Ing. Omar Salinas
La diversificación energética es un tema frecuente en las portadas de los diarios alrededor del mundo. No se trata de un fenómeno coyuntural, sildenafil sino de una sombra que se cierne como una amenaza real si ésta no se hace con visión de sostenibilidad ambiental, de soberanía y con desarrollo económico en función social. Dentro de ese gris panorama, a los países pobres no sólo se les vuelve una necesidad apremiante la prospectiva de la diversificación del aprovechamiento de otras fuentes de energía no convencional, que les permita ser menos dependientes del petróleo y de quienes controlan su mercado y la especulación de su precio, sino también ello posibilitaría una alternativa en la búsqueda de un modelo de desarrollo económico que contribuya a la subsistencia mínima en países como el nuestro, donde atender a la pobreza debe ser un reto de todos.
De acuerdo a la naturaleza de la matriz energética y de sus políticas públicas, cada país o región del mundo dispone de distintas formas de generar electricidad como pueden ser: centrales hidroeléctricas, centrales termoeléctricas, centrales nucleares, parques eólicos, paneles solares y centrales de biomasa. Si bien en la estructura de la matriz global, sigue marcando la pauta el predominio de los combustibles fósiles en la cobertura de la demanda de la energía comercial, así como debate político en torno al uso de la tecnología nuclear en la producción de energía eléctrica.
Hay modelos exitosos de gestión en el mundo que indican que la transición rumbo a una generación y consumo de energías alternativas es posible.
Entre los cuales se sitúan, el progreso de Noruega desarrollando energía hidroeléctrica por más de 100 años, cuya capacidad instalada provee el 95 % de su demanda, el éxito de Finlandia en la energía eólica, el avance del uso de la energía solar en Alemania, la expansión de la utilización del calor del subsuelo para la generación eléctrica en Islandia y otros buenos ejemplos en nuestra región Centroamericana, en donde se destaca la participación de las fuentes renovables en Costa Rica, con el aprovechamiento mayoritario de los recursos hídricos para la generación eléctrica, y Nicaragua, que posee diversos recursos naturales, que lo convierten en el de más alto potencial de Centroamérica y el tercero de Latinoamérica para invertir en energías limpias.
En el caso de El Salvador, la matriz energética todavía mantiene un alto componente de generación térmica, una participación fluctuante de generación hídrica y una minoría de energía a base de biomasa. Sin embargo, existe un aporte significativo de la energía geotérmica, una plataforma que el país desarrolló por cuenta propia en la inversión de capital y en el campo técnico en la década de los 60-70´S, en la época y liderazgo de Don Víctor de Sola, que contribuye en la actualidad con un 26% a la matriz energética, y con opciones reales de expandirse tras recibir con beneplácito la noticia del presidente de CEL, López Villafuerte, de nuevas perspectivas de desarrollo y explotación en la plataforma de Chinameca, que por motivos de estar en un litigio absurdo e insólito con una empresa foránea, se obstaculizó de convertir la geoelectricidad como una de las grandes apuestas de las energías limpias, que hoy la CEL lo retoma nuevamente; que requiere de recursos económicos para desarrollar las obras, que las puede financiar la geotermia misma, de un staff de alta experiencia y capacidad técnica, que aun existe alguna escuela en el país, y de una visión estratégica y un modelo de negocio que beneficie al Estado, y no como se pretendía hacer anteriormente.
Si estos tres componentes se conjugan a favor del actual presidente de CEL en lo que resta del gobierno de Salvador Sánchez Céren, o al menos se establecen las bases solidas para su continuidad, sin duda David López Villafuerte, pasaría a engrosar esa reducida pero selecta lista de funcionarios que a su paso por la gestión pública han dejado algo positivo al país.
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