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La Navidad como tarea

José M. Tojeira

Entre las compras, viagra la fiesta, ampoule los regalos y otras alegrías programadas, nos olvidamos con frecuencia que la Navidad es también tarea. San Pablo hablaba en la segunda carta a los Corintios de “la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza” (2Cor 8, 9). La Navidad es, en el contexto de esa frase, expresión a lo divino de la capacidad de empobrecimiento que tiene el amor cuando quiere enriquecer a otros. Y esta realidad de empobrecerse para servir es ciertamente una capacidad y realidad muy humana. El que ama da y se despoja de sus bienes, de sus costumbres, incluso de su cultura o de su religión para entregarse, enriquecer con la donación de su persona a aquel o aquella a quien ama. Lo que vemos en las dinámicas del amor inter humano, entre enamorados que dan y se dan todo lo que tienen y son, lo vemos también en muchos casos de lo que podríamos llamar amor social, tanto en el cristianismo como en otras religiones y situaciones. Gandhi se despojó de su seguridad como abogado para darse a su pueblo y a las mayorías sencillas de su pueblo. Martin Luther King dejó la comodidad de un pastoreo evangélico tranquilo para arriesgarse en favor de sus hermanos segregados y oprimidos. Los miembros de la Rosa Blanca en Alemania, que distribuyeron textos y proclamas pacifistas contra la barbarie nazi y fueron decapitados por ello, se despojaron de su comodidad juvenil y universitaria para enfrentarse a un poder brutal. El amor social, tan impreso en la fe cristiana, lleva al despojo de sí mismo para enriquecer a otros.

En ese sentido la Navidad nos descubre su condición de tarea. Los santos y los místicos intuían con claridad esta especie de intercambio, en el que Dios se nos entrega en la plenitud de su amor en la persona de Jesús, y a nosotros no nos toca sino responder con alegría y generosidad. San Juan de la Cruz, al terminar su poesía sobre la encarnación, nos decía que la Virgen estaba admirada al ver “el llanto del hombre en Dios, y en el hombre la alegría, lo cual del uno y del otro tan ajeno ser solía”. En un mundo con demasiada tiniebla, la encarnación de Dios es luz y esperanza. Y a nosotros nos toca agradecer, porque si algo corresponde a la esencia de la persona digna es el agradecimiento. Y la Navidad lo despierta necesariamente; basta leer con detención los Evangelios: La Virgen engrandece y agradece. Agradecimiento que es tarea, que es deseo de seguir al que nos dijo que es “camino, verdad y vida”.

Esta tarea tiene sus repercusiones tanto en el plano personal como familiar y social. En la Navidad, generalmente, tendemos a fijarnos más en la dimensión más íntima y familiar, ante la escena tierna del nacimiento, la solidaridad sencilla de los pastores, los villancicos y posadas que nos invitan a abrir corazones a la amistad y la cercanía humana. Pero si volvemos al Evangelio, la dimensión de un amor social, abierto a las necesidades de los pobres, está presente en los relatos. Jesús nace en la pobreza, rechazado por quienes debían ejercer la solidaridad. Nace entre peligros y tendrá que correr la suerte de los migrantes. María manifiesta su esperanza ardiente de que los pobres serán llenados de bienes mientras los ricos serán despedidos vacíos. Los humildes crecerán y los potentados serán arrojados de sus tronos. Los pastores que reciben el mensaje del nacimiento son pobres y escuchan como la gloria de Dios se une en el canto de los ángeles a la construcción de la paz en la tierra. Esa paz que es fruto escatológico y don de Dios, que elimina no sólo las guerras y los odios, sino que construye dignidad y alegría para quienes estaban excluidos o maltratados.

Si queremos celebrar la Navidad con hondura y seriedad cristiana es necesario mirar a nuestra realidad. Por supuesto a la propia realidad personal y familiar, examinando la propia generosidad y capacidad de crecer en el amor. Pero también es indispensable mirar la realidad de nuestro país. Ver la buena voluntad de la gran mayoría y ver al mismo tiempo que algo funciona mal. Porque siendo la mayoría de la gente  sustancialmente buena, es incomprensible que tengamos los niveles de violencia que tenemos. Es necesario abrir los ojos ante injusticias, olvidos, desprecios constantes de los pobres, expresados a veces incluso a través de instituciones y normas vigentes. Desde el salario mínimo a las deficiencias en las redes escasas y débiles de protección social, algo funciona mal en nuestro país. La exigua recolección de impuestos que impide redistribuir un poco mejor la riqueza tiene sin dudas sus causas y sus fuerzas y poderes que la mantienen así en beneficio de muy pocos. Vivimos en un país profundamente clasista, dominado por una guerra de poderosos contra débiles y sin abrir los ojos a la generosidad y el altruismo como camino de redención. Los esfuerzos de tanta gente buena, desde los voluntariados al trabajo sistemático en pro de la justicia y el apoyo a débiles y víctimas, se estrellan con frecuencia en el muro de las costumbres, de leyes interesadas, de olvidos de la fraternidad. Es cierto que la conciencia va creciendo y que estamos en una etapa de acumulación de fuerzas en la que cada vez se mira con mayor capacidad crítica al país que amamos. Pero también es cierto que la manipulación, la mentira y los intereses mezquinos se alojan con demasiada fuerza en ciertos medios y semi monopolios informativos.

La Navidad no puede ser en esta realidad nuestra un dominio mercantilizado de mieles y colorines, musiquitas y regalos. Debe ser apertura a lo que nos trasciende, a la llamada de la conciencia que recuerda la necesaria hermandad. No podemos separar la gloria de Dios de la construcción de la paz en justicia y solidaridad. Los pobres, los sencillos, los que se abajan con voluntad de servicio a los más necesitados son hoy los hombres y mujeres de buena voluntad de los que habla el Evangelio. Sólo ellos entendieron la Navidad en tiempos de Jesús. Y sólo quien lea con ojos limpios el Evangelio del Dios que siendo rico se hizo pobre para salvarnos a todos, celebrará hoy adecuadamente la Navidad.

Feliz Navidad a todos.

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