Oscar A. Fernández O.
La izquierda como todos sabemos, healing es desde siempre la contraposición a la derecha, mind pero para la mayoría los límites entre ambas son muy vagos y el espectro ideológico que abarcan, pilule es igualmente vasto en las dos. Ser de izquierdas supone una determinada concepción más que del mundo, que es problema de la filosofía y las religiones, de los humanos, sus derechos y sus deberes. Por tanto, existe una relación directa entre la revolución y la izquierda. Los compromisos de la izquierda han sido distintos a través de la historia política: izquierda y anarquismo; izquierda y cristianismo, izquierda y cultura e izquierda y democracia.
Algunos insisten en que la izquierda actual se ha mantenido a la sombra de las derechas, empujada por la caída del sistema soviético y el embate de las ideas escépticas y pragmáticas que caracterizan esta fase de la era moderna. Otros sostienen, que se ha quedado sin argumentos frente a un mundo que mira la extensión de sus sociedades, basada en la economía de los grandes países capitalistas y de manera especial en los Estados Unidos, cabeza y alma del imperio global. Sin embargo, por muy lastimada que pudiera estar la izquierda, todavía le quedan fuerzas para clamar contra la injusticia de esos pueblos que mantienen el 30 por ciento o más por debajo de los límites de la miseria o de un mundo en que el 80 por ciento mueren de hambre, mientras el otro 20%, hace dietas para adelgazar.
Pero esta superficialidad que algunas izquierdas evidencian hoy, le han acarreado cruentos e incruentos ataques desde todos los ángulos del panorama político, que escudándose en lo económico y lo moral, intentan no sólo desprestigiarla, sino envilecerla y desautorizarla.
El marxismo no ha dejado de ser un referente intelectual, sin embargo la izquierda debe reconocer que éste ya no tiene la misma influencia política de antes, aunque sus planteamiento han vuelto a la palestra, aún entre los intelectuales del capitalismo. A Marx no le alcanzó la vida para definir el mecanismo eficaz que produciría el cambio de la realidad y el destino del capitalismo: el empobrecimiento de grandes masas de población y la proletarización de las capas medias. Pero nadie ha sido capaz, hasta hoy, de continuar esa construcción ideológica equiparable en fuerza, contundencia, seducción intelectual y penetración. Aunque comienzan a surgir algunos intentos en las escuelas marxistas contemporáneas.
Sin embargo, para los izquierdistas revolucionarios, el marxismo realiza una explicación muy completa de los orígenes del capitalismo, de las leyes de su funcionamiento y de la manera para poder revocarlo. Es una teoría de cómo las ricas naciones capitalistas podrían utilizar sus inmensos recursos para lograr la justicia y la prosperidad de sus pueblos. De ahí, el inmenso atractivo que ha ejercido tanto en muchos intelectuales, como en grandes masas de los pueblos del mundo. El contraste no puede ser mayor si lo comparamos con la ideología neoliberal, que va en dirección contraria.
Las derechas por su parte, también han sufrido una particular mutación. El conservadurismo clásico, poseedor de un bagaje de principios y concepciones del mundo con gran influencia religiosa, ha sido sucedido por un neoliberalismo sin contenido moral, que tiene capacidad de impulso político a pesar de todo, a través del consumismo.
La izquierda hoy necesita un proyecto político, el cuál no es sólo un conjunto de ideas y medidas, aunque sean brillantes. Un proyecto político, como decimos en un artículo anterior, tiene al menos cinco componentes políticos esenciales, sin los que es muy difícil lograr el apoyo social.
La dimensión ideológica que aporta los objetivos morales, éticos, de valores, su filosofía y su sentido más humano. Un programa, que establece los objetivos políticos del proyecto, es decir, los elementos más concretos y vinculados a cada realidad, lugar y personas que son objeto y sujeto de él. Una base social, que por la pretensión democrática del proyecto requiere una serie de personas, grupos y clases, cuya perspectiva de vida e interés puedan ser unidos detrás de unos objetivos políticos y morales.
Los instrumentos para la acción política operativa, que son básicamente los partidos políticos y el Estado. Los partidos políticos son los encargados de convertir las necesidades y demandas del pueblo o de otros sectores que representen, en decisiones políticas o a planteamientos programáticos. Sin embargo los partidos de izquierda hoy, deben entender y asumir que su actuación es en última instancia, con la institucionalidad del Estado, electa de forma democrática y legitimada, para imponer, si es necesario, una decisión. Finalmente, la estrategia que es la que ordena la ideología, el programa, la base social y los instrumentos políticos de acción en un tiempo determinado, con aliados específicos y con una idea de la oportunidad y el momento apropiado para conseguir una hegemonía política.
Sin estos elementos funcionando al unísono, es difícil decir que una fuerza política o un conjunto de ellas, tienen un diseño de intervención social económica y cultural de cambio. Esto da una legítima pretensión de convocar a las mayorías para alcanzar objetivos a mediano y largo plazo. Si falta alguno de estos elementos, la acción política es débil y puede decirse que no hay proyecto.
Buena parte de la izquierda está lastimada por la pérdida de referentes morales y de su utopía, como dice Habermas. Estas expresiones de la izquierda hoy, no han definido objetivos políticos claros, a pesar de que el “modelo” neoliberal ha caído en descrédito y de haber logrado ciertas cosas importantes como retomar el Estado y propiciar el fin de las dictaduras militares, lograr las libertades básicas, etc. La izquierda ha perdido aquella base social fiel y decididamente identificable, lo que ha producido una fractura que conduce a que las clases medias y otras, sean seducidas por los cantos de sirena de las derechas a través de un mercado, que solo como espejismo, está al alcance de todos.
La izquierda debe recobrar un proyecto propio y no sólo contestatario, manteniendo la continuidad con tradiciones que no deben abandonarse, defendiendo la democracia radical, la igualdad de oportunidades, la justicia y la solidaridad, asuntos que han costado tanta sangre a través de tantos años. Esta es una labor muy difícil que demanda tiempo, reflexiones profundas y grandes dosis de imaginación que exigen amplitud, diálogo y debate, triunfos y derrotas, pero que deben comenzar ya con algunas orientaciones oportunas.
El resurgimiento de la izquierda en nuestros días, tan necesario, no podrá producirse sin el rearme ideológico y estratégico. Hay que aprender de los errores cometidos. Hay que adaptar la estrategia al espacio y al tiempo, al país y al momento histórico. Pero hay ciertas líneas generales que pueden aplicarse globalmente. La izquierda debe diferenciarse de la derecha no sólo en sus objetivos sino también en sus métodos para alcanzarlos.
Nunca debemos olvidar que para cambiar el sistema no bastan las buenas intenciones ni tener la razón de nuestra parte. Las ideas son necesarias pero no son suficientes. Hay que luchar contra las minorías dominantes que controlan la sociedad, minorías que harán todo lo posible por evitar los cambios o desvirtuarlos. Aquellos que controlan especialmente la maquinaría ideológica, desde dónde se producen y reproducen las ideas que siembran como verdades inobjetables y que los pueblos generalmente aceptan sin resistencia. La clave entonces es la batalla ideológica. Donde sea y como sea, un verdadero militante de izquierda debe ser un luchador de ideas incansable, aun cuando esté en aparente desventaja. Un rebelde por convicción.