Erick Tomasino
poeta joven
Vos y la lluvia
La lluvia me aparece como un acta, capsule salve como un memorándum, como un listón en el diafragma; se aparece, para que evoque en mí, momentos especiales y no tanto, simpáticos y no tanto, alegres ¿Quién sabe cuánto? La lluvia me invita a dormir, para que en sueños nuestra conversación se extienda.
Por ejemplo anoche tuve un sueño digamos que surrealista (como un corto de Jodorowsky dirías): vos y yo seguíamos conversando en una especie de sofá móvil, con rueditas y banderas de muchos colores, recorriendo un puente también de muchos colores y sonidos de aplausos. Al mirarte a los ojos, me dieron ganas de darte un beso y te lo di, los aplausos sonaban en una sola algarabía. Los aplausos sonaban como a rio, como lluvia intermitente, como cuando los sueños se juntan.
Quizá no te guste que sueñe con estas cosas, quizá a mí tampoco me gusta que llueva cuando no estamos cerca. Quizá la lluvia y los sueños no quieren que te vayas y por eso irrumpen este espacio que te reservo. ¿Qué se puede hacer con estas cosas que están fuera de uno y dentro de los dos?
La lluvia lejos de tu abrazo me suena hueca y me sabe a incertidumbre; cerca de tu abrazo aunque sea fría me es excusa para tomarte de la mano y mirar tus ojos. Tus ojos me invitan a seguir soñando. Seguir soñando, me convoca a volverte a ver. Aunque ahora esta ausencia me sepa a defunción, a ultimátum, a una soga en la esperanza.
Vivir intensamente
Vivir intensamente. Vivir a media voz y no guardar el silencio. Vivir tus paredes, tus aires. Vivir cuando venís y cuando estás por marcharte. No vivir cuando cruzás inmuta la calle. Cruzar tus poros como una lágrima, viviendo.
Transmutarme a través de tu pecho. Refugiarme como una fragata sobre el mar rampante de tu sexo. Vivir como una promesa. Como una carta escrita de tu mirada a la inversa. Esperarte cinco horas o cinco horcajadas, pero viviendo.
Devolverte el aroma, los abrazos, la pasión intensamente. Echar toda mi vida por tu espalda, sintiendo. Volar tus obstáculos, tus miedos, tus vedas de fronteras pasadas. Quizá raptarte a mi lado, viviendo.
También morir intensamente. De fatiga. De preñez derramada en la humedad de tu vientre. Crispados los cabellos, cabalgando. Empuñar mi vergüenza, guardarla bajo la noche como una cerradura. Contarte los días, contar tus respuestas, cada vuelta a la esquina, cada paso en contra. Contar también cada palabra no dicha. Como una llaga en cuarentena. Como una mordaza intensa. También viviendo.
Beber, sediento, soñando…
Beber y no pensar en el mañana. Beber y estar a tu lado, bebiendo. La insoportable ebriedad de acercarme y no tener excusas para estar. Para hacer que te quedes vestida de ti y de mis brazos, abrazándote. Beber de tu oxígeno lastimado de pasados inconclusos, de ayeres mal encarados, de males no penetrados en el depósito, olvidado.
Tener miedo de ti, bebiendo; de tu mascarada exprimida de verdades, avanzando. Un rayo arrebatador mientras llueve por las calles olvidadas de sobrias apariencias. Beber y no beber de ti. De tus labios como fuego impetuoso. Observando tus distancias, tus promesas, tus respuestas. Algo que no cala en el manual del cortejo. Amaneciendo.
Tus pasos, balanceando mi poco éxito en detenerte, avanzan casi tropezando mis palabras al límite. Naufragar en tus pechos con el pensamiento cuando vuelves a ver para no verme.
Encontrarme en los subterfugios de la noche, mientras el frío cala mis huesos. Fumando la angustia de no estar de nuevo ni como piedra en el abismo ni como un globo sin lastres. Odio gentil que manipula el sabor de unos labios voraces por arrancar de ti tu inmortalidad. Profunda mirada que insertas atravesando una mirada que no es la tuya. Todo esto que pienso, bebiendo.
Hacer de toda la ciudad una imagen que se desliza por tu espalda, bailando. Preguntar sin eco por tu tacto; los vaivenes que me dejas al abrir los ojos de madrugada. Nombrarte y no saberte, palpitando de interrogantes para que me encuentres en otras contingencias. Beber y no pensar en el mañana, sediento de ti. Soñando.