La llaga desnuda (4)

Erick Tomasino

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Las personas y las letras

No era fácil convivir con Claudia todos los días en la oficina. Había que tener demasiada fuerza de voluntad para resistirse a besarla cada vez que se acercaba para preguntar algo. Quizá como nunca he sido un tipo fuerte, stuff jamás conseguí siquiera tener el ímpetu para robarle un beso. Me incomodaba verla ahí tan cerca, for sale tan hermosa, health recogiendo sutilmente su cabello con esos dedos ávidos de pasión y sonriéndole a la pantalla de su computadora. Me daban ganas de tener el rostro de una pantalla LCD para tener contacto con sus ojos. Ella sonreía, a veces hasta se sonrojaba, miraba eventualmente a su alrededor para cerciorarse que nadie la sorprendiera. Mordía sus labios. Volvía a sonreír. Supongo que nunca se percató que yo la observaba.

Un día por fin, me decidí a abordarla. Necesitaba saber qué pasaba en su cabeza. Qué idea tenía de mí –si es que había alguna- Si por algún azar de la vida, por un milagro o por simple caridad, ella podría aceptar salir conmigo. Aproveché mientras estábamos solos en la oficina, cerré la puerta con fuerza con un poco de ruido para que notara mi presencia, ella vio un poco sorprendida y volvió a lo suyo, a la computadora, a digitar con esos dedos candentes, las teclas que la comunicaban con un más allá presumiblemente más agradable que la realidad que la circundaba. Acerqué una silla, la puse al lado de ella y desconecté su computadora. ¿Qué te pasa? me dijo. Es momento de que hablemos, le respondí. Está bien, dijo tranquilamente como si mi acción no hubiese significado nada en absoluto.

Sin más preámbulo le dije todo lo que me provocaba al verla cada día, que no soportaba ni un segundo más esa agonía de tenerla tan cerca y no poder expresarle todo mi amor.

Lo tuyo no es amor -dijo tajante-.

Bueno, no importa como se llame, pero no soporto más vivir sintiendo esto que estoy sintiendo que según vos no es amor.

Estás loco, a mí ni siquiera se me ha cruzado por la mente tener algo con vos.

No te preocupés yo ya lo he pensado demasiado… y como no tenía ninguna explicación, abruptamente tomé su rostro y la besé. Con toda serenidad, ella solo acertó a decir:

Tonto, que no vez que alguien podría entrar y sorprendernos.

La puerta está cerrada, le dije, así que podemos reservarnos el derecho de admisión.

Mirá, no quiero hacerte sentir mal, no es que no me gustés, pero pienso que lo tuyo es una atracción meramente sexual y yo creo que el sexo sin amor no es bueno.

Esta chica se volvió moralista, pensé. Suele pasarme que las chicas que se suponen más liberales, cuando les expreso mis intenciones, terminan hablándome de dios, la religión, los siete pecados capitales y del sexo sólo con amor, que si no es pecado.

No te preocupés, que si para eso yo traigo suficiente amor ahora conmigo, esta vez yo lo pongo y la próxima vos lo pagás. No lo tomó muy en gracia y me negó tres veces.

“No es fácil. Ni siquiera me has dado señales como para que intente fijarme en vos”. Bueno, no sé qué podría hacer, si el amor tiene sus secretos, deben estar tan bien escondidos que yo nunca los he encontrado. “Tampoco lo sé; pero por ejemplo hay un chico que me escribe unas cartas muy hermosas, siento que ese es bonito detalle”.

Yo también escribo, por si no lo sabés. Siempre he pensado que las personas se enamoran más de lo que escribo que de quien soy. Si te contara de los muchos comentarios al respecto, por ejemplo me dicen: “oh, me enamoré de tu último poema; la novela que escribiste realmente me sedujo” y una infinidad de mierdas así. Creo que por eso me volví un activo militante en favor del matrimonio entre las personas y las letras. Pero creo que algo cambia dependiendo de quién las exprese. Recuerdo cuando mis amigos me pedían que les escribiera las cartas a las chicas que les gustaban, bastaba que me contaran un poco la historia y yo desarrollaba ingeniosas líneas que luego se convertían en cartas de amor; al poco tiempo nacía una nueva pareja, me daba un poco de gracia pensar que las pobres en el fondo se enamoraban de mí, claro, nunca se sabía la verdad, eso habría sido terrible para el negocio; cuando eventualmente yo escribía una carta con similar contenido para alguna chica por quien sentía un profundo sentimiento, eso no funcionaba igual, entonces pensaba que había algo más que las puras palabras. Incluso si sabían que yo escribía muy bien, las chicas terminaban expresando ese profundo y soso amor por mis palabras y no por mí.

Pero vos nunca me escribiste nada -balbuceó como reclamando- Además este chico me ha invitado a viajar a otro país, eso me pareció un bellísimo gesto de su parte.

Si no lo recordás yo también te he invitado a visitar otro país.

No seás idiota -dijo efusivamente- El me ha invitado a recorrer Italia y vos querías hacer una excursión a El Salvador.

Yo soy así como más exótico -traté de defenderme-. Pero si yo te hubiese escrito, ¿eso habría cambiado en algo?

No lo sé, no es fácil expresar con palabras los sentimientos, pero lo hubieses intentado.

Pero habrías terminado enamorándote de lo que hubiese escrito, daba igual si te regalaba un libro.

Tampoco lo sé y además ya no quiero hablar sobre esto, creo que te he dado tiempo suficiente y no me harás cambiar de idea.

Entiendo, a pesar que me duele.

Me agrada que seás tan comprensivo, dijo y sonrió dulcemente.

Me sentía un tipo que por enésima vez, el rechazo me había hecho madurar. Había escalado un peldaño más como persona –gráficamente ya hasta perdí la cuenta de los escalones que he subido-.

En ese momento de extrema franqueza, descubrí que mi vida no era tan importante como me lo imaginaba.

Ver también

Ilustración de Iván Alvarenga. Sin título. Portada Suplemento Cultural Tres Mil, sábado 14 diciembre 2024