Erick Tomasino
ADVERTENCIA
1. Esto no es una autobiografía.
2. El lenguaje utilizado en este texto, ed es de exclusiva responsabilidad de sus personajes.
3. Es probable que este libro, no sea el mejor que lea en su vida.
Tirando rostro
Pasó mucho tiempo sin saber nada el uno del otro. Pero algo a lo que Ella siempre ha tenido como característica, es esa peculiar afición a las llamadas telefónicas, ha de ser cosa de su generación. Curiosamente aunque no quisiera verme, me llamaba eventualmente, no para saber si estaba bien, sino para confirmar qué tan hecho mierda me sentía por nuestra relación poco convencional.
Una tarde llamó para que nos viéramos, parecía un poco apurada por ello. Yo no sabía qué responder. Se me está cayendo la cara, le dije al teléfono. No es que no te quiera ver, es que literalmente se me está cayendo la cara. No, no es por vergüenza aunque decís que ya no la tengo. Es sólo que me excedí tomando el sol, por lo que ahora se me está cayendo la cara. Por eso no puedo ir a verte, es completamente horrible.
Ella colgó abruptamente el teléfono y seguí lavando mi rostro con sábila pensando en curarme lo antes posible. El problema es que entre más rozaba mis manos por la piel, pequeños pedacitos volaban hasta caer en el piso. Era totalmente preocupante.
Sequé mi rostro y al final decidí salir a tomar una cerveza. Lo bueno de esto es que aún puedo tomar cerveza. Llegué al bar y me senté como siempre en un lugar solitario, en realidad estratégico, es un rincón donde nadie puede llegar a molestarme, pero desde donde puedo apreciar todos los movimientos que suceden ahí adentro. Sólo este tipo que siempre me observaba notaba mi presencia.
Estaba por mi segunda cerveza y el último de los cigarrillos que me quedaban, cuando de reojo noté cómo dos mujeres me miraban mientras se decían algo. Eran dos mujeres jóvenes de tez blanca y pelos amarillos, definitivamente no eran de este país; a veces se daban pequeños codazos y empujoncitos mientras me miraban. Lancé una disimulada sonrisa hacia ellas y ellas respondieron con tímidos ademanes de saludo.
Luego se acercaron a mi mesa: “¡Hola!” dijeron. “Hola” respondí. “¡Wow! le pasó algo a tu cara, es realmente asquerosa” expresó una de ellas. “Es que ya dejé de usar mascaras” le dije. “Te queremos preguntar si tú eres el amigo de Estela”.
Estela era una de las pocas personas con las que había tenido conversaciones amenas en este bar, así que pensé que estas dos chicas serían, por asociación libre, también simpáticas.
“Supongo que soy uno de ellos”, reaccioné. “Qué bien, podemos acompañarte”. “Por supuesto”. “Nosotras somos estudiantes que hemos venido para conocer un poco la historia de tu país y Estela nos dijo que podríamos encontrarte aquí para que nos ayudes”. Parece que la cara de objeto antropológico no se me ha quitado pensé para mis adentros.
Estaban las dos estudiantes extranjeras contándome todo su rollo, mientras yo seguía arrancándome pequeños pedacitos de piel, la cosa se estaba poniendo divertida. Parecía que estaba mutando ahí mismo, delante de las chicas que mientras escuchaban lo que les decía con simulada atención, pagaban mis tragos. Es como estar pagando un espectáculo de circo supuse. Ya miraba un gran letrero fuera del lugar que se leyera: “Vean al único hombre que puede cambiar su piel sin cirugías. Ni siquiera Michael Jackson lo consiguió”.
La velada estaba por acabarse y a esa hora yo estaba completamente excitado. Debo admitirlo, no podía dejar de pensar en llevarlas a ambas a mi casa. Estaba por proponérselo cuando dos tipos rubios, fornidos y bien bronceados, de esos que parecen que solo tienen una neurona, se acercaron. Cada uno tomó a cada una de las chicas y se plantaron sendos besos. Nos presentaron y dijeron que tenían que irse, pagaron todo y aún me dejaron dinero para beber algo más. A esa hora quedaba un poco de cara que quitar.
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