José M. Tojeira
Los cien años cumplidos de la Dra María Isabel Rodríguez, además de un motivo de alegría y felicitación a su persona, debe hacernos reflexionar sobre el papel de la mujer en las políticas públicas salvadoreñas. Al igual que ella, ha habido otras mujeres que han sido señeras en diversos campos. Los tristes acontecimientos de guerra y violencia que le ha tocado vivir a El Salvador multiplicó el papel de la mujer en la actividad de defensa de los Derechos Humanos. También en ese campo tenemos que alegrarnos con la presencia de mujeres ejemplares.
Pero la dimensión de la ex Rectora de la Universidad de El Salvador nos señala las responsabilidades pendientes en el campo del desarrollo. Empeñada desde muy pronto en la construcción de una medicina pública de calidad desde el ámbito universitario, tuvo que salir del país en un momento en que lo público se veía como enemigo de los poderes privados de algunos millonarios. Sirvió en la Organización Panamericana de la Salud y desde ella continuó colaborando con la construcción pública de la medicina social en América Latina.
Regresada a El Salvador ya en tiempos de paz, la UES tuvo el acierto de nombrarla su Rectora. En esos años se distinguió en los esfuerzos por reconstruir y mejorar físicamente la Universidad, por devolver a la Universidad su capacidad de investigación, y por la palabra de ánimo y aliento que ella daba a todo proyecto en el que el beneficio público ampliara la capacidad de desarrollo del pueblo salvadoreño. Como colofón a una vida de servicio fue ministra de salud.
Consciente de la necesidad de una salud pública de calidad dentro de un sistema público único, trabajó incansablemente por mejorar la salud de primer nivel como un primer paso hacia la medicina pública y universal de calidad. Más allá de la oposición ridícula de algunos diputados, de los memes y de las críticas, María Isabel continuó dialogando, trabajando, insistiendo y alentando a excelente profesionales de la medicina, jóvenes y adultos mayores, impulsándoles a creer en El Salvador y a elaborar planes para la construcción de una salud pública decente.
Este ejemplo de vida debe ayudarnos a entender el papel de la mujer en el desarrollo. Aunque cada vez nos encontramos con un número mayor de profesionales excelentes que son mujeres, todavía falta mucho para tener plenamente incorporada a la mujer a las tareas del desarrollo y al trabajo digno. El machismo continúa teniendo un peso grande en muchas instituciones tanto estatales como privadas. Y por supuesto, el trabajo en el hogar pesa demasiado sobre las mujeres.
Si fuéramos hombres de negocios diríamos que con la ausencia laboral de la mujer se pierde potencial productivo. Pero si observamos el trabajo de nuestra centenaria amiga como ejemplo del trabajo de la mujer, tendríamos que decir que se pierde dimensión humana y entendimiento social. Realidades estas mucho más importantes que la pura productividad. Porque la producción, sin tener en cuenta la dignidad humana y la distribución social justa y solidaria, ni crea justicia ni cohesión social. Tanto mujeres como hombres con valores como los de nuestra ex rectora, son indispensables para el desarrollo humano de el Salvador.