Álvaro Darío Lara
Escritor
Desde la más remota antigüedad, los misterios de la luz, esto es, su reconocimiento, veneración y culto, han formado parte integral de todos los ritos de las culturas ancestrales. La luz, como fuego, como metáfora de la vida, del bien, del amor; como triunfo de la verdad sobre las tinieblas de la maldad, ha constituido un fundamento espiritual y religioso de los pueblos eternos. Así, la legendaria Mesopotamia; los Imperios del Sol en Oriente; Egipto, Grecia y Roma. Asimismo las altas civilizaciones de Nuestra América: mayas, aztecas e incas.
Conocedores de los cambios estacionales. Los pueblos, para el caso, del hemisferio norte, rendían culto al solsticio de invierno, tiempo de renovación, cuando el astro rey alcanza su mayor distancia “angular negativa” respecto del ecuador celeste.
Probablemente la mayor y más grande celebración fue la del “Sol Invictus”, cuyo culmen se producía el 25 de diciembre. Tiempo después, la romanización del cristianismo, adoptaría esta fecha como el día de la natividad de Jesús. No extraña que las primeras asociaciones de la nueva divinidad se efectuaran con el sol. Cristo viene a ser representado, en los primeros tiempos de la religión triunfante, artísticamente, como una figura solar.
El instructor de Metafísica y estimado amigo, Javier Álvarez, un hombre dedicado a los estudios y enseñanza de esta escuela de conocimiento espiritual, al compartir con el público interesado en esos saberes, afirma, en relación al solsticio de invierno: “Este fenómeno dura siete semanas: la última de noviembre, las cuatro de diciembre y las dos primeras del mes de enero, y su momento más importante ocurre entre el 21 y el 22 de diciembre. Es un período de mucha felicidad y prosperidad, porque el planeta como tal, se llena de una gran energía positiva”.
Inscritos dentro de la cultura occidental, tradicionalmente cristiana, y en nuestro ámbito de fuertes raíces católicas, la devoción religiosa-popular ha tenido como punto central de manifestación de fe, la adoración del llamado Niño-Dios, mediante los tradicionales “nacimientos” tan particulares, entre nosotros, elaborados en barro ilobasqueño o trabajados en finas maderas. Un primor de nuestros artesanos.
Navidad es también, un tiempo de delicias culinarias, de luces, de regalos, de buenas acciones, que forman ese “espíritu de navidad”, de bienestar, al que tan vehementemente alude, mi querido amigo, Javier Álvarez.
Ese maravilloso espíritu de perdón y de concordia, es bellamente expresado por nuestra máxima poetisa, Claudia Lars, en estos fragmentos del poema “Sobre el ángel y el hombre”, con el que también deseamos a todo el personal de Co Latino, y a nuestros queridos lectores, ¡una feliz navidad!: “Que la luz primogénita/ilumine la mente de los hombres. /Que la paz de los sueños y los cantos/se establezca en el mundo para siempre. /Que aprendamos, gozosos, /a servir como libres servidores. /Que olvidemos agravios, /instalando el amor en ese olvido. /Que el ángel más radiante/con nuestro propio corazón nos guíe. /Que así sea. Así sea. /Y que yo, humildemente, / cumpla mi humilde día de servicio”.
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