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LA MÚSICA DE LAS ESFERAS

-EL LENGUAJE DEL ALMA—
Carlos Seijas, F.R.C. (9 último)
(De la Revista El Rosacruz, Abril-Junio de 2008)

En la entrega anterior sobre el tema se dijo que: “Llega un momento, con ciertos instrumentos en particular, en que el ejecutante siente que no es él quien está produciendo la música; ella actúa por sí sola. Muy a menudo es la mano la que piensa, ella lo hace”. Continuamos ahora con lo que sigue:

Cuando el músico constata esto se vivencia a sí mismo como si fuera un lugar de tránsito de energía. Es una sensación indescriptible y que llena de dicha. Se pueden producir cosas increíbles. La sonoridad de los instrumentos se hace sublime, todas las coacciones desaparecen… Puede suceder, por ejemplo, que un cantante súbitamente empieza a cantar con la voz de otro, la voz de su maestro. Existen numerosas maneras de estar inspirado, pero la condición es una sola: eclipsarse. Lo que es catastrófico es cuando un músico tradicional toca desde su ego. Para el músico occidental el problema es diferente; desde el Romanticismo se tiene el hábito de hacerlo así, aún se le pide que lo haga. Es otro género de técnica pero si un músico tradicional hace alarde de su ego, sus problemas, sus complejos, el resultado es terrible. Escuché, por ejemplo, un concierto de música china sobre la cítara de siete cuerdas, un instrumento con tantas posibilidades como un clavicordio moderno. El intérprete parecía caracterizar lo que podría imaginarse como un concierto de Liszt. Se me explicó después que él había aprendido de su padre todas las finezas de la tradición pero que había desconectado completamente de ese espíritu, siguiendo la escuela contemporánea de tipo “materialista dialéctica”. Esta tiende a desarrollar la exposición de un ego monumental, atormentado, apasionado. En tanto que, en su origen, esa cítara, que era el instrumento, por así decir, “didáctico espiritualista” de Confucio, exigía una interiorización del gesto semejante al que se encuentra en el tai-chi, un desarrollo considerable de la sensibilidad táctil y de la elegancia del gesto destinado a crear ese estado interior, esa emoción que da al sonido su fuerza espiritual y su impacto, trabajo sin el cual no sucede nada. ¿De dónde viene esta fuerza? Viene de la tierra y del cielo. La verdadera música es una ofrenda de la tierra que se eleva hacia el cielo.

Hasta aquí este bello trabajo sobre la sublimidad de la música, clásica o no clásica, que puede decirse que es “La Música de las Esferas”, que mencionaba el gran Pitágoras.

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