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La literatura social infantil en Latinoamérica (Capítulo 1) Primera entrega

Sergio Minore

Escritor argentino

 

Algo acerca de la literatura infantil

Resulta interesante pensar que, cuando nos acercamos a la denominada “Literatura infantil”, con lo primero que nos topamos es con un prejuicio. Nos encontramos con una delimitación que se convierte más bien en una limitación. La delimitación es etaria, la limitación es caer bajo el influjo de que para “cierta edad, son convenientes tocar ciertas cuestiones”. De qué se habla y de que no. Así, sucumbimos ante la dulce trampa del “tema”. Suponemos que, del mismo modo que habría una literatura policial, de terror o de aventura que versan sobre asuntos que conciernen al mundo de la policía y el crimen, de los miedos o de lo que nos esparce, habría una literatura que referiría al universo de los niños. ¿Pero cuál vendría a ser ese universo? ¿Existe realmente un universo del niño?

A lo largo de la historia de este género literario parecería que prevaleció esta idea. Autores, críticos, pedagogos, reforzaron esta concepción con su trabajo. De tal modo, no es difícil de encontrarse en las primeras páginas de guías, panoramas, antologías de la literatura infantil, con este común denominador: los temas de los que tratan los libros de niños.

Por citar un ejemplo, Graciela Galleli en el prólogo de su Panorama de la literatura infantil-juvenil argentina, señala acerca del conjunto de textos relevados, algo sumamente llamativo:

La lectura de estas publicaciones para niños y adolescentes nos permite comprobar que las historias giran, en su  gran mayoría, alrededor de ejes temáticos que, con variaciones, se repiten en distintos autores. Por un lado, el escritor toma personajes del cuento tradicional, pero los recrea y actualiza; y por el otro crea nuevos personajes del mundo  que rodea al niño de hoy, un mundo de viajes interplanetarios, de seres y armas poderosas, de astronautas… Pero esos viajes a través del tiempo y del espacio, ponen también al lector en contacto con la realidad sociocultural de determinadas épocas de nuestro país, o lo acercan a la tradición, expresada en el folklore”

Estos cuatro ejes temáticos son los que la autora propone, como ordenadores, para armar el Panorama de la literatura infantil, por lo menos en 1986, año en que fue editado.

No resulta nada asombrosa esta clasificación si tomamos en cuenta, otro ejemplo interesante, como es el de la Guía de clásicos de la literatura infantil y juvenil (hasta 1950) que compuso, años después, en 1997, el español Luis Daniel González. De tinte universal (con preeminencia de las obras inglesas, alemanas y francesas) esta guía tiene parámetros similares. Al hablar del armado de ella, en su prólogo el autor afirma:

He intentado señalar las tres principales divisiones de la literatura infantil-juvenil: aventuras, fantasía e iniciación. Sobra decir que una clasificación estricta es tarea imposible. Los géneros se mezclan y la gran mayoría de los relatos no se pueden encuadrar netamente en un género.

Es notorio señalar que en ambos casos, aunque hay una preponderancia hacia el relato de evasión, sea en la fantasía o en la aventura ubicada en otros tiempos u espacios geográficos, casi como fuente exclusiva de temas para la literatura infantil,  los dos marcan que también hay otros argumentos, que atañen a este “mundo de los niños”. Así, bajo el sugestivo rótulo de “Iniciación” Gónzalez agrupa “los dramas sobre ‘chicos en dificultades’, cuando la aventura son los mismos problemas para vivir” , en el que entran desde Oliver Twist y David Copperfield de Dickens hasta Heidi de Johanna Spiri, pasando por un sinnúmero de obras. Del mismo modo, Gallelli, al finalizar su prólogo enuncia que

A los temas enunciados y otros que podrían detectarse en un estudio más minucioso, se están incorporando últimamente algunos de gran vigencia en nuestra época, tales como los planteos ecológicos, los problemas de la vivienda y el abandono, la muerte de los seres queridos, la adopción. Todos son temas que aparecen ya en algunos textos, pero no se dan todavía en forma tan sistemática como los anteriores señalados.

Es cierto, no son los primeros ni los únicos en plasmar semejante preocupación. Más bien, la reticencia compartida a incluir de lleno estos temas o a tratarlos un poco de costado,  tiene que ver con algo fundamental que atraviesa el problema de la literatura infantil, que es precisamente lo que podemos englobar bajo la pregunta primera ¿qué es el qué de la literatura infantil? O más bien ¿quién es el quién de la literatura infantil?

Es trasversal darle una cierta respuesta, más no sea provisoria, a estas cuestiones. Es importante, sobre todo, ver a donde apuntan. Cuando preguntamos por el qué, es muy probable que por intentar definir el objeto, caigamos en la caracterización de la o las temáticas posibles. Y dependiendo  de las épocas o las circunstancias, una serie de cuestiones serán las que aparentemente pueden englobar ese concepto de asunto infantil. Pero si nos basamos en la segunda pregunta, en el quién, en el sujeto destinatario de esta literatura, el problema se complica un poquito más.

Vamos a sostener que es el sujeto receptor de estas obras quien define el objeto y no a la inversa. En este trastocar intervendrán, si o si, las diversas imágenes y concepciones que acerca del niño, se tuvieron y se tienen.

Intercambiar el orden de los factores objeto-sujeto de la literatura infantil, y ensayar un acercamiento a este último desde los diferentes matices que esta literatura ha ido desarrollando a lo largo de más de un siglo en nuestra América, van a ser algunas de las consignas principales que guíen estas páginas.

Las y los quienes

Es sabido que, hoy por hoy, la caracterización anterior de los temas en que la literatura infantil brega, está en tensión y no todos comulgan con ella. Un gran aporte en ese sentido fue el trabajo de María Teresa Andruetto, quien apuesta fuertemente a una “literatura sin atributos”, sosteniendo que considerar la literatura infantil por lo que tiene de infantil y juvenil es un peligro porque parte de ideas preconcebidas sobre lo que es un niño y un joven, y porque contribuye a formar un ghetto de autores reconocidos, incluso a veces consagrados, que no tiene entidad suficiente como para ser leído por lectores a secas

Este “que tiene de infantil” es una vuelta al problema sobre “que es lo conveniente”, que incluso algunos autores han definido como el “deber ser de la literatura parta niños”. En esta tónica, el crítico venezolano Fanuel Hanan Díaz, denuncia:

Existe una larga lista tácita de temas que se suponen que no deben abordarse en un libro para niños, lo que traza nítidas fronteras entre lo que es y lo que no es un libro para niños. Sin embargo, hoy en día ese tópico es muy discutible y deleznable

Sin embargo, tal como el mismo lo enuncia, para este tipo de temas, más complicados que quizás otrora eran apartados o rechazados de cuajo de la literatura, habrá que utilizar diferentes tácticas, o sea  “la preocupación debe concentrarse en cómo trabajar ese tema”  más que dejarlo de lado o considerarlos tabú.

De todos modos, más allá de los esfuerzos y aperturas que se han llevado a cabo en estos últimos años, es innegable que, al día de hoy esa orientación temática, ese cierto “deber ser de la literatura infantil” persiste. La historia de esta literatura se forjó sobre estas matrices y aún perviven sus proyecciones. El molde de que la infancia es el territorio de la inocencia. Un territorio “neutral”, donde no hay problemas ni tensiones, donde todo es fantasía, diversión y aventura, y nada, absolutamente nada, puede estar contaminado de realidad o sus problemas relacionados. Nada más lejos.

En ese sentido, es interesante el aporte de la autora Judith Gociol, quién afirma:

Vaya a saber por qué razones culturales, en algún rincón perdido del imaginario social, los libros dirigidos a chicos y jóvenes siguen connotados con un halo de inocencia del que no pueden desprenderse; quizás el mismo  que en general se le atribuye a la infancia, pese a que la realidad nos demuestra a diario, con contundente crudeza, que ya sea por razones individuales, familiares, económicas o políticas la niñez tiene poco de edad dorada

Justamente, como ella afirma en este artículo, con el que colabora en Libros que muerden, investigación que profundiza sobre la desaparición de libros infantiles en la última dictadura cívico-militar en Argentina:

La literatura infanto-juvenil no es inocente. Y en buena hora. Los militares que firmaron los decretos de prohibición de circulación de esos textos los leyeron bien. Justamente porque sabían que los libros eran y son fabulosos vehículos de transmisión  de ideologías, de pensamientos, valores y de libertad, es que los perseguían. No por descalificarlos, sino porque, al contrario, los ponderaban en su justa medida. El microcosmos infantil era y es un terreno especialmente fértil.

 

Continuará…

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