José M. Tojeira
Con los días de Navidad casi encima, justo es reflexionar sobre el amor. Especialmente los cristianos, de cualquier denominación que seamos, deberíamos hacerlo. Justo antes y después de la Navidad, la Iglesia católica recuerda a dos santos de nombre Juan. El 14 de diciembre San Juan de la Cruz, uno de los poetas más extraordinarios de la lengua española; y el 27 del mismo mes San Juan apóstol y evangelista.
Ambos cantaron al amor y nos dejaron palabras que para muchos son de esas frases que marcan el sentido de la vida. Juan de la Cruz nos recordaba que “en el atardecer de la vida seremos examinados en el amor”. Y el apóstol Juan, después de insistir en que “Dios es amor”, insistía en que “quien no ama a su prójimo a quien ve no puede amar a Dios a quien no ve”.
En estos días de celebraciones religiosas se suele celebrar especialmente el amor familiar. Pero el amor social, la amistad social de la que habla el Papa Francisco, no forma parte las más de las veces del discurso cristiano. Si recorremos nuestra sociedad encontraremos sin duda muchas personas buenas, la mayoría de ellas cristianas. Y aunque la inquietud por una sociedad mejor y más solidaria es participada por la mayoría, sin embargo los dolores masivos del pueblo salvadoreño están a veces tan naturalizados que no encuentran una posición comprometida en muchos cristianos.
Nuestro país tiene unos márgenes de pobreza del 30%. Casi el 50% vive fuera de la pobreza pero se mantiene en unos grados de vulnerabilidad económica bastante alto. En este contexto sólo tienen pensión de ancianidad el 20% de los mayores de 60 años. El hambre golpea más a nuestros niños que a cualquier otro grupo etario.
Y nos quedamos tranquilos cuando las escuelas rebajan las porciones alimentarias que se reparten en sus aulas. La mujeres trabajan al día como promedio, según estudios, una hora más que los varones; pero las que tienen pensión son menos que los hombres y en promedio son monetariamente más bajas. Celebramos el día de la madre con grandes alabanzas. Pero las agresiones sexuales contra las mujeres son, estadísticamente, una de las epidemias más graves que soporta el país.
El régimen de excepción ha encarcelado a miles de personas inocentes. Tras varios meses de encarcelamiento ha soltado a un buen número. Los que continúan en las cárceles están sometidos a fuerte hacinamiento, mal alimentados, sin permiso para recibir visitas. Y casi nadie nos recuerda las palabras de Jesús en la parábola del juicio final que entre otras cosas nos dice “vayan malditos al fuego eterno porque estuve encarcelado y no me visitaron”. Se puede ser muy amoroso y permanecer indiferentes ante el dolor ajeno. La corrupción y las graves desigualdades económicas y sociales, que desde el punto de vista cristiano serían delitos de odio contra los pobres, casi nunca las vemos como opuestas al amor.
Probablemente todo el mundo está de acuerdo con que las Navidades son fiestas que exaltan el amor. “Tanto amó Dios a este mundo que les entregó a su Hijo para que el que crea en Él no se pierda sino que tenga vida eterna”. Para no andar perdidos en Navidad debemos examinarnos sobre el amor que celebramos en el recuerdo del nacimiento de Jesús. Está muy bien celebrar el amor en familia, pero sin olvidar a la familia humana.
Todos los seres humanos somos hermanos, miembros de la misma especie, con los mismos derechos y deberes. Por eso no podemos olvidar a este mundo marcado por “una guerra mundial a pedazos”, como dice el Papa Francisco, o caracterizado, como decía Juan Pablo II, por “una guerra de los poderosos contra los débiles”. Guerra a pedazos que la sufren desde la pobreza, la marginación y la agresión injusta muchos de nuestros hermanos y hermanas. Vivir y celebrar cristianamente la Navidad debe llevarnos siempre a ampliar nuestros círculos de amor al prójimo y convertirnos en servidores y defensores de todos los que sufren cualquier tipo de injusticia. Buscar el modo concreto de crecer en ese amor más universal y solidario es tarea de todo el que quiera celebrar la Navidad desde la esperanza cristiana.