces no sabemos comprender, y eso sinceramente duele, nadie podrá quedarse afuera de este paréntesis, como dice el poeta, “apostar por ti es como apostar al 7 que no está en los dados”.
Luego la inutilidad también cobra sentido en momentos donde la connotación se vuelve poética o funciona para momentos especiales, ocasiones como dar un pésame, funcionaría para el aliento de tal vez en muy raras ocasiones sentir lo mismo, pero es imposible, nadie siente lo que él o la otra siente, entra al campo de la inutilidad, dar un pésame. En ese mismo contexto querer decirle a alguien fallecido lo que tanto quisimos decirle, saber la derrota en cualquier sentido, perder pertenencias, repensar el posible dialogo después de una discusión y elaborar todas aquellas frases y palabras que hubiéramos querido decir: inútil.
Los términos dichos, las acciones que las queremos confundir con errores, pero han sido con total sinceridad y luego las vestimos con el disfraz de error. El perdón después de tantos años, las dedicatorias sin testigos, lamentar el tiempo perdido con personas que al final no valieron la pena y hoy valen la vergüenza, quejarse del gobierno sin realizar nada que pueda modificar la realidad, sentir consideración de la gente pordiosera en las calles sin darles una moneda y solo ofrendar tu lastima, inútil, rotundamente inútil. Aunque a veces esa inutilidad pudiera pasarse al cesto de la ignorancia, ese gran cesto que uno ocupa muchas veces sin darse cuenta. En el Oficio de Vivir, Cesare Pavese dijo: “Pero lo grande, la tremenda verdad es esta: sufrir no sirve para nada” es decir, sufrir es inútil, saber eso, pero no solo saberlo sino entenderlo, solucionaría gran parte de nuestras vidas.