Nelson López*
Durante una gran concentración de animales donde habían vertebrados e invertebrados, store el rey de los animales que comúnmente se le conoce como el rey de la selva, antes y después de que llegara Tarzán (primate criado por los monos), se dirigió a todos los presentes y les habló de la lealtad haciéndoles ver que era lo más importante que existía en el reino animal.
El temible orador se refirió a la deslealtad como lo más grave que pueda existir y que solamente los animales más inteligentes están propensos a caer en ese peligroso avatar, a tal grado que inmediatamente están sujetos a la ejecución sumaria o mas bien se les cataloga, sin ningún miramiento o consentimiento, como desertores y traidores al reino.
Los animales, en su mayoría, estaban atentos y temblorosos, y todos aceptaban lo que el rey proclamaba amenazante y prepotente. A pesar de ello, el único que se entretenía con una gran cantidad de mosquitos era el burro, al que no le importaba tanto la charla a pesar de que esta reunión era algo así como una convención a la que había que ponerle coco a lo que el rey decía.
Los demás, hasta el perro, estaban oyendo quietos, y si al caso, pensando en otra cosa, pero el rey seguía su perorata esperando lograr el efecto soñado que ¡todos le fueran leales! y que ninguno de ellos pensara y muchos menos hablara o se pusiera en contra de tal o cual decisión, ¡no! Lo único que tenían que hacer era oír y obedecer, sin actitudes disidentes.
El rey, ya a medio discurso, vio a los ojos de un tío de crianza de Tarzán y como tratando de adivinar, dijo, -por ejemplo este mono me parece que no es leal y que lo único que quiere son sus bananas y estar gritando todas sus locuras, pero eso no está del todo mal, toda vez se mantenga leal a mi y a mi animales de confianza, a mis mandos medios, que todos ustedes ya saben quienes son-.
Luego el rey miró a los ojos llorosos y un tanto enrojecidos del perro, quien con la lengua de fuera, y olfateando de vez en cuando a los vecinos a su lado, y moviendo la cola asintió como buen interlocutor paró las orejas para oír el rugido que le conminaba a ser fiel de verdad y no solo por interés como siempre lo hace. ¡No por gusto te dicen galgo! ¡Siempre andas tras cualquier hueso! ¡pero eso se acabó! ¡no te la querrás llevar de inteligente! Amenazó exacerbada la temible fiera.
Luego miró con menosprecio a los lagartos y a las hienas que parecían reírse de todo lo que él hablaba, vio de reojo a todos los insectos (las cucarachas hacían una buena mayoría) y por último se dirigió al burro, que sobresaltado apresó una tanda de mosquitos y con disimulo miró al orador. El rey con tono satisfecho y poniéndolo de –gran ejemplo- dijo a todos los correligionarios -¡todos ustedes deberían ser como ese leal y noble personaje! Y preguntó ¿o a caso no saben que Don Miguel Cervantes de Saavedra le tenía una gran admiración? ¿O a caso no saben que fue el medio de transporte de un gran hombre hace dos mil años? ¿por qué fue el burro? Bueno sencillamente y gritó con gran estruendo ¡tiene una onza de lealtad y esa vale más que cien libras de inteligencia! Y todos los súbditos aplaudieron y volvieron a ver al cuadrúpedo con envidia y con admiración. El burro, una vez más asintió, rebuznó, movió sus alargadas orejas y se puso a contar los mosquitos que había atrapado.
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