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La Migración salvadoreña: el peligro de la desesperanza y de la identidad nacional

Pedro Ticas

El estado propio de la migración

La migración ha dejado de ser un imaginario, for sale un deseo de la población. Se halla vinculada directa o indirectamente a cada salvadoreño. Esto podría, for sale peligrosamente, constituirse en una expresión de la identidad nacional no solo por convertirse en una forma de ver el mundo, la vida, el futuro, sino, principalmente, por todo lo que le circunda desde el orden cultural, emocional, económico, familiar, político y social. Si la migración se convirtiese en identidad, significaría, en esencia, la construcción de la vida de lo otro, del otro en detrimento profundo de lo propio, de lo diferente. El detrimento no consiste en suponer la primacía del etnocentrismo puro negando con ello la existencia sincrética de las culturas, sino, más bien, en la construcción de lo otro, desde y para el otro. Esto que suele acontecer en sociedades con identidades compradas circunstancial, eventual y efímeramente, que viven con desesperanza de su propia raza, cultura e historia, suelen terminar en la construcción de su propia contrahistoria. En tal situación, la migración no se convertiría en la negación de la propia superación de las sociedades, sino, contrariamente, en la asimilación fugaz, inconclusa e insustentable de su identidad y por tanto, de su concepción del mundo.

Vistas así las cosas abrimos paso a distintas consideraciones. El Salvador cuenta con una de las más grandes fortunas de la historia tanto genealógica como geográfica. Buena parte de su población posee un pasado histórico de formación social mesoamericano. Cultura indígena que dignifica su identidad pese al embate occidental de exclusión, olvido y represión. Frente a esto último, la condición de la identidad heredada de la grandeza indígena debe prevalecer, la cual, sin duda, no es única, coexiste con otras culturas antiguas y originarias. Así pues, no se requiere de la compra de identidades perdiendo lo propio, cómo ha sucedido con otras culturas o pueblos que debido a su condición geográfica o genealógica se halla intersectado por procesos migratorios que posiblemente constituyen su identidad, en esos casos, esa es su historia y no su contrahistoria.   Pero ¿qué sucede en el caso de pueblos, sociedades o países influenciados o determinados por procesos migratorios en los que la movilidad, circunstancialidad o eventualidad se convierten en una cultura de vida? Como sabemos, históricamente, las causas de la migración han sido la miseria, analfabetismo, conflictos étnicos, políticos, modelos económicos anacrónicos, persecución, exclusión y otras tantas, las principales causas de la migración en países dependientes y esclavos. Ese ha sido el trato fenomenológico del concepto migratorio, abordado predominantemente como Indicador o derivación, es decir, como efecto de las causas anteriores.

Contrariamente, vista la migración como fenómeno sino como categoría que se compra, vende, alquila o conforma eventual, circunstancial, permanente o temporalmente, requeriremos de diversas formas de comprensión, interpretación o explicación teórica-empírica y epistemológica, con el objetivo de conocer los disimiles aspectos que intervienen en la migración, esto es, lo subjetivo, intersubjetivo, la conducta, los símbolos, la voluntad, redes sociales, familiares, y otras tantas que parecen estar más asociadas a los compuestos de la identidad, su búsqueda, conformación o su afirmación. De esto me ocupo en mi libro “Cambios culturales, economía y migración en Intipucá, La Unión, (Ediciones 1998 y 2008)”, con un poco de más detalle, por ahora, acotemos algunas ideas importantes.   

“Ningún país ni región del mundo escapa a la dinámica de las migraciones o en su caso, mantenerse ajeno a sus consecuencias. La mayoría de los movimientos migratorios se debe a la búsqueda de mejores condiciones de vida, y su dinámica es favorecida por complejos factores estructurales como las asimetrías económicas entre las naciones, la creciente interdependencia económica y las intensas relaciones e intercambios entre los países [1]. Cierto es, que en sociedades con determinio de lo económico sobre las demás formas de realización humana, la condición primaria se halla intrínsecamente orientada a la sobrevivencia y subsistencia. Pero esto no sucede en todas las sociedades de la misma manera. Como hemos dicho, en sociedades de autorregulación, preservación y sobrevivencia del grupo, no siempre lo económico determina su condición de vida. Esto nos permite introducir diversas hipótesis o tesis sobre preguntas aún pendientes por responder, por ejemplo como las que señala Lourdes Arizpe sobre “¿por qué ciertos tipos de individuos migran y otros no? y ¿qué tipos de comunidades o regiones producen qué tipos de migrantes?” [2], entre otras.

Sin duda de acuerdo a su propia historia, cada sociedad formula sus propias preguntas y corresponde a ellas mismas, establecer sus propias respuestas. Así pues, el asunto migratorio demanda estudios holísticos que contravengan el peligroso carácter empírico y retórico de las tendencias reduccionistas o deterministas que intentan explicarlo. Conviene saber si la migración es PRODUCTO o GENESIS en las distintas conformaciones sociales a través de la historia. En tanto la migración se constituya como PRODUCTO, las causales, como siempre hemos sabido, no derivan únicamente del factor económico, ese reduccionismo conducente al determinismo pondría peligrosamente en entredicho la capacidad de sobrevivencia que históricamente los pueblos pobres y marginados (indígenas, campesinos, populares) han demostrado haber superado a lo largo de toda su historia. Por su parte, en tanto la migración se constituya como GENESIS, implicaría una construcción de la identidad y cosmovisión contrapuesta, es decir, la utilización de la migración como configuración de su propia existencia. Constituida como producto o génesis, es decir, subjetiva y objetiva, habremos de considerar que en ello, figuran diferentes variantes que confieren a la migración, su carácter holístico, concatenado y articulado.

En síntesis pues, el estado propio de la migración como concepto, demanda su construcción a partir de sus particularidades y singularidades en relación con el Todo, con lo holístico que la produce o reproduce. Pero dicha condición no se halla sujeta a explicaciones relativas sin profundización de lo que la hace, la conforma, de quienes y en quienes se genera, la relatividad de su explicación y conceptualización depende del grado de profundidad de su singularidad, exige la observación constante, la intervención de la construcción epistémica del sujeto-objeto y de la propia transformación o reconfiguración de éstos.

La condición cultural de la migración (una mirada menos economicista)

La migración produce y reproduce sinnúmero de formas en todas las esferas de la vida material, intelectual y humana. Eso, en principio de cuentas, en el caso de sociedades dependientes, pobres y de sobrevivencia, la convierte en un proceso ontológico que adquiere y asimila lo externo en detrimento de lo propio. La migración pues, no consiste en el acto único de movilización permanente, temporal o eventual, la migración en países pobres y cada vez más dependientes, también rompe la dignidad de los pueblos y les obliga a reconformaciones históricas análogas a las impuestas hace más de 500 años.   

Para el caso de este país, posiblemente la sociedad en su conjunto, directa o indirectamente encuentra en la migración un proyecto de vida. Todo indica que para esta sociedad solo existen dos mundos, el mundo de lo familiar y el mundo de Estados Unidos o cualquier otro destino. Se trata de una sociedad dividida en tres partes: 1) los que esperan emigrar, 2) los que eligen quedarse y dependen económica y emocionalmente de los que se van y 3) los que han emigrado.

Los que esperan emigrar parecen desinteresados por el país. Políticas vienen y políticas van, éstas no parecen trascender porque el territorio es temporal, es casi un dormitorio mientras se emigra. De manera que, quizás, el concepto de “proyecto de nación” entendido como la conjunción de las identidades del Todo, desde su pasado, presente y futuro, para esa población no es más que una mera idea alejada de su vida

Los que eligen quedarse y configuran su hábitat se configura predominantemente hacia el interior de sus propios grupos familiares, por tanto, lo otro, el otro, no existe, lo que explica el pleno desinterés por el intervínculo, la comunidad, lo colectivo. Así que entonces, la construcción de lo nacional, el interés de la sociedad civil por la construcción del país parece efímero, circunstancial o inexistente. Un ejemplo de ello se expresa en el desinterés de la sociedad por lo local, por la modificación de su entorno inmediato. No asume responsabilidad alguna porque espera que otros hagan lo que a cada uno corresponde hacer, y por tanto, en el error, se exime de culpabilidad.  En tales condiciones conviene preguntarse ¿Cómo construir una nación que parece carecer de proyecto propio en medio del desinterés de su población? La respuesta no se halla en lo presente, la respuesta debe buscarse en los orígenes de la motivación y particularmente, en las condiciones que originaron la migración y que la han asistido y alentado durante décadas. Los orígenes no están puestos únicamente en las motivaciones económicas, políticas, familiares o sociales. Se requiere dar cuenta del pasado carente de lo propio. Lo que hoy se produce, la sociedad que hoy se tiene es producto del pasado, de la historia atropellada. Desesperanza, sobrevivencia, apatía, individualismo, deslealtad, prepotencia, inmediatez y otros tantos elementos resultan ser la expresión cotidiana de la mayoría de grupos de poder feudal transmitida al resto de la sociedad hasta nuestros días

Los que han emigrado, a quienes les corresponde la tarea y responsabilidad de sus propias vidas y las de sus familias en El Salvador. En la mayoría de procesos y poblaciones migrantes, se trata de sistemas endoculturales o de parentesco consanguíneo, por afinidad o filiación. Pero además, también la estructura de esos procesos no solo incluye a la familia nuclear, de hecho, posiblemente se sostiene y descansa predominantemente sobre la familia extensa, ampliando con ello, las relaciones sociales de parentesco que le concede mayor dominio y proporcionalidad de redes sociales, culturales y económicas. Al respecto de las estructura del proceso migratorio no debe confundirse con mecanismos del mismo. Esos mecanismos están interpuestos por las condiciones del que ha emigrado y del que desea emigrar. Para quienes han emigrado, el poder, acceso o factibilidad económica en Estados Unidos constituye una de sus principales elementos. Pero también, no todo depende de su poder económico. También figuran en el escenario otros elementos que escapan a determinaciones económicas y se transforman en relaciones de carácter más humano. Tal es el caso de lo que acontece por algunas expresiones de solidaridad parecidas a lo que Durkheim llamaría “solidaridad orgánica” [3] forjada durante mucho tiempo tanto en EL Salvador como Estados Unidos y que les permite recibir a sus familias en territorio estadounidense.

Como he señalado en otros escritos, desafortunadamente todo indica que el feudo ha hecho bien su trabajo en la sociedad. Esa cultura del miedo, la inseguridad, reduccionista, individualista, limitada, de pensamiento concreto, ausente de proyección de nación propia, ha causado impacto en el resto de la sociedad. La tarea entonces de buena parte de esos grupos se ve realizada. Buena parte de la sociedad (sectores medios y populares) han asimilado paulatinamente una cultura heredada de la Colonia. Así pues, la idea de un proyecto de nación conjunto, es, en virtud de lo real, una utopía.

Mucho se reflexiona sobre la migración como fenómeno. Tal parece que ha dejado de serlo. Ha pasado de ser entendida como un hecho de la realidad para convertirse en la expresión ontológica de los individuos con matiz propia. Pero esas expresiones cualitativas o cuantitativas, eventuales, temporales, efímeras o permanentes han permeado sigilosamente la particularidad y singularidad de la identidad nacional. Lo nacional, expresión de lo multiétnico, pluricultural y multicultural parece estar cada día más distanciada de la unidad del Todo nacional. En materia de identidades no se trata de homogeneizar lo diverso, sino por el contrario, reconocer y fortalecer la universalidad a partir del reconocimiento de las particularidades, de lo propio, de lo que hace a cada cultura como develación de su pasado, presente y futuro.

Independientemente de quienes se benefician económica o políticamente con la asimilación de la migración como cultura, como identidad nacional, la gran perdedora es la nación. La nación entendida como conjunto de quienes la conforman y dinamizan. Esa nación, constituida por la población parece desvanecer con mayor celeridad sus propios procesos de articulación.  Se condena a sí misma a la desesperanza, desarticulación y desintegración. Así pues, pensar en un proyecto de nación conjunto puede parecer la utopía más verdadera de la realidad nacional o la mayor esperanza de todos. Aunado a dichas condiciones de la sociedad, se encuentra el constante uso de la retórica política cuando sus propuestas no trascienden lo doméstico, lo superficial de la cotidianidad. La costumbre de escuchar y aceptar algunos discursos políticos que ofrecen cambio social mediante promesas de reparar canchas, construir espacios recreativos, formativos, educativos, reparar infraestructura de caminos, puentes,  recolectar basura y otras tantas ofertas que no deberían ser parte del discurso puesto que resulta de la propia responsabilidad de la administración pública, no significa otra cosa más que la plena ausencia de pensar seriamente la reestructuración de una sociedad golpeada por su propia historia. De ello pueden derivarse muchas preguntas que podrían resultar de interés general,  por ejemplo, ¿Cuándo se debatirán propuestas sistémicas sobre el presente y futuro del país?, ¿Será posible transformar la cultura de la esclavitud y la sobrevivencia?, ¿Sería posible construir ofertas políticas más profundas y menos banales?, ¿Estará el país interesado en rechazar la cultura de la desesperanza?, ¿Podrán lo jóvenes recibir una cultura esperanzadora en la nación que disminuya la emigración y la violencia?

El desarrollo y progreso de la migración

Las ofertas políticas devienen del desarrollo social, es decir, cuanto más desarrollo exista en una sociedad, mayor será su exigencia hacia la administración pública y por tanto, a la oferta política de ésta. Desarrollo social no implica progreso tecnológico. El progreso es otra cosa. Está asociado a los niveles industriales y tecnológicos alcanzados, pero sobre todo, controlados por la sociedad. Una sociedad industrializada no es la que posee pequeña, mediana o gran industria. Las sociedades industrializadas organizan todo su sistema social, cultural, educativo, político, económico e histórico en torno a la industria o la tecnología. El desarrollo por su parte, implica el pleno dominio de ese progreso tecnológico por parte de la sociedad, es decir, el pleno uso y control social de la tecnología para la satisfacción de todas sus necesidades.  Así pues, en una sociedad, la simetría entre desarrollo y progreso comprende la organización de todas las esferas de su vida en función de su cosmovisión. Cultura, lenguaje, relaciones sociales, culturales, avance educativo, conocimiento, pensamiento y otros tantos, están ligados a dicha condición humana.

Frente a esta simetría entre el progreso y el desarrollo surge la pregunta ¿puede haber desarrollo humano sin progreso tecnológico? Sin lugar a dudas, el progreso podría, en el caso que la sociedad lo decida, una precondición del avance adquirido por mérito y creación propia. Pero sucede que no todas las sociedades desarrolladas han optado por el progreso tecnológico impuesto por modelos externos. , pero también representa la dependencia cuando la tecnología se compra. Uno de los ejemplos más significativos de dicha dependencia se observa en la posguerra mundial del siglo pasado. Varios países latinoamericanos entregaron sus recursos naturales, agrícolas y humanos a cambio de industria obsoleta, la cual, además, tuvo que ser comprada. La otra parte está representada en el desarrollo social, educativo y cultural que algunos países han alcanzado por mérito propio, por su dignidad, por su consistencia, por su debida organización estructural. Por tanto, el desarrollo no está determinado por la tecnología.  En el caso salvadoreño, en los años 60, lo más cercano a lo industrial y tecnológico estuvo representado en la agroindustria constituida por un pequeño sector terrateniente, es decir, la capitalización de economías individuales y familiares. Muy lejos se  ha estado de la industrialización del país como sociedad, de hecho,  ahora, en pleno siglo XXI, esas economías de capitales individuales de un pequeño grupo persisten como modelo económico nacional que busca su subsistencia en la permisión de micro unidades económicas destinadas fundamentalmente a la práctica mercantil de productos de muy baja calidad. Se trata, en síntesis, de un modelo de subsistencia envuelto y disfrazado bajo la bandera de libre mercado, libre competencia y crecimiento económico.  Muy lejos figura ese modelo de la auténtica competencia y competitividad con capitales internacionales. Desafortunadamente, el concepto de finca y hacienda no solo es un modelo económico, se ha convertido en una cultura y concepto de vida, conducta y comportamiento social. En medio de ese modelo económico anacrónico “pero ciertamente efectivo para la precaria sobrevivencia de los individuos” y la ausencia de producción material e intelectual de lo propio (salvo excepciones), emerge la migración como el perfecto salvavidas para las economías de capital individual de un pequeño sector.  No cabe duda que la migración ha salvado a los pobres, pero fundamentalmente ha enriquecido aún más, a los que siempre han tenido, a los que usan la migración como extraganancia, como fuente inagotable de mayor enriquecimiento.

Ahora, la migración deja de ser subjetiva. Se circunscribe al diseño de un grupo económico que la motiva, que crea las condiciones sociales, materiales, culturales, educativas y políticas para que no desaparezca. Es, sin duda alguna, quizás uno de los más grandes y rentables negocios de este siglo.

En esa lógica de hacer de la migración una fábrica de distribución de dinero, el problema de la economía nacional consiste precisamente en eso, en determinar si se trata DE una economía nacional o de una economía EN lo nacional. En la economía DE lo nacional, dos parecen ser las principales apuestas de la producción industrial de capitales individuales: la producción textil y la producción química. Ambas interdependientes.  Por su parte, la economía EN lo nacional no es más que eso, la expresión de la diversificación de servicios (la mayoría de ellos totalmente carentes de calidad) sobre todo en el sector comercio y mercantil (industria de la construcción, maquilas, alimentos, etc.).  Frente a tales condiciones de economía doméstica y básica, la competitividad con capitales internacionales abiertas y más avanzadas conceptual y empíricamente, solo son parte de la retórica y la ilusión debido a la inmadurez, e inexperiencia de la mayoría de capitales individuales en casi todas las esferas de la vida económica nacional. En tales condiciones, solo se genera mayores desventajas de producción de capital social a sectores medios y al borde de la inframiseria a los pobres.  Con todo ello, la migración merece especial atención desde lo micro, desde la micro unidad territorial en la que se halla expresada. La unidad familiar constituye el vínculo, no la causa.  En la familia se resuelve el problema de quienes migran, por qué migran y cómo migran. Pero también, además de esos generadores lógicos, debemos resolver el Todo, esto es, el entorno, el medio, las condiciones holísticas que generan en el individuo la recurrencia conceptual de migrar. Allí, en donde se hallan las condiciones de conceptualizar la emigración como un recurso imperativo, posibilidad, alternativa o facultad, el concepto de territorio emerge como construcción de la propia identidad migratoria.

En El Salvador, si bien las remesas han crecido en volumen de dinero, la realidad en los hogares expresa una reducción de los bienes y servicios que con dinero pueden obtenerse. Esto se debe al aumento de precios en las áreas de subsistencia alimentaria, vivienda, salud y otros tantos que transforman la economía familiar en una economía unidireccional de gasto familiar. A esto debe sumarse el costo de la vida, la invariabilidad de los intereses para el consumo de los miembros del grupo familiar (compra de electrodomésticos innecesarios, productos suntuarios, etc.) que evidencian dos conductas: 1) la ilusión y fantasía de una vida análoga con familiares en Estados Unidos (lo cual es hipotético) y 2) la construcción de una cultura nacional de consumo indiscriminado en una sociedad históricamente sometida a la sobrevivencia. En cualquiera de los casos anteriores, el volumen y cantidad de dinero destinado al ahorro y la inversión de capital hacia la producción no figuran en la cotidianidad cosmovisiva de la población.

Así las cosas, pareciera ser que el fenómeno migratorio y el volumen de “remesas” ha facilitado en mucho el diseño mercantil establecido para este país y la cantidad de dinero circulante ha favorecido la subsunción real del capital de la industria de la construcción, maquila y empresas comerciales que entre otras cosas, han acaparado y determinado las reglas del mercado local salvadoreño dejando en el simple nivel de subsistencia a la micro empresa y comercio familiar. Pero lo nacional no aparece solo. Se halla determinado por la reorganización de la economía mundial, las identidades emergentes y la lucha por territorios. Las sociedades de este siglo habrán de generar expulsiones y movimientos migratorios que conlleven a nuevas conformaciones humanas, incluso, los estados nacionales con economías dependientes pasarán a convertirse en estados nacionales de todos. Quizás, las Constituciones Políticas de estos países dejarán de ser sus propias Constituciones y pasaran a convertirse en manuales de procedimientos sujetos a las condiciones nomotéticas que los países industrializados les impongan. Esa condición, que no sería nueva y que cuenta con un antecedente de más de 500 años, habrá de producir mayor migración, sino también movilidades constantes, culturas volátiles, desarticulación de los estados nacionales y fundamentalmente, identidades temporales, efímeras y circunstanciales, sin esperanza.

[1] Revista del Consejo estatal de población, Migración mexicana hacia los Estados Unidos, Segundo trimestre de 2004, Ano XII, No. 53. P.5 / Citado en “Definiciones y conceptos sobre la migración: http://catarina.udlap.mx/u_dl_a/tales/documentos/lri/guzman_c_e/capitulo1.pdf

[2] Arizpe, Lourdes, Migración, etnicismo y cambio económico (Un estudio sobre migrantes campesinos a la Ciudad de México, El Colegio de México, 1978. 261pp.

[3] Durkheim, E., La división del trabajo social, Ed. Colofón, México, 1985. p. 222

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