Orlando de Sola W.
Toda sociedad se divide en clases, prescription o estamentos. Comenzando con la familia, toda comunidad se divide entre hombres y mujeres, jóvenes y viejos, claros y oscuros, débiles y poderosos, pero no por causas estructurales, como el modo de producción y el tipo de organización social, sino por naturaleza.
Para superar esa inevitable división intentamos igualarnos en dignidad, sabiendo que somos diferentes; pero esas diferencias nos agradan, porque sabemos que son el origen de nuestra identidad.
Nos distingue lo material, pero también lo cognitivo y sentimental. Por eso en Francia, así como proclaman la igualdad, también exclaman “!vive la difference!”.
Una de las teorías que trata de explicar la tensión entre el individuo y la sociedad es la Lucha de Clases; una adaptación de la antigua Dialéctica que, en el campo de las ideas, propone que la Síntesis es el resultado de la oposición entre una Tesis y una Antítesis. Esto, mezclado con historia, política y economía, resulta en el Socialismo, que es la Síntesis del Feudalismo y el Capitalismo.
Dicha Dialéctica Materialista, o Materialismo Histórico, se complementa con las Teorías de la Explotación y la Plusvalía, concluyendo que la desigualdad, la exclusión y el divisionismo son producto del modo de producción y el sistema de organización social. Pero la miseria humana es anterior a toda estructura y se remonta a los vicios, identificados desde milenios como ira, pereza, soberbia, envidia, codicia, avaricia y otros.
Las virtudes principales, como el afecto, la confianza y el optimismo, no han sido suficientes para contrarrestar los ancestrales vicios y sus consecuencias sociales, por lo que vivimos en conflicto.
Una de las soluciones propuestas es el socialismo. Pero, como todo “ismo”, depende de cómo lo definamos e interpretemos. El socialismo ha sido definido como un sistema de organización social en que los factores de producción, Personas, Recursos y Bienes, son controlados por el estado. Pero el estado somos todos, pueblo, gobierno y territorio. Y los gobiernos que no procuran el bien común, sino intereses particulares, o de grupo, no pueden llamarse socialistas.
Algunos culpan al comunismo, que es la etapa final del socialismo utópico, donde no habrá necesidad de estado porque todos nos conduciremos de acuerdo a nuestra recta conciencia. Pero ese problema es también utópico.
Otros señalan al neoliberalismo como fuente de problemas, pero estos vienen desde muy atrás, cuando los adelantados conquistaron el territorio, sometieron a las personas y explotaron los recursos. Nuestros problemas vienen del sistema de ventajas, favores y privilegios que impera desde la colonia, incluyendo la república. Se llama mercantilismo.
Encontrar un equilibrio entre el individuo y la sociedad que produzca bienestar para todos y no sacrifique derechos humanos no es fácil, pero debemos seguir intentándolo. Para ello es necesario asegurarnos que el estado cumpla sus funciones básicas, para las que fue creado, desmantelando toda actividad superflua que no rinda bienestar general, o viole derechos individuales.
No podemos tolerar un estado derrochador que genere empleos estériles, contrarios al bien común, mientras no cumple su razón de ser. Para que sea fuerte, el estado debe adelgazarse, compensando las desventajas de muchos con bienes y servicios públicos de calidad, sin violentar derechos a nadie.
Los bienes y servicios que necesitamos para vivir mejor pueden venir del estado o del mercado, pero sus funciones legítimas, su costo y beneficio deben ser sopesados. No es posible mantener elefantes blancos y obras faraónicas en el estado, mientras en el mercado, distorsionado por el mercantilismo, escasean los ingresos para adquirir bienes y servicios necesarios para una vida digna: el mínimum vital.
No es la lucha de clases entre proletarios y burgueses lo que vivimos, ni el choque sucesivo entre oligarquías, porque toda democracia representativa degenera en oligarquía cuando delegamos nuestra voluntad sin raciocinio en las urnas. Lo que vivimos es el conflicto entre vicios y virtudes; el choque de voluntades sin raciocinio; la competencia desleal entre bondad y maldad, que pende del balance entre vicios y virtudes personales, cuyos efectos sociales son historia. Para corregir esos errores ancestrales necesitamos recurrir a nuestras reservas de compasión, misericordia y piedad, dejando atrás el odio, la envidia y la arrogancia.