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La jornada mundial de los pobres

José M. Tojeira

Este domingo pasado, 19 de junio, celebró la Iglesia la primera Jornada Mundial de los Pobres. Es una idea del papa Francisco, sensible siempre al dolor de los pueblos y a uno de los problemas más graves del mundo en que vivimos. Escribió así un mensaje de preparación para dicha jornada en el mes de junio pasado. Y este domingo, además de almorzar con un nutrido número de pobres de la ciudad de Roma, dedicó la Misa y la homilía de la misma a reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos todos ante el fenómeno de la pobreza y el dolor de los pobres. Siendo la pobreza un problema grave en nuestro país, resulta importante reflexionar sobre algunas de las cosas que nos dice el papa Francisco.

El Papa comienza recordándonos que de todas las obras que el ser humano puede llevar a cabo, solo el amor permanece. Lo demás se esfuma o se sepulta en el recuerdo de la indignidad humana. Y desde ahí, desde ese amor que permanece, se nos recuerda que es el pobre el que nos salva. Antiguamente había un dicho que utilizaban distintos grupos progresistas para incidir en el desarrollo de la conciencia de los pobres: “Solo el pobre salva al pobre”, decían. En su reflexión el Papa nos recuerda que el pobre nos salva a todos. Porque el amor, la generosidad, si son verdaderos, no permiten ver a otra persona que sufre sin hacer algo por ella. El amor lanza siempre al servicio. Y son precisamente los pobres, necesitados de fraternidad, los que nos ayudan a descubrir la hermandad que con tanta frecuencia aceptamos en la oración del Padre Nuestro, a veces sin reflexionar adecuadamente sobre la inclusividad de esta oración que rezamos siempre en plural, como miembros de una sola comunidad y una sola especie.

Francisco resalta la frecuencia en que caemos en lo que podemos llamar delitos de omisión ante el hermano pobre y desamparado. Y en su mensaje preparatorio nos da una larga lista de personas que necesitan nuestra ayuda: “Conocemos la gran dificultad que surge en el mundo contemporáneo para identificar de forma clara la pobreza. Sin embargo, nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero. Qué lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada”.

“Amar al pobre -insiste el Papa- significa luchar contra todas las pobrezas”. ¿Luchamos adecuadamente en El Salvador contra las múltiples formas de pobreza? Ayer lunes fue el Día Universal del Niño. La realidad de nuestros niños, sujetos de los derechos del niño y los convenios internacionales que hemos firmado, contrasta con una dura realidad en la que abunda el castigo físico, el abuso, la mala alimentación y los obstáculos que impiden el desarrollo de las capacidades innatas de nuestros infantes. Despreocuparse por los niños que sufren pobreza es una de las muestras más fuertes de subdesarrollo ético. ¿Estamos nosotros en esa situación? Luchar contra la pobreza es ciertamente una exigencia cristiana, pero es también una exigencia ética y ciudadana que nos compete a todos. ¿Pueden los partidos políticos o el liderazgo económico o social darse el lujo de desinteresarse por la situación de pobreza en la que viven tantos hermanos nuestros? Los retos que tenemos en la lucha contra la pobreza son muy numerosos. Hacer más de lo que hacemos es una obligación para todos. Desterrarla del horizonte vital de nuestros niños una urgencia que debería quemarnos la conciencia.

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