Erick Tomasino
ADVERTENCIA
1. Esto no es una autobiografía.
2. El lenguaje utilizado en este texto, medicine es de exclusiva responsabilidad de sus personajes.
3. Es probable que este libro, ampoule no sea el mejor que lea en su vida.
Aún con esta soledad
Aun con esta soledad tengo el privilegio de conocer gente que me hacen pensar lo bueno que es estar solo. De reconocer que la gente no tiene una vida, que se encargan de invadir la mía y hacerme adaptar su agenda. Yo, tan timorato de nostalgia, quisiera llevarme de encuentro una que otra presencia, sin embargo, estas lunas que engalanan mi almohada y me revientan con poses de indiferencia, quisieran arrastrarme a ese enigma que son tus vellos, que he deseado tanto lamer mientras me arrastro cada noche de retorno a casa.
Aquí, mientras pasás con tus secretos en la penumbra de mi cama; que si quisieras con una sola señal podría ser nuestra; imagino lo demoniaco de ese olor no de amonio ni de matrices nupciales, sino de enfrascada moral olvidada. Me baña de ilusión cada cierta hora que no venís, estoy demasiado ebrio, ebrio de mí y de lo que no soy. Quizá lo olvidés al pasar la aguja del tiempo, no me importa, yo también olvido y te recuerdo, te evoco en tu demencia que me gusta tanto como cuando decís buenas noches y te desnudás de mi en los pensamientos.
Lo sé porque te he visto, porque te espío con mi miedo a que no lo comprendás, porque sé que en el fondo, ahí donde habito, esperás que yo también te sorprenda hurgando esto que el mundo llama deseo.
Mi nombre, que es la síntesis de lo que soy, te ahuyenta. Quizá porque no aparece en tarjetas ni en las presentaciones de los viernes, mucho menos está esculpido en piedra o en canastos, es sólo un dato, un estandarte que no trasciende los 272 mil kilómetros cuadrados que abarcan este manicomio. Es un portavoz de lo que calla cuando no tiene más argumentos que el presentarse tal cual es. Así me observo. Lo veo en tu mirada a la cual le soy indiferente. Vos callás. Yo existo en la contraportada vacua de una mala pasada; de esas que se desechan con el siguiente trago y más allá con la risa de lo que genera esto que digo apenas con las palabras que me has enseñado.
Qué otra cosa puedo decir, que no sea que me estoy inventando una vida sólo para que la invadás y así sentir que al menos tengo algo de lo que podás apropiarte.
Si tan solo una señal tuya pasara por el limbo de mi puerta que -como sabés- permanece siempre abierta a tu llegada.
Recogía caracoles abandonados
Estaba lanzado en el sofá un tanto melancólico reflexionando sobre la vida que no tengo. Disfrutando del ocio obligado en el que me encuentro, de repente suena el timbre de la puerta. Llamando una vez y luego otra vez. Al principio supuse que era una de esas personas que vienen a ofrecerte cualquier clase de mierdas o alguien que venía a cobrar no se qué. Pero llamaban cada vez con más desesperación que al final me digné a ver de quien se trataba.
Era Melisa, una amiga a quien no veía hace algún tiempo y que según me dijo andaba cerca y pensó en visitarme. Que estaba con algo de tiempo y además que necesitaba hablar con alguien. Así que como últimamente no he estado muy motivado para hacer actividades fuera –de hecho nunca lo estoy- le ofrecí que pasara y que tal vez podríamos ver una película en casa. Accedió y mientras me puso al día de sus cosas, preparé un café y le ofrecí una selección de pelis que tengo de mi colección, decidió por cualquiera y nos echamos al sofá a ver qué pasaba.
Estábamos como dos tontos viendo la pantalla cuando me decidí abalanzarme sobre ella y plantarle un beso. ¡Oye infeliz, qué te pasa, por qué hacés eso! Fue su reacción. Lo siento nena –le dije- es que no podía soportar verte y no besarte, sabes que siempre he tenido ganas de hacerlo. Sí, pero yo solo vine por algo de compañía. En tanto dijo eso me tranquilicé y volví a congelarme en el sofá. De pronto Melisa tomó mi mano y la apretó fuerte, yo correspondí. Y en esas caricias simulábamos que lo que teníamos a la mano era el sexo del otro; yo sumergía mis dedos entre los de ella y ella a su vez tomaba uno de los míos y lo frotaba. La respiración comenzó a agitarse en ambos y la busqué de nuevo para besarla, esta vez se lo permitió y así nos fuimos abrazando.
Tenés licor, me preguntó.
Estoy seco, le dije.
Vamos entonces a comprar algo –me dijo-
Tomé mis llaves y salimos corriendo a buscar algo que nos quitara la vergüenza. Llegamos a una licorería y tomó unas cajas de vino barato. Esto será suficiente. Pagó y yo tomé las cajas que en eso no sé por qué iban envueltas en papel de periódico. Llegamos a casa casi corriendo. Abrí una de las cajas -siempre me pareció que el vino en caja es como tomar leche rancia- y serví unos tragos generosos. Es mejor que sobre y no que haga falta.
Ya con varios tragos encima, me puse un poco más cachondo. Supongo que Melisa también porque le dio a tocarme por todas partes. En ese momento yo ya estaba por explotar, nos tiramos sobre el sofá y la cosa ya estaba súper calurosa que sentíamos el sudor recorrer por la piel. De tanto imaginarme lo que vendría me corrí sin siquiera quitarnos la ropa. Lo siento, logré decir mientras sentía que me reducía a lo más mínimo. Es algo raro. ¿Qué pasó? preguntó ella apenas advirtiendo lo que había sucedido. Nada, que ya fue, suspiré avergonzado, es algo extraño, lo siento, lo siento. Es la primera vez que me pasa. Pero si es algo normal -dijo ella- como para no matar el ambiente.
Así que me puse de pie y fui por el vino para servir un poco más. Me senté como un niño recién regañado (no sé porque me vino esa imagen) y por un segundo pensé en pedirle que se fuera. Ella como si nada volvió a hablar sobre sus cosas, que a esa hora me interesaban menos que antes. Saboreaba su trago y observando a través del vaso me dijo:
Sabés, si no fuera por el vino, no me animo a hacerlo con vos. Es decir, que no sos un chico atractivo, podría decir que el físico no es lo importante, pero vaya, que necesito un poco de esto para motivarme a hacerlo con vos.
Como para que yo estuviera de buen ánimo, esta chica a su modo me dice que estoy feo.
Después de aquella tarde a Melisa le dio por ir a la playa, con lo que detesto ir a la playa, es un lugar donde la gente llega a mostrarse o a deprimirse, mi caso es el segundo. Ver todas aquellas pieles perfectas reflejarse como deidades bajo el candente sol y yo sentado como una mierda que se revienta en lugar de broncearse.
Y efectivamente así fue, Melisa se fue a dar una vuelta por ahí, mientras me quedé en una silla cuidando de las toallas, las latas de cerveza vacías, la bolsa para llevar el bronceador y el paquete de cigarrillos.
Entonces me decidí por dejarlo todo ahí y caminé hasta la orilla: Bueno mar –balbuceé- parece que de nuevo estamos vos y yo solos, así que adiviná, voy a meterme ahí y quiero que metas tus sucias aguas por debajo de mi bañador y me mojes todo hasta que sientas mi erección; solo ten cuidado de no meterme tanta espuma por el culo. Metí mi cuerpo hasta cubrir mi cintura, cuidando de no caerme y me puse a ver todas aquellas voluptuosidades andando por ahí en sus diminutos bikinis y dejé que el mar hiciera todo lo demás. Una hecatombe de espuma llegó hasta la orilla donde una chica rubia recogía caracoles abandonados.