LA MEMORIA DEL ACONTECIMIENTO
Por Wilfredo Arriola
Hay cosas que no terminan de suceder. Recordar se convierte en ocasiones en una nueva manera de entender la realidad, ahora desde la madurez que uno atraviesa. Lugares a los que uno vuelve con aquella ensarta de ideas, de recuerdos, de momentos que se han quedado guardados en la memoria del acontecimiento. Basta que nos pregunten por el pasado para poder entusiasmarnos como si acabase de suceder. Describir escenas y en la narración de lo sucedido entrar en las emociones que eso conlleve. Hablar de personajes, de vivencias, de caminar por las calles y aun sentir los pasos por aquel conglomerado de piedras colocados de manera magistral que, en suma, hacen la calle que ha sido y es parte de nuestro pasado.
Ante eso vino el recuerdo de Dante, de lo afirmado en el canto V de la Divina comedia: “No hay dolor más grande que recordar los tiempos felices en la desgracia”. Suele suceder, de ciertos recuerdos uno no sale ileso, por más que uno quiera. Es como volver a la casa de la infancia, toparte con aquellos tramos donde uno corrió a placer de juventud, como llegar, abrir la puerta donde alguien te recibía con comida, pan, café y alguna que otra forma culinaria de la época y sobre todo el abrazo del reencuentro. Reparar en la casa, adónde uno durmió, ver los pasillos, imaginar lo que fue en aquel momento y en lo que ahora se ha convertido aquel lugar sagrado en nuestra memoria y después, como inevitable remate, verse a uno mismo, y generar ese diálogo interno en interrogarnos en quienes nos hemos convertido con el indestructible paso del tiempo.
La melancolía puede ser un sofá donde quedarse por mucho tiempo resulte ser incómodo, pero sentarse por un momento produce un magnífico placer, con la característica indispensable de esta sensación: la brevedad.
Me han preguntado por algunas memorias y me he emocionado. Todos guardamos una serie de acontecimientos que generan ese efecto: nuestro primer hijo, nupcias, recibirse de la carrera que se desempeña, la primera vez en un avión, la primera vez en otro país… el primer beso. Tanto y cada vez, en el recuerdo suele acontecer de nuevo de manera inexorable.
Aquellas memorias con tinte de dolor que sean las que nos impulsen para mejorar en lo que deseamos superar. El dolor siempre viene con enseñanza en el camino largo a la sabiduría, que nunca llega solo después de la muerte, porque mientras se vive se puede seguir aprendiendo. Este momento también será un recuerdo, ojalá que en el futuro nos emocione volver a él. A trabajar por ello.