LA MISIÓN CUMPLIDA DE JACK WARNER EN HONDURAS
Por: Tony James Díaz
El padre de la colita, el viejito del teatro, sacerdote hippie, el cura favorito de algunos, porque el sermón de la misa dura poco tiempo y, sobre todo, amado por muchos porque dio de comer pan y dignidad a los artistas de El Progreso, Yoro. Son algunas expresiones de cariño con las que durante muchos años se reconoció a un hombre que se enamoró de Honduras, y llegó a convertirse en pulmón del teatro centroamericano. Su apelativo y apellido se confunden todavía con el del expresidente trinitense de la FIFA, mientras otros lo relacionan con el polaco dueño de la industria Warner Bros. Pero no, el nuestro tiene ascendencia irlandesa y es fundador del teatro La Fragua de Honduras. Se trata del padre Jack Warner, S.J.
De Irlanda a Estados Unidos y a Honduras.
John Buckner Warner, más conocido en Honduras como el padre Jack, nació un 18 de octubre de 1944 en Portsmouth, Virginia, Estados Unidos, y pertenece a la tercera generación de la familia Buckner Warner proveniente de Irlanda. Sus bisabuelos fueron inmigrantes irlandeses que llegaron a los Estados Unidos. De sus cuatro abuelos tres eran de Irlanda, dos por parte de mamá y uno por el papá. La familia de Irlanda provenía de un linaje aristócrata, pero una parte también era de origen proletario. Al emigrar, su abuelo se casó con una campesina en Estados Unidos. El padre de Jack perteneció a la fuerza naval en Portsmouth Virginia, un bastión importante durante la Segunda Guerra Mundial. Incluso uno de sus tíos participó en la guerra civil norteamericana, mientras su padre lo hizo en la Segunda Guerra Mundial. Tanto su padre como su abuelo llevaban el nombre de Jack Warner.
La familia Buckner Warner se radicó en San Luis antes de cumplir Jack los dos años. A los tres años se mudaron a Arkansas y vivieron en una propiedad donde se cultivaban duraznos. En ese lugar, a los seis años, inicia su primer grado en una escuela pública en 1950. Este es el momento en que el padre Jack tiene su primer contacto con el teatro, participó en una obra, y su papel fue interpretar a un oso, su madre Claire Stanley Warner fabricó su vestuario. Al siguiente año vuelven a San Luis, y a partir del segundo grado de primaria hasta terminar sus estudios universitarios vivió en esta ciudad.
En San Luis además había un teatro al aire libre donde tenía lugar un festival con la participación de distintos grupos durante doce semanas, y Jack durante toda su niñez asiste a estos eventos llamándole la atención las comedias musicales y la persona que lo llevaba a estas presentaciones fue su tía abuela Marie Kinsella.
La vocación jesuita y la del teatro En 1962 comenzó su vocación como sacerdote hasta ordenarse en 1974 en Saint Louis University. Durante esos doce años de estudio recibió educación musical y de teatro, pero sus superiores no veían el teatro como algo serio, lo
supremo era la filosofía. Sin embargo, Jack obtuvo su Máster en Filosofía; y para 1974, ordenado sacerdote, vuelve a América Latina y trabaja en Bolivia, por un año en la provincia jesuita, en un orfanato y en emisoras de radio en Cochabamba y Sucre. En 1975 regresa a Chicago para especializarse en teatro en la Goodman School of Drama, donde en 1978 obtuvo el Máster de Bellas Artes (Master of Fine Arts. / MFA). En las vacaciones de 1977 Jack Warner visita Honduras y en sus planes ya estaba el destino de incorporar el teatro en este país centroamericano. Pero fue hasta 1979 que esta misión se hizo realidad.
Influencias teatrales y llegada a Honduras
El estilo peculiar de hacer teatro que Jack Warner llevó a Honduras lo aprendió con el doctor en teatro John Walsh, él fue su modelo a seguir y le enseñó cómo un jesuita puede hacer teatro, sin que la dedicación al arte esté en contradicción con su opción religiosa. A este maestro le debe descubrir el método de Bertolt Brecht y el teatro medieval. De aquí extrajo la filosofía Brechtiana que llevó a la práctica de que el teatro es un martillo listo para fraguar y dar forma. De la misma manera, Warner impregna su visión escénica con el teatro laboratorio de Jerzy Grotowsky, y la técnica de Stanislavsky para la actuación. Esto gracias a la gran influencia en su formación teatral de Joseph Slowik, su otro gran maestro, alumno directo del polaco Grotowsky, quien hizo debutar a Jack como jefe de escenario en la obra Camino Real de Tennessee Williams.
Jack Warner conoció Honduras durante unas vacaciones en 1977, debido a la presencia de varios jesuitas de la provincia de Misuri en la ciudad de El Progreso. Pero la segunda llegada de Warner –graduado ya de director teatral– al Progreso ocurrió el 26 de enero de 1979 en coincidencia con la visita del Papa Juan Pablo II a México en su primera gira en Latinoamérica. Ese mismo año Jack intentó formar un grupo de teatro con sindicalistas del Valle de Sula, pero no resultó. Entonces recibió la invitación de un jesuita colombiano, Gustavo Villada, para ir a Olanchito y explorar si el grupo de jóvenes de la parroquia podía convertirse en la base de Teatro La Fragua.
La fundación del teatro en Olanchito
El padre Jack fundó teatro La Fragua en Olanchito y estrenó –un 19 de julio de 1979– Dos juegos X, (trilogía compuesta por «Las dos caras del patroncito » del dramaturgo chicano Luis Valdez, «Juegos peligrosos» del salvadoreño José María Méndez, y «El asesinato
de X» de Creación Colectiva de Argentina, mención honorífica Premio Casa de las Américas). Esta primera presentación de Teatro La Fragua se realizó en una humilde casa de barro, justo cuando ocurría un acontecimiento político muy importante en Centroamérica:
el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua.
Es algo exótico para los hondureños ver a un sacerdote con cabello largo y bigote entrenar físicamente a jóvenes para que hagan teatro, pero no es nuevo que un cura haga teatro, o esté involucrado en las artes, porque tenemos el caso de Vivaldi en la música, San Juan de la Cruz en la poesía, Tirso de Molina en la dramaturgia, incluso, el padre del teatro hondureño fue otro sacerdote: José Trinidad Reyes, sin olvidar que el teatro nace en la antigua Grecia como parte de sus ritos religiosos.
En Olanchito, la llamada ciudad cívica de Honduras, no se conocía el teatro, pero sí las posadas (una réplica de las pastorelas escritas y representadas por el padre José Trinidad Reyes en la primera mitad del siglo XIX) que consistían en buscar al Niño Dios en un periodo
de doce días; las personas que guiaban estas actividades eran las señoras mayores, no había un director, sin embargo ensayaban previo a la temporada navideña. Las primeras celebraciones artísticas se llevaban a cabo en la escuela mixta San Jorge, los maestros daban puntos a todo aquel alumno que participara y tenía la vocación para actuar. Luego tomaron otra dimensión cuando se realizan en el colegio Francisco J. Mejía, porque los estudiantes eran los hijos de obreros, y Olanchito nunca perdió el sentido cultural e inculcaba en sus jóvenes la consciencia y formación política a través de incentivar la lectura. Después, los alumnos que no podían estudiar en el día lo hacían por la noche en el instituto privado José Trinidad Cabañas. Los profesores con tendencia revolucionaria
ponían en práctica las ceremonias llamadas veladas, que fueron reuniones exitosas del pueblo, y en raras ocasiones — alrededor de una fogata– contaban chistes, entonaban canciones, danzaban y ridiculizaban con disfraces a algunos personajes de la política hondureña.
Cuando Jack Warner llegó a Olanchito las veladas se sustituyeron e inició la primera generación de teatristas en el departamento de Yoro, y con ello la introducción del teatro en todo ese sector a través del Teatro Campesino del dramaturgo chicano Luis Valdez, que fue el estilo que caracterizó a La Fragua en ese entonces. Se anotaron ochenta y ocho jóvenes para esa primera aventura, pero solo se quedaron siete, y con este elenco se estrenó Dos Juegos X. Los participantes apreciaron que la enseñanza de Jack era compleja y requería tiempo completo a ensayos. El entrenamiento a los actores lo lideraba el mismo padre Jack, y una de las rutinas era trotar desde Sabaneta y Agalteca, pasando por Arrayán (un ex campo de aviación) y luego regresar a Olanchito (5.1 kilómetros); luego había extenuantes ejercicios de dicción y educación musical. El padre Jack era actor y enseñaba el teatro haciéndolo él mismo.
El nombre de La Fragua
El nombre surge como propuesta del sacerdote jesuita Patricio Wade (R.I.P) también norteamericano, porque así era conocido el centro de formación campesina que los jesuitas tenían en El Progreso. Sin dudarlo Jack Warner toma el nombre para bautizar a su teatro. La simple relación es la siguiente: la fragua es un horno donde se calienta el hierro y luego se forja. Por lo tanto, la misión de La Fragua es formar personas a través del teatro y convertirlos en profesionales de las artes. Este teatro no exige requisito de preparación académica a quien quiere pertenecer a él; al contrario, mucho mejor si nunca ha hecho teatro.
El edificio actual de Teatro La Fragua tiene setenta años. Antes perteneció a la compañía bananera que la utilizaba para la edificación y diversión de sus ejecutivos norteamericanos, contrataban artistas de Estados Unidos para entretener a los socios de la compañía en estas instalaciones que después albergaron al teatro hasta la fecha.
Debido al COVID-19, el antes centro de formación campesina La Fragua ahora pertenece a los sacerdotes diocesanos, y en la pandemia funciona como centro de triaje. La ambigua publicidad de la municipalidad de El Progreso provocó que se confundieran al Teatro con el Centro La Fragua, y –como ambos edificios son vecinos—y la gente acudiera al teatro a pedir tratamiento y la vacuna contra COVID, interrumpiendo a los concentrados actores en sus grabaciones de radio teatro para mantener vivo el teatro en el oído y esperanza de la población.
La expansión de la Fragua en El Progreso
En esta ciudad vecina de San Pedro Sula, a partir de 1980, continuó la expansión del teatro en la Costa Norte hondureña con la formación de la juventud progreseña que nacían como actores, músicos y bailarines. Los primeros en acudir al llamado de La Fragua fueron los estudiantes de ASEUPRO (Asociación de Estudiantes Universitarios Progreseños). Jack trajo de Cuba a un bailarín que luego fundaría su escuela en San Pedro Sula, pero antes dejó su huella, la técnica cubana, en el estilo de la Fragua. En 1989 la compañía Shapiro Productions realizó un documental sobre La Fragua: ¡Teatro! (y el espíritu de cambio en Honduras), donde Jack fue uno de los protagonistas junto con el grupo de entonces. En 1998 el padre Jack Warner fue jurado del Premio Casa de las Américas en Cuba en la rama de teatro, donde resultó ganador el cubano Jesús del Castillo Rodríguez con la obra Pipepa. Y en 2002, Jack recibió el premio a la excelencia en las artes de la Universidad Depaul, reconocimiento por ser un destacado exalumno de la escuela teatral de esta prestigiosa universidad. Más tarde, en 2006, recibió la condecoración «Hoja de Laurel en Oro» en Honduras por su aporte a la cultura del país a través del Teatro y sus talleres en zonas campesinas y olvidadas.
La huella teatral de Jack en Centroamérica y México
Los intelectuales de El Progreso afirman que los jesuitas tienen prohibidas las riquezas. El padre Jack durmió en un catre viejo durante sus 42 años en Honduras. Vestía además con zapatos rotos y ropa desgastada, no tenía tiempo más que para acicalar a su teatro. Tiene conocimientos de las lenguas del humanismo clásico, latín y griego, además de español, francés y ruso. Durante todo este tiempo dirigió talleres de teatro en México por 15 años. De esa enseñanza nació la compañía Teatro Itinerante en la ciudad de México, gracias a la técnica de Jack Warner. Técnica originada del ¡Teatro de emergencia! que surgió en 1998 debido a los desastres causados por el huracán Mitch en El Progreso y toda Honduras. Y se compone de dos partes: la primera es una estructura de ejercicios corporales del teatro japonés que, combinados con acrobacias, congelamientos, música en vivo y el cuerpo como herramienta para construir la escenografía, daban forma a los cuentos El cordoncito de Vicente Leñero, El niño que buscaba ayer de Claribel Alegría, La verdadera historia del flautista de Hammelin de Álvaro Mutis, y la pieza –con participación de damnificados– Las orejas del niño Raúl de Camilo José Cela, y Gatico, gatico de Severo Sarduy.
El segundo componente del ¡Teatro de Emergencia! está inspirada en pinturas del teatro medieval con obras como «La historia de Noé», que aparece dentro de la herencia Bevington de la compilación Medieval Drama, y el clásico de La Fragua Navidad Nuestra, esta última fue más que todo para seguir con la tradición de los villancicos latinoamericanos. Hay que agregar que de esta técnica para emergencias y del ¡Evangelio en vivo!, teatro a partir del Nuevo Testamento, Jack enseñó el poder del teatro, junto con los actores de
La Fragua, a una comunidad indígena en la selva del Ixcán en Guatemala que al final del taller representaron las obras en lenguas indígenas q’anjob’al, mam, q’eqchí, y k’iche’, entre otras. También en la ciudad de Guatemala, los talleres de La Fragua sirvieron para formar con su técnica a un grupo de teatro escolar en el Liceo Javier de los jesuitas, como herramienta indispensable de la formación
del estudiantado.
Warner también inventó una videoteca de películas clásicas en la Alianza Francesa de San Pedro Sula, la cual se convirtió en una escuela para formar el gusto cinematográfico de la gente. Antes, en 1968, había experimentado acercar a un público popular a la música clásica a través de una radio comunitaria en Bolivia. Después esta experiencia la trasplantó con mucho éxito en Honduras con una colección de casi dos mil discos, que abarcó desde los compositores de la Edad Media hasta nuestros días, incluyendo a la trova latinoamericana. Este programa se llamó «Un poquito de música nocturna».
Un legado de belleza y de amor para Honduras
Teatro La Fragua cumple este 2021 su 42 aniversario, no solo su aporte a la cultura hondureña ha sido admirable, también la particularidad de su estilo de hacer teatro, que logró que el público se identifique con el lenguaje de un teatro hondureño. Un estilo que ha llegado a toda Centroamérica, Latinoamérica, Estados Unidos y Europa.
La fe y la justicia son elementos que mueven a Jack. También la sencillez, humildad y el compromiso de amor con Honduras. No se arrepiente de haber tomado la decisión de vivir más de cuatro décadas en este país centroamericano, e convertirse en un hondureño más. Un maestro ecléctico en sus enseñanzas, de pocas pero profundas palabras, que nunca ve defectos en los demás, y que de aquella suprema filosofía rescató el pensamiento –transformado en teatro— de Tomás de Aquino respecto a la búsqueda e importancia de la belleza en la vida.
El padre Jack Warner cumplió la misión que la Compañía de Jesús le encargó en Honduras, y cuando partió hacia su jubilación a los Estados Unidos, el 31 de enero del 2021 con solo dos austeras maletas, manifestó que únicamente se lleva la primera palabra que aprendió del español, que todavía sigue refulgente en su vida: ¡Amor!