Orlando de Sola W.
Como la libertad del cuche, que chilla cuando lo llevan al matadero, la libertad de prensa también tiene sus chillones.
El poder tiene tres caras, que son la autoridad, el poder y la influencia. Pero cuando estas son mal habidas, o mal ejercidas, la autoridad y la influencia se convierten en prensa que presiona nuestras mentes y corazones para conducirnos al matadero mediático.
La libertad puede ser negativa o positiva, dependiendo del sujeto y el objeto; una prohíbe y la otra permite, pero es la misma. La libertad “de”, por ejemplo, es prohibitiva, mientras que la libertad “para” es permisiva.
La influencia, o persuasión ejercida por los medios de comunicación se interpreta en el mismo sentido, pues la libertad para persuadir y la libertad de ser persuadido son parte del mismo concepto. Pero esa libertad se degenera cuando el poder de influencia se ejerce con premisas falsas y argumentos inválidos, convirtiéndose en calumnia, o difamación.
En 1995 fui difamado por Joaquín Villalobos, excomandante del Ejército Revolucionario del Pueblo y en ese momento jefe del Partido Demócrata (en formación). Me difamó en una reunión multitudinaria, en el funeral de un amigo suyo a quien no conocí, declarando a varios medios de comunicación que yo era el responsable de su muerte.
Decidí demandarlo judicialmente porque uno de mis hijos, entonces de diez años, regresó de la escuela preguntándome si era cierto lo que decían sus compañeros, que yo era el asesino. Al día siguiente, en las calles de San Salvador, pude constatar gran cantidad de rótulos que me inculpaban del crimen. ¿Era eso libertad de expresión o libertad para difamar?
Fue difícil encontrar abogado querellante porque la mayoría se aterrorizaba al saber quien me difamaba. Después de varios intentos uno aceptó, pero pronto se retiró por las amenazas de muerte, con instrucciones de disuadirme.
Treinta días pasó Villalobos en arresto preventivo, en la oficina del Ministro de Seguridad de entonces, hasta que lo liberaron para firmar, en representación de su partido, el Pacto de San Andrés, que subió el IVA del 10 al 13%. Desde entonces El Salvador no levanta cabeza.
Años después nos conocimos en un evento en San Jacinto. Nos saludamos con cautela, pero reconozco que algunas de sus ideas coinciden con las mías, aunque me parece exagerada su libertad de expresión, ahora mas incomprendida y abusada que entonces.
Años mas tarde el Director de La Prensa Grafica fue demandado por publicar, en primera plana, una foto de un menor acuchillando a otro en plena calle. Lo defendí porque me pareció injusto que el sistema judicial lo atacara como persona responsable de un medio, que fortuitamente accedió a la foto y la publicó como crítica al sistema.
Recuerdo que escribí una carta Carta a Dagoberto Gutiérrez, donde le explicaba que todos somos jueces, en el sentido que todos somos libres para escoger y tener preferencias, lo cual implica juicios de valor, pero no para condenar, castigar, humillar y someter. Me refería a lo que el injusto sistema judicial hace, en reflejo de nuestra venganza social.
Noticias de Verdad es el slogan de La Prensa, pero la verdad de Perogrullo es un embuste que convierte la verdad en injusticia, como me sucedió cuando ese periódico publicó mis señalamientos, desde un Hospital, al sistema judicial y carcelario, que con ayuda de la fiscalía y la policía me golpeó, encarceló y condenó injustamente por delitos que no cometí.
La libertad para expresarse fue positiva para Jessica Avalos, la reportera de La Prensa Gráfica, y su jefe Gabriel Trillos, pero negativa para mi, que, gracias a sus “noticias de verdad” fui extraditado del hospital a la cárcel, donde mi salud empeoró, hasta que pude recuperar mi libertad por cumplimiento de pena, no por enfermedad crónica degenerativa, como correspondía.
La libertad de expresión es mucho más que la libertad del cuche, que chilla pero no escapa del cuchillo de quienes con premeditada alevosía desean su muerte. Así nos sucede a quienes por decir la verdad somos condenados con mentiras, no solo de querellantes, fiscales y jueces, sino de medios de comunicación social que de manera irresponsable las divulgan como “verdades”, con exageración y prejuicio.