ALVARO DARIO LARA
LA NIÑA DE LAS LILAS
Hace unos días tuve una experiencia extraordinaria al releer un libro fundamental en la poesía latinoamericana contemporánea, me refiero al actualísimo y clásico tomo titulado “Extracción de la piedra de locura”, de la autora argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972).
Cuando lo conocí en mi juventud, debo decir que me impresionó por su gravedad, por su lenguaje y por ese extraño misterio con que Alejandra deambulaba, como un alma de este y del otro mundo.
No era la muerte que yo conocía, entonces, la de mi padre y de mi abuela, en sus lechos de enfermos; menos la de mi abuelo, congelado en un impecable ataúd; tampoco era la muerte de la guerra civil, tan histórica, tan soñadora, y tan concreta. Era otra clase de muerte la que se respiraba en esa poesía: “Había un payaso adolescente y yo le dije que en mis poemas la muerte era mi amante y mi amante era la muerte y él dijo: tus poemas dicen la justa verdad. Yo tenía dieciséis años y no tenía otro remedio que buscar el amor absoluto” (El sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos).
La muerte es lila, la muerte es un canto, la muerte canta detrás de su propia muerte: “La que murió de su vestido azul está cantando. Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad. Adentro de su canción hay un vestido azul, hay un caballo blanco, hay un corazón verde tatuado con los ecos de los latidos de su corazón muerto” (Cantora nocturna).
Asistimos a una poesía desde la angustia, la desolación, la muerte, pero en maravillosa conjunción con la vitalidad del mundo. Porque vida y muerte son apenas dos nubes de un mismo cielo, falsamente separadas por la errática lógica humana. Y la muerte tampoco significa necesariamente horror. De esta manera, una coterránea de Alejandra Pisarnik, -la ensayista Ivonne Bordelois-, nos dice: “Es raro en nuestros tiempos encontrar una conciencia como la suya, tan persuadida del contacto de la belleza con lo tenebroso, no como una moda literaria sino como una propiedad de la vida misma”.
Poeta audaz, deslumbrante, talentosa. Alejandra Pisarnik encarnó al completo escritor: traductora, crítica literaria, autora epistolar, narradora. Su poesía manifiesta una propensión natural hacia el arte -especialmente la pintura y la música- lo mismo que un sólido conocimiento y estudio de las literaturas antiguas y modernas.
Poesía de profundis, construida con los mejores instrumentos de una singular estilística. Poesía que sacude el lenguaje, maximizando sus posibilidades, trastocándolo, inmolándolo; para luego entregarlo como vehículo que levemente intuye, atisba, la otra deslumbrante realidad.
Alejandra alzó su mano contra sí misma. Presa de grandes perturbaciones mentales, ingirió cincuenta tabletas de un barbitúrico, que le prescribían para la angustia y la ansiedad. Se fue así, de esta casa de las criaturas, la niña de las lilas, la niña loba que lloraba, sin que ningún “dormido la oyera”.
Se quedó su poesía, su luminosa y eterna búsqueda, para recordarnos siempre el misterio de la vida: “Y es siempre el jardín de lilas del otro lado del río. Si el alma pregunta si queda lejos se le responderá: del otro lado del río, no éste sino aquél” (Rescate).