Tania Primavera
En 1993, cuando Maya invitó a pasar a su casa, Villa Montserrat al pintor Ricardo Aguilar Humano, este no se imaginaba, y si se imaginaba sorpresas al entrar a la casa de su amigo, el artista salvadoreño Salvador Salazar Arrué, Salarrué.
Después de casi veinte años, la casa había estado cerrada, ahí dentro el Legado familiar. Una casa de dos pisos, y un miniapartamento donde habitaba la pintora María Teresa Salazar Lardé, MAYA.
El amigo de su padre, le visitaba, y le hacía preguntas que nadie hizo. ¿cómo estás? Contáme historias, tus historias. ¿Cómo haces para sobrevivir? ¿Y las cosas de ustedes siguen adentro?
Después de horas platicando en la terracita de la entrada. Maya le dijo, ¿querés pasar? Sí, le dijo Humano. Se sintió el olor a humedad, a podrido, a rancio, a casa guardada. En el primer piso, dos salones no muy grandes, el comedor, un baño, el área de cocina. Afuera, el patio que rodeaba la casa, y las gradas hacia abajo, donde había muchos árboles que ellos sembraron y al llegar al fondo unos bambúes, la casa está en pendiente, es Los Planes de Renderos, una cumbre, no muy lejos de la capital, San Salvador.
¿Querés subir? Le dijo Maya a Humano. Andá pues, porque yo ya no subo. Me duelen mucho las piernas. Humano subió, y ahí encontró las dos habitaciones que se dividían por un pasillo pequeño y un baño al centro.
Humano, con una gran tristeza, de ver cómo las cataratas de agua habían cumplido su deber natural, de entrar con el agua y cubrir, y llenar, y podrir. El escritorio se derrumbó, y muchas cosas se perdieron para siempre.
El estudio de Salarrué, estaba, así como lo había dejado. Realmente toda la casa estaba igual. instrumentos musicales, porque ellos, la familia hacia música y canciones. Muebles de madera como el comedor, sillas, un baúl, su maleta, sus zapatos, sus libros, su mesa de noche, sus fotos, sus recuerdos, objetos, sus cosas íntimas. Era el Legado Familiar, porque no solo era Salarrué, eran su esposa, la pintora Zelié Lardé, que había muerto en 1974, y Salarrué en 1975. Además de su hija Maya, estaban sus hermanas Olga y Aida, que vivían lejos de El Salvador, y también dejaron dibujos ahí.
En el estudio y todos lados, muchas cosas, más de la mitad, como me dijo Humano, se perdieron, se pudrieron. Se salvó el bastidor, donde pintaba, labor que amaba. Dibujos, pinceles, caracoles, la bola de cristal, pinturas que se pudrieron, entre ellas, estaba y que de milagro se salvó fue La niña del zúngano.
Algo así como un ser fuera de serie, tiene un aura o un manto tipo una monja que no es monja, y sostiene un fruto, un “zúngano”, fruta aún hoy casi desconocida, es extraña, porque Salarrué pintaba extraño. Un Salarrué, es algo que tiene un distintivo singular, los coleccionistas que poseen obra de este artista la valoran.
Humano, recibió el legado, Maya se lo dio. Porque al bajar, desconsolado, con aquella gran decepción, y al preguntarle éste ¿qué va a pasar con todo esto? Ella le dijo: entonces, ¡vos sos el que estaba esperando! Llévatelo todo, todo te lo doy, cuídalo. Y sin ayuda de nadie lo cuido y difundió por diez años su obra en escuelas, comunidades y hasta en la Biblioteca del Congreso en Washington DC.
Para ver esto, en este tiempo, hay una historia detrás de todo. Que hay que conocer. Y no olvidar y agradecer.
De ahí, entre tanto y tanto. La niña del zúngano, que es donde hoy me detengo, salió, se salvó, Humano la salvó del olvido y del silencio. Para que treinta años después, la tenga enfrente de mí, en un museo.
“La niña del zúngano”, se encuentra en el Museo MUPI en la exposición Salarrué: la verdad está en lo increíble. Muchas de las pinturas de este artista, la mayoría, no tienen fecha, Salarrué vivió de 1899 a 1975. Esta pintura es un óleo sobre tela, mide 71 x 56 centímetros.
El zúngano, zunza o zunzapote (Moquilea platypus), la fruta que aparece en las manos de la protagonista es parte de los frutos en peligro de extinción, se encuentra en los campos y proviene de un árbol que puede alcanzar unos 20 o 35 metros de altura, originaria de Mesoamérica hasta Colombia. Se cosecha en el medio silvestre. El fruto es una baya grande, esférica, de color marrón verdoso y por dentro es color amarillo mostaza.
“La niña del zúngano”, es parte de la Colección que el pintor Ricardo Aguilar Humano (1940-2021), rescató, salvó y cuidó de 1993-2003. En junio del año 2003, Humano donó el Legado de Salarrué al MUPI.
Ahora, la niña con su zúngano, me ve de reojo, le tomo fotos sin flash, observo de cerca sus rasgos, sus dedos, los cerros detrás de ella, su sonrisa sin mostrar mucho, que alegra, y que sobrevive en el tiempo.