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La máscara de la apatía

Sociología y otros Demonios (1,110)

René Martínez Pineda

Los datos –temibles, aislados- son fulminantes: en dos años, la pandemia mató seis millones de personas y, en el lapso, han muerto más de seis millones producto del hambre crónica, y otros cientos de millones de estudiantes han sido condenados al aislamiento y la exclusión que amenaza con quedarse para acabar con la conciencia crítica y la socialización cara a cara; han sido condenados a ser la cara detrás de la pantalla. No obstante, a quienes menos asustó la pandemia fue a los pobres, porque ellos aprendieron a sobrevivir a la eterna pandemia de la miseria con leyendas que hacen menos terrible lo terrible.

Desde el primer día del encierro busco en el silencio de las calles premoniciones culturales que combatan la premonición del crimen de lesa educación que es peor que la peste negra; me cuelgo en el cuello fetiches sociológicos para convocar las prometedoras promesas del compromiso social de carne y hueso; pregono en las esquinas de la muerte anuncios de un mundo mejor en el que el contacto no esté prohibido; dibujo matices grises que sueñan con ser arco iris; trazo en el polvo de la vereda signos cartográficos disfrazados de lunares en el pecho izquierdo de una muchacha traída del monte blanco; deduzco sospechas de perfección en el andar descalzo de la diosa maya recién coronada que tenía el poder de los dioses en su sonrisa; imagino celajes al anochecer para ahuyentar al imbécil sin historia y veo señales de horizonte en los faros del fin del mundo inmundo.

Desde el primer día de la exclusión social pactada, en silencio, por el capital digital con las ciencias sociales reaccionarias, busco las huellas de los movimientos sociales con movimiento autónomo rebalsando de utopías y de rosas blancas en la mirada de los niños; imagino etnografías pedestres platicando con el pueblo; y genealogías geniales porque tienen sabor al atol shuco bebido en la acera del Palacio Nacional; y migraciones del futuro hacia las mentes jóvenes… y entonces quisiera no perderme en el laberinto de la soledad de lo virtual y enmendar mis deficiencias purgatorias y mi fealdad perentoria, para salir en busca de la vacuna contra el tiempo perdido que cura los síntomas de la locura del conformismo que no cambia al mundo porque evade las páginas de la sociología de la nostalgia que libera rebeldías como si se tratara de deliciosos pechos.

Retrocediendo en el reloj mortuorio del virus, el ayer nefasto que inició con dudas infecciosas, bocas mudas y malas miradas, fue mutando en horas de esperanza cierta a las nueve de la tarde, esa hora en que putear a la vida es un placer libertario cuando los estudiantes de sociología, ejemplares de sueños por cumplir a pesar del traidor de la historia, tuvieron que empezar a soñar con hacer factible lo imposible: el despertar de la conciencia social en la cama de las ciencias sociales que fornican a diario con la realidad real cuya conectividad está en la piel. Y entonces la nostalgia se despojó de su ropaje viejo frente a mi espejo; no vacilé un segundo; no dudé de las palabras ni de los sentimientos tras las mascarillas y las pantallas, y me enganché con uñas y dientes y metáforas de alcohol gel a ese dictamen de excelencia que, al hacer que la presencia derrote a la ausencia, los seguirá como un sueño… no dudé ni un segundo no obstante la precaria condición de mi intelecto, carencia que disimulo con retazos de memoria histórica e identidad revolucionaria para sentirme digno de la lucha por la socialización, sin intermediarios, que hace que el conocimiento social sea producto de lo social del conocimiento.

Y en ese trance me pregunto ¿Qué les queda por saber y hacer en esta sociedad desinformada por el asco y con una identidad sin cuerpos desnudos y con una dignidad sin frente en alto? ¿qué les queda por derrumbar para que no se derrumbe la sociología crítica? ¿sólo paredes sin murales y murales sin piedras? ¿sólo las tétricas máscaras del silencio y apatía alienante sin versos ni cuadernos? ¿sólo incredulidad sobre el futuro sin placeres sociales como proyecto social preeminente? ¿sólo la complicidad con lo digital como venenosa pastilla para matar el tiempo que se codea con el pueblo en las plazas públicas? ¿sólo el cinismo como subjetivismo sin utopía ni identidades culturales? ¿sólo relojes sin tiempo y ojos almendrados sin imágenes desnudas? ¿sólo memorias llenas de olvido?

No, a ustedes les queda por construir una patria nueva porque son los confesos depositarios de la conciencia nueva que se sabe huérfana sin las ciencias sociales que han firmado con sangre el compromiso con los pobres; porque saben que no hay que decirle amén a la exclusión social; porque no se dejarán matar el amor por el pueblo con hipocresías de grueso calibre disparadas por los sociólogos sin venas abiertas; porque van a conquistar el habla de los mudos y derrumbarán el retén que los convierte en el rostro tras las pantallas; porque van a ser parteras de la utopía; porque van a ser sociólogos sin dogmas sociológicos y matarán el mito del hambre irremediable; porque van a subirse a una historia con memoria para que los pobres sepan qué es la gloria; porque deben luchar porque ningún joven se quede sin educación ni sea recluido en la cárcel de lo virtual, como quieren los oscuros directores del capitalismo digital.

¿Qué les queda por vivir en esta sociedad consumista de falsas promesas? ¿qué les queda por probar en esta sociedad falsa y descalza? ¿las drogas ideológicas del que pregona el fin de la historia con un título doctoral en la mano derecha? ¿religiones como prisiones y computadoras como grilletes en lugar de que sean machetes desenvainados? ¿celulares en lugar de lunares prohibidos? ¿zapatos caros en lugar de pies que saben caminar a la boca de la utopía? Les queda pensar, cerrar filas y abrir los ojos; abonar la tierra donde enterraron sus ombligos y donde otros, décadas atrás, sembraron ilusiones; inventar la felicidad de la presencia y des-inventar la tristeza de la ausencia; hablar de tú a tú con el cielo para no ser timado por el meteorólogo de turno; adoptar los celajes y huracanes del cambio social desde la realidad misma; ser luciérnagas y no serpientes. ¿Qué les espera en esta sociedad de las vitrinas y las ruinas? ¿expropiaciones? ¿traiciones? Les espera ser las manos que ayudan; les espera abrir puertas y cerrar amnesias; les espera ser corazones y quemar corrupciones, pero ante todo les queda el mañana; les queda la ilusión de juntarse en un solo cuerpo; les queda ser sentimiento colectivo para que ningún niño se acueste sin cenar, para que la sonrisa sea un secreto de los pobres, para que las luciérnagas depositen en ustedes el secreto de su luz cotidiana e impresionante. Les queda quitarse la máscara de la apatía y luchar por la presencia para que desaparezca la ausencia.

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