POR: JOSÉ GUILLERMO MÁRTIR HIDALGO
Muchos ciudadanos, según encuestas de opinión, manifiestan desilusión de la realidad salvadoreña. Presumen que el sistema político actual está basado en mentiras oficiales y en agendas e intereses ocultos. Piensan que subsecuentemente a los Acuerdos de Paz, el país se despeñó hacia una decadencia caracterizada por vandalismo económico, terrorismo de pandillas y extorsiones. Este retroceso fue más abrupto durante los gobiernos de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). Fue en ese periodo cuando el narcotráfico y el crimen organizado infiltraron al Estado2.
A la vez, se ha dado un debilitamiento moral e ideológico-político del Estado Salvadoreño. La deshonestidad de funcionarios y ex funcionarios comienza a reconocerse abiertamente, apreciándose que la carrera política o burocrática, es un instrumento de ascenso económico y social. Actitud que fomenta el oportunismo, el arribismo y la falta de conciencia social. Y es que el enriquecimiento a partir de los cargos públicos ha sido tradicional3. Por eso es que muchos ciudadanos creen que la mayoría de políticos ofrecen promesas falsas durante las campañas electorales con tal de conseguir el voto del ciudadano. Suponen que la mentira, el cinismo y el fariseísmo son características del actual sistema político4.
Por eso la presión ciudadana se dirige a la transparencia del Estado. Razonan que la exigencia de transparencia puede elevar el costo social a la corrupción, causando que los funcionarios hagan mejor su trabajo. El 30 de marzo de 2011 el ex presidente Mauricio Funes sancionó la “Ley de Acceso a la Información Pública”, conjuntamente existe una diversidad de instituciones públicas que combaten la corrupción y buscan la transparencia, tales como el Tribunal de Ética Gubernamental, la Secretaría de Participación Ciudadana Transparencia y Anticorrupción, la Sección de Probidad, la Fiscalía General de la República, el Instituto de Acceso a la Información Pública y la Corte de Cuentas de la República. Sistemas creados por la presión ciudadana se traducen en democracias fuertes, en nuestro caso, falta voluntad para hacerlos funcionar bien. Somos una cultura corrupta, pues los políticos salen de la sociedad civil. Por eso hay que apostarle a la educación del pueblo. Mientras más educado el pueblo, la corrupción es menor y sus efectos menos deletéreos5.
LA MENTIRA: ESTRATEGIA RETÓRICO-POLÍTICA
Para la filósofa uruguayo-mexicana Ana María Martínez, de la Escalera, un componente esencial de la vida política es el discurso mentiroso. En su artículo “Mentir en la vida política” especula que en el ejercicio y mantenimiento del poder se requiere de la mentira6. La mentira es una estrategia retórico-política de políticos, demagogos y hombres de Estado. El valor y el éxito de la mentira dependen de su fuerza enunciativa. La memoria colectiva solo recuerda eso, la fuerza enunciativa.
La mentira suele definirse como simulacro, falso testimonio o virtualidad. La verdad y la mentira han sido raíz de conflictos interpretativos en la política y en la historia. Por ejemplo, en el juicio al Teniente Coronel de las Escuadras de Protección del Nacionalsocialismo Alemán (SS) Otto Adolf Eichmann, la corte y la fiscalía poseían una idea simple de la mentira. Mentir es un acto intencional que demuestra hostilidad contra otros sujetos. El fiscal intentó mostrarlo como un monstruo, como un asesino en serie. El mismo Eichmann consideró que él era solo un “engranaje” de la maquinaria nazi. Se miró como un experto en transporte que no podía negarse a obedecer órdenes. Pero mintió a la corte cuando expresó que su conflicto de valores es algo íntimo que lo eximía de responsabilidades personales.
Filosofías del Siglo Veinte han creído que la verdad es un asunto de preposiciones y enunciados constatativos. La verdad se mostraba como lo “dicho”, sin ninguna relación con el “acto de decir” o el “acto en el cual se dice”. La mentira está vinculada con el uso del lenguaje en circunstancias determinadas. Quien miente políticamente, mientras defiende su propia causa, habla en nombre del momento del mundo y todo momento histórico es un “momento de peligro”. La mentira habla del “momento de peligro” subordinada a la posición de quien miente y la expectativa de los receptores. El efecto de una mentira puede no recaer sobre los receptores o interlocutores, sino, relegarlo a una recepción ulterior de quienes ni siquiera han sido sus primeros testigos, pero sí sus víctimas. La mentira afecta al receptor y a formas de memoria colectiva “haciéndolas olvidar” borrando sus génesis, volviéndolas clichés y conformándolas a la tradición. El olvido es nuestra segunda naturaleza, es de ella donde la mentira política extrae su fuerza encubridora y hostil.
En el artículo “Verdad y política en Hannah Arendt”, el abogado mexicano Alejandro Sahuí Maldonado explica que el espacio público, entiéndase político, es un lugar de acción libre, espontáneo y circunstancial, que se opone a la objetividad, firmeza y urgencia7. Por eso la relación verdad y política nunca se han llevado bien. La mentira es una estrategia deliberada para mantener la consigna y sacar provecho personal.
La verdad, igual que la autoridad, demanda obediencia. Pero, la obligación política resulta del acuerdo de opiniones. Efectivamente, recurrir a conceptos fuertes como “verdad” para referirse al dominio de la política es peligroso. Pues lo primero que hacen los totalitarismos es suprimir la manifestación de opiniones plurales. La autoridad no da batalla en la arena de las argumentaciones. Se basa en el principio de jerarquía y no duda en eliminar al adversario o disidente, no duda en destruir registros y fabricar datos. Por eso el monopolio privado de medios de comunicación presenta una propensión autoritaria, sus “profesionales de la verdad” pretenden imponer sus ideas y muestran desinterés por discutirlas con la “gente vulgar”.
La filósofa judeo-alemana Hannah Arendt desconfía del uso de la verdad en política. Alega que la política es el espacio de la acción. Por ende, en la vida política, la opinión reemplaza a la verdad. El ideal político es la multiplicación de las opiniones que produzcan acuerdos y decisiones públicas. La Democracia Deliberativa pone de manifiesto la dimensión práctica (inclusión de todos) y epistémica de los acuerdos públicos (calidad de argumentos). En el documento “Verdad y política” Hannah Arendt explica, que a lo largo de la historia los que buscan y dicen la verdad, fueron conscientes de los riesgos de su tarea: peligro de muerte por liberar a sus conciudadanos de la falsedad y la ilusión o cubiertos por el ridículo, en la medida que no interferían en el curso del mundo8. Un prerrequisito de todo poder es la opinión. Todos los gobiernos descansan en la opinión. La opinión es la antítesis de la verdad. El desplazamiento desde la verdad hacía la opinión es el paso del hombre singular hacia los hombres en plural.
En el momento que no se aceptan los juicios objetivos de una persona hay que sospechar que nos encontramos en el campo político. Y es que la verdad cuando entra en la calle se convierte en opinión. Hechos y opiniones no son antagónicos. Los hechos dan origen a las opiniones, pero, estas están inspiradas por los intereses y las pasiones.
El campo político parece estar en guerra con la verdad, ya que esta se siente como una actitud anti política. La verdad implica un elemento de coacción que es antítesis de la razón. La verdad tiene un carácter despótico, por consiguiente, los tiranos la odian. Temen una fuerza coactiva que no pueden monopolizar. La verdad exige un reconocimiento perentorio y evita el debate. Y el debate es la esencia misma de la vida política. Me formo una opinión, tras considerar determinados temas desde diversos puntos de vista. El que dice una verdad, en el campo político, tiene que explicar por qué su particular verdad es la mejor para determinado grupo. El problema es que cuando la verdad entra al campo político se identifica con intereses y con alguna formación de poder, comprometiendo su única cualidad que podía hacer plausible su verdad.
Fenómeno reciente es la manipulación masiva de hechos y opiniones. La mentira tradicional se refería a ciudadanos particulares, nunca a la intención de engañar literalmente a todos, se dirigía al enemigo que se pretendía engañar. Pero ahora las modernas mentiras políticas son tan grandes que exigen una nueva y completa acomodación de toda la estructura de hechos. Exigen la suplantación de un libro de historia por otro, en donde las falsedades sustituyen la historia real. La diferencia entre mentira tradicional y mentira moderna se iguala con la diferencia entre ocultamiento y destrucción. Los gobiernos totalitarios han adoptado la mentira de manera consciente. Y en las democracias, si la prensa llegara a ser de verdad el “cuarto poder”, tendría que ser protegida del poder gubernamental, de la presión social y del poder judicial. Consecuencia del lavado de cerebro a largo plazo es, una peculiar clase de cinismo caracterizada, por un rechazo a creer en la veracidad de cualquier cosa.
EL HOMBRE MODERNO SOMETIDO A LA MENTIRA
Para el historiador y filósofo francés de origen ruso Alexandre Koyré el hombre moderno se baña en la mentira, respira la mentira y está sometido a la mentira. En su artículo “La función Política de la mentira moderna” advierte que la palabra, los escritos, los periódicos, la radio y la televisión se han puesto al servicio de la mentira9. La mentira moderna se fabrica en serie y se dirige a las masas.
La mentira política existe desde siempre. Antes se llamaba “demagogia” y hoy se llama “propaganda”. Hay casos en que la mentira se ve tolerada, en tanto no perjudique el buen funcionamiento de las relaciones sociales y permitida, en tanto no lacere el vínculo social que une al grupo. La mentira es un arma contra el adversario y está aprobada en tiempos de guerra. Pero si la guerra se convierte en estado perpetuo, la mentira pasa a ser cotidiana y se convierte en regla de conducta, en norma del grupo y en una virtud.
Cuando un grupo social se encuentra obligado a escapar de sus adversarios y eludir su amenaza, se refugiará en la penumbra del secreto. Los rasgos característicos propios de la agrupación secreta son acentuados y exagerados. Una sociedad secreta tiene un grupo de doctrina y un grupo de acción, cuyos límites son difíciles de trazar. La sociedad secreta tiene un doble secreto: su propia existencia y los fines de su acción. Así que debe disimular sus afinidades y fidelidades. Asume disimular lo que se es y simular lo que no se es.
Efectivamente todo miembro de una agrupación secreta jamás creerá lo que oiga decir en público a un jefe de su propia asociación. Ya que no es a él a quien se dirige, sino a los “otros” a quienes tiene que cegar, estafar y engañar. Los gobiernos totalitarios actúan como sociedades secretas, pero, lejos de ocultar y disimular sus fines los proclaman. Diciendo la verdad engañan y adormecen a sus adversarios. Los partidos totalitarios son conspiraciones a la luz del día, que tienden a convertirse en organización de masas. Los partidos totalitarios no son sociedades secretas, si sociedades con secretos que serán revelados solo a una élite de iniciados. Cuando dirigentes del partido ejercen una acción pública, como alocuciones populares, estas son una mentira que solo los iniciados descifrarán y perforarán el velo que oculta la realidad. Los otros, adversarios y masa de adherentes al grupo, aceptarán como verdades las aserciones públicas.
En resumen, la mentira política ha existido siempre, antes se llamaba “demagogia” y hoy se llama “propaganda”. El campo político es gobernado por la acción, razón por la que se pierde la objetividad. Por consiguiente, la verdad es sustituida por las opiniones, las que son dictadas por los intereses y las pasiones. El que participa en política tiene que utilizar argumentos convincentes, que justifiquen por qué su verdad particular es importante para determinado grupo. Los partidos totalitarios utilizan de manera consciente la mentira, por tanto, todo discurso público es una simulación.