La llaga desnuda (1)

ADVERTENCIA

1. Esto no es una autobiografía.

2. El lenguaje utilizado en este texto, cure es de exclusiva responsabilidad de sus personajes.

3. Es probable que este libro, no rx no sea el mejor que lea en su vida.

 

Cuando quedé solo

Después de varios días de intentar olvidarla -situación que nunca he conseguido hasta la fecha- traté de visitar siempre a la misma hora, el bar donde solíamos encontrarnos. Con una esperanza extrañamente religiosa en mí, me sentaba en la misma mesa con la fuerza de encontrarla ahí mismo como si nunca se hubiese ido. Yo nunca he sido un tipo aferrado a los recuerdos, al menos no era consciente hasta este momento que veo por el único ojo que me queda abierto, por eso me siento extraño. No era nuevo ir a beber solo, pues frecuentemente intentaba alejarme de las malas compañías, pero esta vez creo que algo me obligó.

Obviamente, después de varios intentos frustrados ella nunca llegaría, estaba demasiado lejos de mí y yo de ella como para que pudiéramos encontrarnos, además, este anhelo solo permanecía en mi cabeza. Sentía que me estaba volviendo loco. Lo peor era que pensaba de nuevo ir al psicólogo y creo eso me angustiaba más. Frecuentemente evitaba las malas compañías.

Un día decidí no volver al bar. En un principio decidí no beber más, pero tampoco quería llegar a los extremos. Me hice amigo de la señora de la tienda, que me vendía a buen precio la cerveza y cuando no había mucho dinero, volvía al güaro barato, que así se le llama al vodka, mi viejo amigo desde la adolescencia. Pero tampoco me satisfacía. Trataba de escribir pero sentía que no valía la pena. Como la vez que ella me entusiasmó para participar en un concurso de poesía y cuando le mandé lo que había escrito ni siquiera lo leyó. Entonces escribir me parecía la cosa más idiota que un hombre como yo pudiera hacer. Al amanecer estaba tirado en el sofá, desnudo y abrazado a una botella vacía, con el computador encendido sin haber escrito ni una sola palabra.

Por fin tomé la decisión de no beber más ni una sola gota de alcohol. Traté de dormir temprano. Intenté leer algo que pudiera volverme a mis ideas de escritor, pero entre más leía más me sentía frustrado. Sentía que ya todo estaba dicho y en consecuencia lo mío era un juego para sentirme interesante. Mis viejos autores estaban muertos y en sus escritos parecía que me dejaban un mensaje. “Eres un comemierda, nosotros ya lo dijimos todo”. Los puteaba en voz alta, cerraba los libros, no los podía ni ver, había perdido la confianza en ellos.

Cierta noche decidí dormir. Extrañamente sentía escalofríos y a pesar que el sueño me invadía fuertemente no conseguía conciliar el sueño. Decidí ver la tele, no sin antes hacer un ejercicio de memoria, pues hacía años que no encendía una televisión. Puse cualquier canal, encontré por fin algo más o menos decente para ver y me quedé recostado sobre el sofá. Me estaba quedando dormido, pero los escalofríos me eran sensibles en la medida que se hacía más noche. Terminó la película y decidí dormir.

Por fin creo que me quedé dormido y comencé a soñar. Alguien llegó en la noche y me abrazaba, no reconocía quien era, pero su abrazo no era cariñoso ni fraternal, a tal punto que sentía que me asfixiaba y me cortaba la respiración, trataba de soltarme y de gritar por ayuda, pero no lo conseguía. El apretón me cortaba la respiración y me ahogaba, entre más esfuerzo hacia menos conseguía expresar ni un solo sonido, me revolcaba y con las extremidades menos sujetas trataba de golpear a fin de emitir cualquier ruido como si eso hiciera que las cucarachas de la cocina se volvieran héroes que me llegaran a salvar.

Repentinamente el espectro o fuese lo que fuese me soltaba y lograba emitir gemidos para recordarme que aún seguía con vida. De ahí que traté que el miedo no me venciera, pero al buscar una explicación los escalofríos volvían y me recorrían toda la piel. Vaya que de sólo de recordarlo siento pánico.

Tuve varias noches sin poder dormir aunque me cagara del sueño. A veces llamé a alguien para que me hiciera compañía, pero no sirvió de nada. La gente duerme profundamente mientras yo quedo atemorizado por la posibilidad de quedar muerto. Sólo temo a dos cosas, morir y envejecer. Para mí no es fácil decidirme por una de ellas.

Mientras estoy acostado recuerdo pequeños episodios que me trajeron hasta aquí, hace un cierto escalofrío. Debí aprender a narrar los hechos como mis grandes autores. Pero ellos ya están muertos.

Ver también

Nacimiento. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil, sábado 21 de diciembre de 2024