-EL LENGUAJE DEL ALMA—
Carlos Seijas, F.R.C. (De la Revista El Rosacruz, Abril-Junio de 2008)
“La música de una época de orden es calma y serena y su gobierno equilibrado. La música de una época inquieta es excitada e iracunda y su gobierno va de través”.
Lu Bou We
El poder de la música de transformarnos
La MÚSICA, aún si no se hace más que escucharla, lleva en ella al momento de su aparición esta potencia creadora. Actuando sobre nuestro cuerpo y nuestro espíritu, por su sonido, su ritmo, su melodía, su armonía, ella nos transforma y nos vuelve a crear; modifica nuestra visión del mundo y nuestra relación con él. En tiempos más lejanos todavía, antes de la aparición de todo lenguaje escrito, sin duda aún antes de la aparición del concepto y la idea, los chamanes golpeaban cadenciosamente el tambor, provocando el trance o la curación. La música, al ser originalmente religiosa, tenía por objeto religar el sujeto a las fuerzas que lo rodeaban y abrirle el acceso a mundos invisibles. En la prehistoria, nunca en ninguna cultura se debilitó esta fe en el poder de la música. Los chamanes siberianos golpeaban el tambor y los indios americanos entonaban sus cantos del peyotl. Por todas partes se hacía música. Para elevar el alma, exaltar las pasiones, mecer, encantar, marchar, danzar, trabajar, soñar. Y cada quien captaba intuitivamente que ese poder musical es el más grande que existe, el poder mismo del verbo: el poder de crear.
La palabra música viene del griego “muse”. Esta muse en su origen significaba “que da sentido” o “que quiere decir”. En la palabra música se expresa que lo musical es un atributo fundamental del ser humano, que todo hombre por naturaleza fabrica en sí mismo la música y que por otra parte es fecundado –sin hacer nada para ello— por la música que le es extranjera.
La grandeza del acto de la música
Un evento musical es una unidad. La música es inseparable del acto de la música, tal como lo es el músico y la audiencia. Dentro de este acto unitario de la música, los tres participantes: música-ejecutante-audiencia, son una globalidad, manteniéndose la integridad individual de cada parte. La grandeza del acto de la música consiste en una estructura con tres componentes. Es difícil argumentar en favor de la intencionalidad de la música, atribuirle una capacidad voluntaria, el poder de desear ser por sí misma. La música desea ser oída y pide que le den oídos y voz. El músico puede corroborar el impulso creativo que tiene el deseo de ser de la música y también puede hacerlo la audiencia. Se produce un cambio en nosotros, nos volvemos más vitales, más dispuestos a involucrarnos en la vida. Este vuelco en la vivencia del acto de la música es un salto creativo en el cual la música, el intérprete y la audiencia son la misma persona, sin reservas, sin separaciones. Esta experiencia está disponible para todos nosotros directamente, o a través de una persona que haya tenido esta experiencia, que es más convincente que cualquier argumento. La música es colocar el sonido en puntos críticos y necesarios, los que están dentro de un campo de silencio. Una estructura de sonido se coloca dentro de un campo lleno de vacío. La organización de la música es la arquitectura del silencio. El sonido no es la música, sino solo su representación.
La calidad de la música, la musicalidad de la música, acepta las limitaciones de la forma y las restricciones del sonido, para llevarla al mundo donde los sonidos se escuchan. La musicalidad sacrifica sus posibilidades en el mundo del silencio inmanente para llegar a ser realidad. Este sacrificio hace posible la transformación del sonido en música por un proceso en el cual el sonido se ordena y se relaciona con las posibilidades presentes dentro del silencio.