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La Navidad y el Año Nuevo, tiempo para renacer y recrear…

German Rosa, s.j.

La Navidad es una fiesta que celebramos todos los años. Y durante las fiestas navideñas acostumbramos normalmente a adornar con luces intermitentes las casas, las calles, las iglesias, los centros comerciales, etc. Las luces son multicolores y muy atrayentes. Distraen, entretienen y cuando las vemos nos transportan a mundos imaginarios jamás explorados, o nos sumergimos en recuerdos inolvidables de experiencias que nos han marcado para toda la vida. Sin embargo, aunque muchas veces estas luces nos maravillan, no siempre iluminan el interior y el corazón humano. Y en este período hablar de la alegría y de la fiesta puede resultar una forma evasiva de la triste realidad de la pandemia del COVID-19, las restricciones que implica y sus catastróficas consecuencias. No obstante, no podemos renunciar a la verdadera alegría de las fiestas navideñas.

La alegría auténtica de la Navidad no es una experiencia de anestesia espiritual o un sentimiento de desahogo para olvidarnos de nuestras cargas y preocupaciones. La alegría navideña no es un maquillaje para mostrar un rostro distinto ante los demás, para enterrar los problemas o huir de las dificultades. La verdadera alegría navideña nos da la fortaleza para afrontar los problemas, las pobrezas, las miserias, las injusticias, la violencia, las enfermedades, los fracasos, las catástrofes, las tragedias y la pandemia del COVID-19 con un sano buen humor y nos regala una mirada con la luz del sol como cuando ocurren grandes tormentas en la vida.

1) ¿De dónde viene y cómo nace la alegría de la Navidad?

La fiesta de la Navidad es una celebración de la vida. Es la celebración que nos provoca la buena noticia que Dios nace entre nosotros y que nosotros renacemos con Él. La alegría de la Navidad nace con un niño en un pesebre. Esto causa una alegría que nos hace cantar, bailar, preparar y disfrutar un banquete en familia o con las amistades, porque Dios es la fuente más profunda de la alegría. La alegría nace de la fe que nos salva de las tristezas más grandes en la vida. Y también nos hace participar del gran banquete de la Eucaristía.

Solo quien vive una auténtica alegría puede tener una gran sonrisa que espante esta tempestad causada por el mal y las “pandemias” de nuestro tiempo. La alegría cristiana de la Natividad de Dios hunde sus raíces en la alegría mesiánica que anuncia la sobreabundancia y el bienestar, por la cual el desierto exultará, los cielos gritarán de alegría, la tierra jubilará (Is 43,16-21; 49,13), el pueblo será revestido de salvación y de justicia, además, gustará de la alegría eterna que lo llenará de esperanza plena (Is 61). Es la alegría que causa una creación renovada (Is 65,17 ss.). La fiesta de Navidad es una celebración que nos hace renacer y recrear nuestra propia vida, la comunidad, la sociedad y la creación.

El nacimiento de Jesús crea un clima de una alegría extraordinaria a pesar que su vida siempre estuvo sometida a la prueba y el sufrimiento. Recordemos cómo Juan Bautista se emociona y exalta de alegría en el seno de su madre (Lc 1,41.44), y María se regocija antes del nacimiento de su Hijo y proclama la grandeza del Señor (Lc 1,46-55). La creación entera se alegró con el nacimiento de Jesús y una estrella resplandeció como nunca… Y cuando Jesús creció, su mensaje del Reino de Dios, fue fuente de alegría (Jn 17,13).

La presencia de Jesús entre nosotros, el anuncio y la inauguración que él hizo del Reino de Dios en la historia de la humanidad causó gran esperanza y alegría (Mt 5,1-12). Además, los discípulos se alegraron y regocijaron por los milagros de Jesús (Lc 19,37 ss.). Es verdad que la pasión y la muerte de Jesús causaron tristeza entre sus discípulos, sus amistades y familiares. Pero el encuentro con Jesús resucitado causó un gozo inexplicable (Lc 24,41). También entre los apóstoles y las primeras comunidades cristianas, el Evangelio fue fuente de gran alegría en dónde se anunció (He 2,46-47; 8,8) y, además, experimentaron esa alegría en las pruebas y en las persecuciones (He 5,41). Al igual que Jesús, los apóstoles experimentaron que la persecución, las pruebas, las tribulaciones les conducían a la alegría perfecta (2Co 7,4; Fil 1,17 ss.; Col 1,24). Sin embargo, la plenitud de la alegría llegará con el cielo nuevo y la tierra nueva (Ap 21), cuando la tristeza, las tribulaciones, las injusticias, la violencia, las catástrofes, las pandemias y la muerte serán cosas del pasado.

2) La Navidad es la fiesta en la que deseamos la felicidad para los demás

La alegría regala vitalidad y fortalece la salud a quien la transmite y a quien la recibe. Sentimos el gusto del encuentro, la fiesta, la celebración y vivimos felices. La alegría le da “alas” a nuestros sueños y a nuestros sentimientos más nobles. Por esto es importante escribir nuestro presente y nuestro futuro con esperanza. La Navidad es la fiesta en la que deseamos la felicidad para los demás. En el niño del pesebre resplandece la luz y el amor de Dios, motivo suficiente para desearnos una Feliz Navidad. Navidad viene de “Natividad”, es decir, “nacimiento”. De ahí nace el gran deseo de la felicidad por el nacimiento de Dios, pero también por nuestro propio re-nacer y el de toda la humanidad. Y en las fiestas navideñas el deseo más grande es que se logre plenamente la felicidad. Dice Anselm Grün: “La alegría es la característica fundamental de todos los villancicos. El nacimiento de un niño es siempre causa de alegría. Pero cuando Dios se hace humano, se realiza en nosotros algo extraordinario. Sabemos que ya nunca más estaremos solos en esta tierra, que si esta tierra es nuestra patria, es únicamente porque Dios mismo está con nosotros. En Jesús, Dios recorre todos los caminos con nosotros. Nuestra vida ha sido transformada para siempre. La luz de Dios brilla en nuestras tinieblas” (Grün, A. 2006. La Alegría de la Navidad. Santander: Sal Terrae, p. 48).

3) La Navidad es un tiempo propicio para renacer y recrear…

La pandemia ha creado tanta incertidumbre y tantas víctimas de distinta índole: personas fallecidas y desempleadas, más empobrecimiento, situaciones que crean tensiones, fatiga y angustia, heridas psicológicas profundas, y todos necesitamos sentir calor humano que hace falta a causa de la cuarentena. La situación que viene sucediendo desde hace meses genera desconcierto, ansiedad, dudas y, en algunos casos, desesperación. Las fiestas navideñas nos pueden ayudar a vivir nuestra realidad con esperanza y unidos con Dios en la intimidad del encuentro con Él y también de unos con otros. Sin caer en la tentación del consumismo del mercado ni del “sálvese quien pueda”.

La Navidad en este tiempo de la pandemia del coronavirus es una gran oportunidad para invertir nuestras energías en el cuidado de las personas más vulnerables y expuestas, y así recrear nuestras relaciones humanas atendiendo a los ancianos y los enfermos, a menudo las primeras víctimas de la pandemia; a las familias probadas por el aislamiento forzado, el desempleo y la pobreza; a los niños y jóvenes discapacitados y desfavorecidos, incapaces de participar en la escuela y la vida social; a los adolescentes, desconcertados y confundidos que se encuentran en la búsqueda de su identidad, etc. En este contexto de incertidumbre y tribulación estamos viviendo una época de un posible renacimiento de la humanidad que gime con dolores de parto. Esta es una oportunidad para crear nuevas relaciones humanas, sociales, y también con la tierra y la naturaleza.

En la pandemia del COVID-19, la humanidad está siendo seducida con mucha facilidad por la indiscreta tentación de la desesperanza causada por la primera, la segunda, la tercera ola del COVID-19 y todas las siguientes calamidades. Dios nos libre de la muerte y de acostumbrarnos a la vida del sepulcro, y de habituarnos a la desesperanza. La Navidad es una fiesta que nace de la esperanza última más allá de “la tercera ola” anunciada de la pandemia y de todas las catástrofes y calamidades humanas.

Dejemos que la Navidad supere la realidad del mal y todas sus estratagemas que niegan toda posibilidad de renacer y recrear todas las cosas para el bien de la humanidad. La Navidad hoy nos da la alegría para recrear un futuro de solidaridad y fraternidad humana. La ternura de los pueblos manifestada en las catástrofes y todas las calamidades juntas nos expresan una bella verdad, la realidad del amor y la fraternidad humana superan la imaginación que crea, teje y eterniza el mal. El amor que fluye en los corazones humanos es mucho más grande que todas las tragedias humanas juntas. La Navidad es tiempo para renacer y recrear un mundo nuevo porque Dios está con nosotros y no nos abandonará jamás en todas las pestes ni todas las calamidades pasadas, presentes y futuras. ¡Feliz Navidad y muchas bienaventuranzas para el año 2021!

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