Juan José Rivas
Psicólogo y escritor
Difícilmente puede nombrarse de otra manera, la barbarie cometida por el Estado salvadoreño en contra de cientos de estudiantes universitarios y de secundaria, que ese 30 de julio de 1975 fueron reprimidos de la manera más brutal por los ex cuerpos de seguridad de la época y por el ejército.
Conocemos la historia, que se inició como una marcha de protesta en solidaridad por la intervención de elementos policiales en el Centro Universitario de Occidente el 25 y 29 de julio de ese año.
Se debe recordar que para 1975 el movimiento universitario se había radicalizado, y que sus vínculos con la lucha armada eran claros; sin embargo, la marcha estaba inscrita, aún, en las acciones públicas exentan de carácter violento.
La 25 avenida norte de San Salvador, el paso a desnivel, las cercanías del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS) fueron los escenarios más trágicos de la masacre, cuando el aparato militar del Estado tendió un cerco fatídico, acorralando a los manifestantes, para rociarlos de gas lacrimógeno y dispararles con toda la furia de aquellos terribles fusiles G-3.
Fue un cuadro brutalísimo cuando las tanquetas hicieron su aparición. El resultado: un número de personas asesinadas y desaparecidas, que hasta la fecha no ha sido determinado con exactitud; muchos heridos y capturados, y una honda herida, que a 44 años de distancia no puede sanar, mientras no impere la verdad y la justicia.
Las consecuencias de estos hechos, se tradujeron en un mayor endurecimiento hacia el movimiento popular, y por supuesto en el aumento de la lucha de calle, y del accionar de los grupos clandestinos. El siguiente fraude electoral hacia la oposición democrática (UNO) en los comicios de 1977, y los sucesos represivos del 28 de febrero de ese año en el Parque Libertad de San Salvador, fueron determinantes, al igual que 1975, para dirigirnos, inexorablemente, a la guerra civil.
De esa historia, lamentablemente, venimos. De un país que respondió a sangre y fuego, los reclamos sociales. Desmontar esta cultura no es fácil, pero es un proceso que debemos iniciar con urgencia. Por supuesto, que los escenarios actuales son otros, y que no hay nada más ridículo que hacer comparaciones entre la insurgencia del ayer, y los grupos delictivos del hoy. Sin embargo, lo que sí es cierto, es que a la base de la conflictividad actual, hay una insatisfacción mayúscula en el plano social, económico, cultural, que el crimen organizado supo dirigir y estimular, creando una estructura criminal sin precedentes.
¿Qué hacer ante esto? Definitivamente, la acción represiva es necesaria y urgente, ante realidades que no permiten otra alternativa. Pero, en ese camino, la inteligencia del Estado, y el profesionalismo de la policía y del ejército, es clave, para evitar imperdonables errores. La historia del país no puede cargar con más abusos.
Que este nuevo aniversario del 30 de julio, instale en todos y todas, la necesaria reflexión y cordura, en el país que deseamos construir.