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La memoria desafiante

Idalia Zepeda*

La conmemoración del Día de los difuntos en El Salvador, un país con una historia trágica marcada por la guerra civil, se vuelve propicia para hacer memoria del sueño que tuvieron miles de víctimas, la mayoría de ellas a manos de agentes estatales, que fueron injustamente desacreditadas, torturadas, desaparecidas o asesinadas. El anhelo por la construcción de un país con justicia social, equidad económica y una verdadera paz que brindara oportunidades iguales de desarrollo a todas las familias, fue lo que caracterizó a estas mujeres y hombres ejemplares.

Algunos mensajes que escuchamos en el contexto actual, pretenden simbolizar la guerra como un fenómeno del pasado lejano, que recordarla es casi sinónimo de abrir heridas o, en el mejor de los casos, un ejercicio interesante pero ocioso en cuanto poco o nada tiene que ver con los problemas acuciantes del presente. Esta es la narrativa que se encuentra en el discurso del gobierno de turno que, por ejemplo, ni siquiera conmemora la firma de los Acuerdos de Paz, debido a su postura publicitaria de vender a sus liderazgos bajo la bandera del final de la posguerra.

Más allá de ese discurso falaz, es muy difícil encontrar un problema actual sin relación directa o indirecta con la guerra civil que finalizó hace veintiocho años. En este sentido, por más que vaya pasando el tiempo, no se ha perdido la vigencia de los ideales de quienes, con su entrega personal, lucharon por mejorar radicalmente la manera en que la sociedad funciona, reflejo del amor por un país tan pésimamente configurado desde el poder político y económico. Estos aspectos marcaron el modo de ser de quienes tuvieron la disposición de padecer la arremetida de un Estado criminal, que puso sus fuerzas de “seguridad” no en contra de la delincuencia, sino en función de aplacar cualquier voz crítica y propositiva en favor de sectores excluidos, actuación propia del pasado con las que Bukele simpatiza en el presente.

Recordar a este tipo de personas, unidas por aquél ideal, plantea ahora un desafío: asumir un compromiso ético-político por continuar la tarea que quisieron truncar con su desaparición o muerte. Ese ideal por construir un mejor país exige estrategias de lucha actualizadas, que estén a la altura de los tiempos, pero con el mismo ímpetu de entonces. Experiencia y legado que deja la lección para nuestras generaciones que, a pesar de los grandes obstáculos encontrados o sufridos en carne propia, no podemos abandonar sus sueños y su amor por este país, marcado por diversos fenómenos altamente complejos. En resumidas cuentas, aceptar esta memoria histórica, nos obliga a quienes buscamos espacios de incidencia política, en mi caso particular desde la Asamblea Legislativa, a no traicionarla con posibles prebendas, comodidades, o cualquiera otra práctica que se aleje del espíritu de servicio. Transformar esta cultura política servil, que raya incluso en la corrupción o la ilegalidad, es una tarea impostergable.

De igual manera, afirmo con total convicción que tampoco ha perdido validez la necesidad de hacer honor al planteamiento con una gran carga de significado desde el período de la guerra hasta el presente: “tanta sangre derramada no será en vano”.

*Candidata a Diputada por el FMLN en San Salvador

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