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La muerte es un transitar, un cambio de estado no hay porqué temerle

Por: Iván Escobar
Colaborador

La muerte en los tiempos modernos se nos ha enseñado que es algo malo. Las religiones incluso encasillan la forma de morir de una persona por su actuar y comportamiento “inmoral” o pagano como consideraba la iglesia en tiempos pasados, en tanto así recibirá o no un castigo eterno. No obstante, desde la concepción de los pueblos originarios la muerte, no es más que el transitar espiritual, un cambio de estado a otro mayor.
“No hay porqué temerle” nos dicen las diversas expresiones y enseñanzas ancestrales, muchas de las cuales incluso hoy practicamos sin saberlo, y están inmersas en tradiciones de carácter religioso, como parte del sincretismo que enfrentaron los pueblos indígenas a partir de la invasión europea, hace más de 500 años en este territorio llamado El Salvador.
El comer camote con miel, tomar atole, degustar las hojuelas con miel, son prácticas ancestrales, en realidad, que hoy son tradiciones vivas en los últimos días del mes de octubre y principio de noviembre de cada año, y que de acuerdo al maestro Amilcar Ramínez, representan los tiempos en que la élite ancestral, “no toda la comunidad indígena”, aclara; comían partes del cuerpo humano, pero no de forma salvaje o violenta como se suele presentar en relatos inventados o distorsionados, sino como ofrenda para reencontrarse con seres valientes y grandes guerreros que ofrendaron la vida por su pueblo, explica el también docente.
“La muerte es ese transitar de la vida material a otro plano superior…la muerte nos da miedo a nosotros porque no la estudiamos, no sabemos qué va a suceder, como estamos demasiados cristianizados…”, añade el danzante ancestral, y promotor de la enseñanza nahuat pipil, raíz ancestral de la que proviene y orgullosamente promueve a través de su canal en You Tube, “Yumetzali Proyecto Difusión Cultural” espacio de enseñanza de la heredada de sus abuelos.
En El Salvador muchas poblaciones viven el “Día de Muertos” ó el 2 de noviembre con mucho fervor, y en fiesta, sí festejan porque así los han  considerado por generaciones las poblaciones indígenas, cuando un muerto trasciende. Por eso, se reparte café, tamales, comida, se hacen varios días de vela o rezos, es decir, es un acontecimiento para agradecer al gran espíritu que un ser ha partido a un mejor lugar.
Y también para estas fechas se visitan los cementerios, que para Ramírez son lugares importantes, “son portales” en los cuales se tiene conexión con aquellos que ya partieron, por eso hay pueblos, como en Panchimalco, al sur de la capital, donde se limpian las tumbas de los seres queridos, junto a todos la familia, se les lleva música, bebida, comida, y comparen un día con ellos.
Es decir, no solo en México existe la tradición de poner altares, también en el país, las comunidades lo hacían a través de las abuelas, que si bien no ponían una foto como hoy, pero sí comida, bebida favorita, y una prenda del ser recordado, añade Ramírez, una tradición que igual se mantiene hasta hoy.
El temachtiani Amilcar señala que morir en la cosmovisión indígena es partir a un lugar mejor, porque aquí ya se cumplió la vida requerida, es volver al vientre de la tierra, como también lo consideran las diversas culturas a lo largo del Abya Yala.
Por tanto, remarca que la iglesia ha considerado que hay un cielo y un infierno, por tanto se espera al morir un castigo o un premio. Pero en la cosmovisión indígena no es así, se tiene claro que hay un estado material y, por tanto, dentro de la familia, de la comunidad, del pueblo la persona debe hacer acciones buenas, vivir en armonía con la naturaleza, así es como gana un trascender en paz y tranquilidad, no estar en incertidumbre hasta que vaya a morir la persona.
“La muerte para los pueblos indígenas, para nosotros es motivo de alegría, de festejo, sí nos ponemos tristes, somos humanos, tenemos la parte sentimental, pero también entendemos que es una transición, es un paso, por lo tanto, está vida hay que vivirla de la mejor manera haciéndole el bien a todos, desde los animalitos, los árboles, el medio donde vivo, mis hermanos, mi familia, mi comunidad, mi pueblo, y así tendremos un mejor mundo para vivir”, remarcó Ramírez.

Sabiduría ancestral

“La sabiduría de estos antepasados no solo abarcaba el ámbito material, sino también el espiritual… comprendían que la vida y la muerte eran parte de un ciclo continuo de renovación”, explica Alexandro Tepas Lapa, Consejero Nahua de los Izalco.
Es así, que en el documento titulado: “La sabiduría eterna de los Nahuas: ciencia, muerte y renacimiento”, Tepas Lapa precisa que “en la tradición Nahua, la muerte no representaba un fin definitivo, sino una transición hacía otros estados de existencia. El destino de cada persona después de morir estaba ligado profundamente a la manera en que había fallecido”.
De acuerdo, al consejo y también miembro del Consejo Ancestral de los Comunes de los Territorios Indígenas (CACTI) de Izalco, Sonsonate, toda persona al morir trasciende a un destino específico, en la cosmovisión indígenas estos destinos son: Ilhuícatl – Tonatiuh (el cielo del sol); Tlalocan; Mictlán; y Chichihualcuauhco.
Siendo el Mictlán el lugar donde van la mayoría, este era gobernado por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuat, “y era el destino para la mayoría de las personas que no tenían un destino específico en otros reinos… este viaje era arduo y requería atravesar nueve niveles del inframundo antes del descanso final”, relata Tepas Lata.
Esto lo confirma el temachtiani Amilcar, al recordar una tradición popular que asegura perdura en algunos pueblos, que es enterrar al difunto a una profundidad de nueve cuartas de la mano, es decir, la concepción de los nueve niveles está presente en nuestra popularidad, y a los niños se recomendaba enterrarlos a tres cuartas de la mano.
Además, el transitar de esta persona estaría acompaña de los perros que en vida tuvo, que serán los responsables de su paso al destino próximo.
Tepas Lapa señala el Chichihualcauahco era conocido como Tonacacuauhtitlan ó Xochatlapan, lugar de destino para los niños lactantes que fallecían antes de probar alimentos sólidos; era un lugar custodiado por Tezcatlipoca, el señor Creador y destructor- supervisor del ciclo de muerte y renacimiento.
“En este contexto, el Chichihualcuauhco no solo representaba una concepción espiritual del más allá, sino también la profunda comprensión de la muerte como parte de un ciclo de renovación inquebrantable”.
Y sostiene que para los pueblos Nahuas “la muerte era solo una etapa transitoria hacia una nueva oportunidad de vida, es un proceso de transformación constante”, precisa.
Por tanto, Tepas Lapa dijo que “la cosmovisión nahua no se limitaba a la veneración de “dioses”, sino que era una exaltación de la sabiduría ancestral y científica transmitida a través de los tiempos”. Y sostiene que “estos abuelos de ciencia fueron los descubridores de nuevas formas de vida y los guías que condujeron a los pueblos hacía un equilibrio con la naturaleza y el cosmos”, concluye.
Se sabe que los orígenes del día de muertos en México, por ejemplo, se emonta a las civilizaciones prehispánicas como los mexicas, Mayas, purépenchas y totonacas, pueblos que compartían la creencia de la muerte era solo una transición a otro plano de existencia, la muerte no significaba el fin, solo era un viaje al Mictlán.
Aquí en El Salvador se tiene esta misma concepción, y también se cree que este transitar ha estado marcado en las tradiciones que hasta hoy perduran, recordando, escuchando y encontrándonos por estos días con aquellos que ya partieron de este plano terrenal.

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