Carlos Mauricio Hernández*
La memoria militante es la desfiguración de hechos históricos con el fin de favorecer una narrativa que en el presente se traduce en votos, en campaña electoral en contra de adversarios o en el mantenimiento de cuotas de poder. No importa la verdad. Importa que los hechos encajen en una visión ideológica partidaria y deformante de la verdad misma en función de intereses mezquinos del poder.
La memoria militante fue practicada por ARENA y por el FMLN cuando estuvieron en el poder del Ejecutivo. La coalición GANA-Nuevas Ideas del presente es una fiel practicante de este tipo de memoria. La narrativa sobre la Firma de los Acuerdos de Paz cuando se cumplen treinta años de este hito histórico, es expresión evidente de la deformación que se hace del pasado.
La ciudadanía decente, el mundo académico profesional, los medios de comunicación e incluso personas dedicadas a la política en sus distintas expresiones ideológicas, deben caer en la cuenta de este tipo de memoria militante y encender las alertas antes de asumir por válidas o ciertas, las versiones de la guerra civil y de su finalización en 1992 que se hacen desde el poder, del color que sea.
Y es que con el fin de la guerra se implementaron una serie de medidas privatizadoras, la corrupción no cesó, la violencia social (asaltos, homicidios, extorsiones entre otros delitos) comenzó a resaltar, las grandes brechas de desigualdad económica, la débil institucionalidad democrática y otras miserias humanas florecieron o germinaron tanto en la práctica como en la opinión pública. No obstante, pasos valiosos se han dado. El principal a resaltar aquí, es el fin de la guerra civil. Que la vida de un país gire alrededor de una guerra tiene efectos graves en la vida individual y social. Que ahora haya afecciones que dificulten el desarrollo decente de la vida en El Salvador no es culpa de los Acuerdos de Paz, al contrario, sin esos Acuerdos, la situación pudo haber sido peor tanto en los noventa como en el presente.
En este sentido, para comprender los Acuerdos de Paz lo pertinente es acudir a materiales que hayan pasado por el filtro del contraste con los hechos, de teorías sociales o de investigaciones que se enmarquen dentro de la rigurosidad científica. La clave está en la posibilidad de hacer contrastes y sus respectivas comprobaciones desde las fuentes directas o indirectas, primarias o secundarias.
La formación de opinión pública o de formación personal que se acerque a la verdad histórica tiene aquí una ruta a seguir, mucho mejor que de la memoria militante. No porque se haya dicho ya todo sobre los Acuerdos de Paz desde las ciencias sociales o porque existan verdades indiscutibles (lo cual sería anticientífico) sobre dicho acontecimiento, sino porque los soportes argumentativos son mucho más fuertes y confiables. Algo de lo que carecen quienes promueven la memoria militante transmitida desde las redes sociales o por medio estatales acríticos del poder.
Para el aumento de autoconomiento como sociedad, es mejor acudir a las ciencias sociales o al periodismo no militante o con cierta independencia de quienes tienen la propiedad de las empresas mediáticas o a expresiones artísticas que estén en sintonía con la verdad histórica. Para este fin la memoria militante lejos de abonar, es un estorbo. Por ello, es importante estudiar –seguir estudiando a profundidad– este pasado, en particular estos Acuerdos que abrieron el proceso de pacificación hace tres décadas, para comprender lo mejor posible sus efectos en el presente y las posibilidades que nos proporciona para encausar el futuro.
Fechas relacionadas con la Firma de los Acuerdos de Paz en 1992
*Posdoctorante del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias de la Frontera Sur (CIMSUR-UNAM)