German Rosa, s.j.
El mundo está lleno de retóricos que elogian la locura de la violencia. Y lo hacen con discursos grandilocuentes. Hay retóricos que elogian la violencia en la familia, la comunidad social, los movimientos sociales, los partidos políticos, los gobiernos, los ejércitos, las instituciones públicas y privadas, etc. Y quienes causan la violencia como quienes la padecen, espontáneamente recurren a la retórica que elogia la locura de la violencia. Tanto los victimarios como las víctimas se pueden convertir en expertos oradores apologetas de la violencia. Y desafortunadamente se fomenta y reproduce la espiral infernal de la violencia.
1) El elogio de la locura de la violencia
La violencia es absurda porque destruye las relaciones humanas, y también entre los pueblos y países enteros (Cfr. https://www.diariocolatino.com/el-horror-y-lo-absurdo-de-la-locura-de-la-violencia/). La violencia es absurda porque es disparatada, irracional y descabellada. Además, los victimarios crean víctimas innumerables. Pero también la violencia es una locura. Y en los contextos violentos, la locura es la máscara perfecta para los victimarios que cabalgan con tanta seriedad, y que conquistan la inteligencia de quien no es capaz de ver ambas caras de la misma moneda.
El retórico que elogia la violencia se convierte en el artista del discurso convincente que encanta de manera abrumadora a las masas para imperar en su gran ruta oculta y poco a poco va seduciendo la ingenuidad de quien no la percibe. Basta conocer el público para que la “Sra. Locura” pueda encantar con discursos que cautivan a quienes la escuchan. De tal manera que se hace indispensable su estilo seductor. Espontaneidad, espíritu riesgoso y aventura más allá de lo previsible son características que sobresalen en su capacidad de persuasión. La locura libera del temor y de la vergüenza a los victimarios, sin refrenarse ante las empresas violentas de gran magnitud. Disimular, adular y engañar son las técnicas favoritas de tan conquistadora dama.
La violencia ha llegado al extremo de la locura que los oradores pueden convencer con discursos grandilocuentes a los ciudadanos, justificando las víctimas que causa, convirtiendo lo irracional en lo racional, y viceversa, mostrando lo racional como lo “verdaderamente” irracional. La violencia se muestra en pleno siglo XXI como extremamente pasional, a tal grado que quienes la promueven han logrado el arte de la persuasión de las masas. El orador que elogia la violencia tiene tal capacidad seductora que puede convertir la pasión en razón, la ignorancia en sabiduría, trasmutando la realidad por una simple ilusión que puede hechizar la inteligencia humana. Cabría recordar que más vale quien oculta su necedad que quien esconde su sabiduría.
La locura puede causar alegría y felicidad, pero también daños y tragedias humanas horrorosas. Puede convertirse en la protagonista de terribles pesadillas en la historia de la humanidad.
La violencia obviamente plantea una gran interrogante al poder político en un contexto global complejo y problemático. En el mundo actualmente vivimos una crisis profunda de la democracia y sus instituciones nacionales e internacionales. Por ejemplo, es prácticamente imposible encontrar consensos en las crisis políticas para recorrer caminos de paz y justicia en la OEA, la ONU, etc. También existe un vacío de representación política y de poder con tantos gobiernos que no responden a las demandas de los sectores sociales más vulnerables, empobrecidos y excluidos. Y ante las demandas populares, el poder frecuentemente cabalga con el elogio de la violencia como respuesta inmediata. La corrupción desenfrenada, los movimientos populistas, las crisis recurrentes en el estado de derecho, el irrespeto de la separación de poderes, la falta de legitimidad de los partidos políticos, el voto reactivo y voto de castigo a los partidos de turno en el poder ante las promesas incumplidas, las políticas discriminatorias, etc., son algunos elementos que nos ponen en evidencia dicha crisis.
La máscara de la locura que elogia la violencia es tan fascinante que crea peligrosamente la sensación de satisfacción o de una falsa felicidad humorista. ¿Para qué liberarse de dicha sensación si lo que más nos hace falta es “distraernos para ser felices”? Pues la locura es la ilusión perfecta y el bálsamo de la vida para quien se siente desdichado e infeliz. De hecho, en los contextos violentos se vive con el encanto del engaño, hasta que quitamos la máscara y descubrimos el horror del rostro de la violencia (Cfr. Rotterdam, E.d. 1989. Elogio della Follia. Milano: Biblioteca Universale Rizzoli).
2) La otra cara de la locura…
No obstante en esta realidad existe paradójicamente la otra cara de la moneda, la locura que está habitada por una sana sensatez y un sano juicio, porque muchos que tienen grandes genialidades son capaces de sobrepasar los límites impuestos por la violencia para hacer posible un camino hacia la paz, la justicia y la reconciliación. Solo con una pasión “excéntrica” o calificada muchas veces de “absurda” se puede apostar por la paz en nuestros días… La podríamos llamar una “sabia locura”. Y desde la fe cristiana podemos contrastar aquella locura del mundo de la violencia con la “locura de Dios” o la “locura del Evangelio”.
Desearíamos que la locura se convirtiera no en una moda para afrontar violentamente los grandes problemas políticos, sociales, económicos, culturales. Más bien que esta fuera una fuerza espontanea, de la voluntad, del impulso para vivir, de la alegría, y que diera lugar a la fuerza de la creatividad que dicha locura posee en sí misma para superar la falsa racionalidad del elogio de la violencia.
La verdad es que hoy sentimos la amenaza constate de las guerras que son tan inhumanas, que son implícitamente injustas y van acompañadas generalmente de la corrupción, y nos damos cuenta que quienes las conducen frecuentemente son individuos sin escrúpulos; no faltan quienes se enriquecen con las guerras porque se apropian del mejor botín. Por ejemplo, en el Medio Oriente, cuando hay mayor tensión bélica se incrementa el precio del petróleo, y no sería nada extraño que también se incremente la oferta y la demanda de los “juguetes de guerra” para garantizar la seguridad de quienes se sienten amenazados. El mercado de las armas es el más rentable del mundo: “El total del gasto militar mundial llegó hasta los 1,7 billones de dólares en 2017” (https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-43984570).
La locura de las guerras también se expresa en que quienes las deciden no van al campo de batalla y las víctimas son en su mayoría poblaciones desarmadas e indefensas. También una gran parte de víctimas en los campos de batalla son pobres que combaten contra otros pobres.
El refrán popular dice que “los niños, los borrachos y los locos dicen la verdad”. Hay un vínculo estrecho entre la verdad, el candor, la espontaneidad y una irracionalidad desmesurada para desenmascarar la mentira y el engaño causados por la locura de la violencia.
Otro refrán popular dice: “de médico, poeta y loco, todos tenemos un poco”. Aunque no seamos conscientes, todos somos actores políticos que podemos empujar la historia paradójicamente con una lúcida y extraordinaria locura fuente de sano humor para acabar con esta espiral de la violencia.
La violencia seguirá cuestionando los gobiernos, los políticos, el poder global y toda la humanidad en este siglo XXI que clama paz, justicia y bienestar. ¿Cómo afrontar y superar la violencia y el elogio que la promueve? La paz, la justicia y la reconciliación son desafíos nacionales, pero como ya sabemos también se tratan de desafíos globales. Estos temas son fundamentales, pues todos vivimos en la misma “casa común”, pero nadie con sano juicio desearía habitar en un lugar en donde imperan relaciones entre victimarios y víctimas. Deseamos habitar una casa común sin víctimas ni victimarios.