Tania Primavera,
Despertó a las tres de la mañana con Mozart, había dejado la música en la laptop. Buscaba alejarse lo mas que pudiera del centro del mal. Daba cuenta que solo la luz de su Ser le quedaba. Que siempre era eso. Ella y eso, el Ser. No había mas que confirmar. Buscar. Dentro. Dejar correr ese rio. Azul.
Sí, había pensado ir a la cripta en el centro histórico. Había pensado caminar por la calle frente al parque Balboa, llegar a la Puerta del Diablo. Había pensado ir a visitar a los niños escultores de Panchimalco. Había pensado ir a Pushtan a visitar a los árboles con niños en sus ramas y los ríos inolvidables.Había pensado atravesar el mundo y estar en la casa museo Ernst Fuchs, en Viena, algún día su sueño para la casa Salarrué. Pero solo había pensado. Sueños.
Ya había tomado pastas que le dio hace un año el doctor, para dormir largo la noche anterior. Aun así, se levantó, tomó la toalla gris hacia la pila, lugar predilecto para el baño. Las hojas de limoncello en el agua caliente. Los shampoos sofisticados, para el castaño y largo cabello que cuidaba, era su tesoro, los jabones que le dio Paulita. Era largo, y las trenzas hacían corona. Andaba con el cotón hindú que le dio Tzununja. Ese escogió para vestir. Es azul turquesa.
En la parada, las canasteras de pan de siempre, los testigos de Jehová predicando, hasta habla con uno pero siempre dándole otros temas como las pinturas de La Ultima Cena, de Leonardo Da Vinci. Abre el libro de turno, es el tiempo de leer pero se pasa ese tiempo. Los ojos maquillados, cuando anda sensible, sale la lágrima que esconde bajo las gafas, prefiere el pestañol Waterproof.
Hay días, que las gotas, salen por todo, por cualquier cosa o todo es mas sensible. Y duerme mucho. Al fin sirvieron los vegetales al vapor, la crepa de espinaca con mozzarella, el postre. Imaginaba estar con un mago de miel entre la belleza del hielo, del blanco, del frío. En dimensión de la muerte. Hacía frío, hacía algo de viento. Pero estaban en ese lugar sin tiempo. Los caudales eran de hielo. La música era como el viento. Sus ojos soles. Ya no se sabia, sí, era un sueño. Era un sueño casi.
Entraron a la dimensión verde. Pudieron rotar el tiempo. Y llegar a un lugar sin tiempo. Para llegar es un lugar feliz. Al fin que no existe. Nada. Nada ex-is-te. Y todo es.
Un caballero consejero eterno desde Paris, con sus fotografías de las tumbas. Le obsequia una imagen y hay una señal “te la regalo si me prometes algo, que te enamores de la vida y seas feliz”.
Es tiempo de ir a ver si cayeron mangos en su casa del trópico. Las raíces del árbol son su silla. La hojarasca llena de ellos. Los pájaros acuden como casa. Un trébol de cuatro hojas que encontró bajo el árbol mientras lloraba. No ves todos los días un trébol de cuatro hojas.
Al atardecer, después del doctor, comienza a caminar en sentido contrario. Encuentra el árbol. Brota el néctar, la gota mas pura, la del dolor convertido en joya. Guarda el trébol.
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