Perla Rivera Núñez
Poeta hondureña
Tuve la suerte de que mi madre fuese mi maestra de primer y segundo grado. Ávida lectora y poseedora de unas alas mentales enormes, nos contaba historias maravillosas. El momento cumbre o su ´´ performance´´ era en el instante cuando cortaban la energía eléctrica. Todos los chicos de nuestro barrio, incluidos mis primos y yo, la rodeábamos en la acera, enfrente de mi casa y ella sacaba una silla de madera, acomodándose junto a la puerta.
Tengo grabado en mi memoria el sonido que imitaba de algún animal protagonista de alguna historia, y me atormenta aún, en cada importunada pesadilla, el grito lastimero de la Sucia, escuchado de su voz.
Cultivó el talento de contar historias. Durante las clases ilustraba todo con alguna experiencia narrativa o con un chiste atrapado en su memoria.
Hace un tiempo pedí a mis estudiantes un texto para trabajar en clase, sufriendo por esta acción el repudio de mi jefe de ese entonces y mi compañera asociada de grado. Con palabras fuertes condenaron el gran gasto en que incurrían los padres de familia al comprar un pequeño texto poético que elegí para ese período, sin imaginar que el valor real de aquel libro era la libertad de una mente todavía sujeta al complejo e ignorancia. Pude llevar –a pesar de varios boicots- el libro a mi clase y aún los chicos comentan lo mejor de ese bimestre, la lectura del valioso texto.
Con mi pequeño grupo de chicos de sexto grado, en mis clases de Biblioteca, el plan nos sugería trabajar La leyenda del Lago de Yojoa, una narración recopilada por Don Jesús Aguilar Paz y durante el momento en que les narraba la historia, se vino a mi memoria el recuerdo de mi madre. Ella nos la contó cuando era muy chica y se agolparon las imágenes en mi cabeza, todo lo imaginado en su voz y los sonidos regresaron a aquellas tardes-noches de oscuridad en Ajuterique, mi pueblo natal.
Les conté a los chicos esta experiencia y cómo marcaron mi vida los relatos de mi querida maestra y madre.
Cuando enciendo el ordenador para escuchar un audio- cuento en clase, o simplemente cuando elijo alguna historia para ellos, siento la responsabilidad de regalarles un poco de libertad acariciando su imaginación. Obsequiarles el camino hacia una puerta que les brindará libertad y alegría: La Literatura.
Los programas en los centros escolares reafirman la importancia de la lectura, pero poco o nada podemos hacer si nosotros los profesores, dueños en ese momento de la palabra, no lo hacemos con pasión. Aceptarnos ridículos para imitar algún personaje cómico, o muy dramáticos cuando el terror de algunas leyendas hace volar la mente de los chicos, y vale la pena el ridículo si vamos a obsequiar libertad.
Mi madre decía en las clases que quién lee nunca se quedará callado ante nadie. Y es en estos momentos que reflexiono sobre si nosotros los profesores les estamos robando a nuestros niños el arma de la palabra.
Mis juegos en casa eran libros, enciclopedias y rollos fotográficos, los pasatiempos de mis padres. Y de tanto verlos, los adopté como mis grandes aliados.
Ahora procuro llenar la casa de libros, llevar a la clase una historia distinta, inventada o creada en el momento, para que no nos sorprenda la vida con una bocanada atragantada de silencio.
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