Wilfredo Mármol Amaya.
Psicólogo y escritor viroleño.
La mañana del 23 de mayo de 2015 la capital salvadoreña no se hizo ocultar en su explosión de regocijo. Y vaya que tenía razones históricas profundas en su alma y espíritu, pues El Vaticano realizaba el acto de beatificación de Oscar Arnulfo Romero, el obispo asesinado por los escuadrones de la muerte en la orden intelectual de su fundador, el Mayor Roberto D’Abuissón, según diferentes investigaciones, en especial la Comisión de la Verdad integrada por la ONUSAL, es decir, el Organismo de las Naciones Unidas convenidas por las partes firmantes en el proceso de negociación que puso fin al conflicto armado que por más de doce años que se desarrolló en la sociedad salvadoreña. MOAR les insistió desde un principio en la salida negociada a la guerra la cual comenzó oficialmente con su martirio, el 24 de marzo de 1980 cuando le fue asestado un balazo en el corazón por un francotirador, mientras realizaba la eucaristía en el Hospital de la Divina Providencia, un lugar para enfermos terminal de cáncer, lugar donde además el ahora beato, vivía.
Miles de católicos se dieron cita para la ceremonia de beatificación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, el primer beato de El Salvador y posible primer santo.
El Monumento a El Salvador del Mundo se quedó pequeño frente a la peregrinación de los y las salvadoreñas en esa mañana de mayo.
Mi señora madre, María del Carmen Mármol a sus 73 años y un mundo de achaques y dolencias físicas no fueron la justificación para quedarse en casa. Un día antes me llamó y expresó su deseo, quería que la acompañara a la celebración, no obstante profesar la doctrina bautista desde hace muchos años, “Fue un gran hombre y ha sido ejemplar en la proclamación de la palabra de Dios y su hijo Jesús, es importante acompañar su peregrinar” me señaló.
–Delo por hecho, mamá. Le anuncié.
Ahí estábamos desde muy temprano, siendo parte de un mar de pueblo de todas las edades, estrato social, procedencia geográfica y el acompañamiento de extranjeros entre españoles, hondureños, estadounidenses, etc.
Grupos religiosos con enfoques ecuménicos se hacían sentir con el canto de sus gargantas en los diferentes espacios de las Plaza. Realmente era un mundo multicolor.
A eso de las doce del mediodía, alrededor del sol se formó una aureola o anillo de colores, parecía un mensaje de regocijo en el cielo. Una vez más la multitudinaria celebración con la participaron de feligreses de diferentes lugares se congregaron en torno al monumento al Salvador del Mundo. Muchos habían llegado un día antes para tener espacios sombreados.
El cardenal Ángelo Amato, Prefecto de la Congregación de la Causa de los Santos y enviado especial del Papa Francisco, declaraba oficialmente Beato a Monseñor Romero, momento que desató gestos de alegría, emociones expresados en gritos, sonrisas, y lágrimas en buena parte del pueblo ahí reunido, un aplauso eterno se hizo sentir en la Plaza: “Su opción por los pobres no era ideológica, sino evangélica” expreso Ángelo Amato.
El clamor popular del imaginario colectivo se hacía sentir desde muchos años “Monseñor Romero, ya es un santo, el pueblo lo hecho santo”
Durante la ceremonia, el cardenal Amato leyó en latín una carta enviada por el papa Francisco en la que declaraba Beato a Romero.
Debido a que se trataba de un acto oficial se leyó en latín, pero inmediatamente después fue leída en español para los asistentes.
Un hombre humilde y de extracción obrera campesina se me acercó y me dijo, “hice poema para Monseñor, que me gustaría que el pueblo entero lo conociera”, y me mostró una página en la que se plasmaba su escrito.
-Démelo, si quiere, ya veré la manera de que se lo lea la gente, le expuse.
Quiero concluir con los versos del señor, a quien no volví a encontrarlo en la vida, sin embargo aún lo recuerdo, con la esperanza que algún día vea concretado su sueño de esa mañana de cuando Monseñor Romero fue beatificado en su camino a convertirse en santo, aunque para su pueblo lo es desde el momento de su martirio en las manos de los enemigos de la vida.
Acá el escrito del salvadoreño José Ernesto Mendoza.
MONSEÑOR ARNULFO ROMERO
Siervo de Dios
que estás en el cielo
escucho tu voz
lo que me da consuelo.
Siento tu presencia
estás en mi corazón
tu ausencia
es desesperación
Que tristeza y dolor
el pueblo llora
por su pastor
que en el cielo mora.
Que Dios te canonice
que estés en la gloria,
este verso que hice
es a tu memoria
Expresabas la verdad
así tenía que
ser, pero la maldad
te hizo desaparecer
Es un hecho trascendental
que se extendió por el mundo
es un hecho fatal
que da un dolor profundo.
San Salvador 22 de mayo 2015.
Por José Ernesto Mendoza Ávila. Teléfono 25410335
A eso de las dos de la tarde, mi madre me tomó de la mano para empezar a caminar el regreso a casa, se le veía contenta y con un sentimiento de agradecimiento al ejemplo brindado por Monseñor Romero en su paso por la patria chiquita que afortunadamente lleva el nombre de El Salvador.
Retornamos a Zacatecoluca, luego de haber participado en este día esplendoroso sol, que marca la esperanza que vendrán días mejores de armonía y convivencia saludable para este glorioso y pueblo trabajador, que cifra su promesa en el Creador de todas las cosas. Al llegar a casa, mi madre se preparó para asistir al culto de la noche a la Iglesia Bautista Cedros de Líbano, cuyo pastor es su nieto y mi sobrino, Rigoberto Arias Mármol, y que no falla por nada en el mundo en su vocación de Bautista.
En vida madre, en vida. Así sea.
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