René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES
La mirada interior de la utopía social se trepa, descalza y desnuda, por las cicatrices amables de mi cántaro que está roto porque ya fue muchas veces al agua a llenarse de sed. Eso es el país-mundo cuando se ignoran los jadeos de lácteo vértigo en busca de la protagonista de una novela justiciera y ferroviaria, o en busca de la felicidad aquí en la tierra… y entonces el fuego de la revolución social inconclusa nace en mi frente que, sin remedio, la sueña como si estuviera de nuevo en el cerro de Guazapa: luna de acuarela que pinta sonrisas; remolinos de luz que señalan la senda del salario digno; cántaros de barro que se tragan al sol como a una naranja dulcita; horno de los deseos inconfesos por una nación colectiva; boca que engulle todos los males; mariposa solitaria que anuncia buenas nuevas desde el vagón de un tren fantasma que nos hace soñar con la memoria; la pradera de un cuerpo desnudo como paraíso floral que invita a ser insolentes y a romper los tabús culturales; playa calcinante y amplia donde se queman los pies quienes viven de la corrupción; girasol libertario cuyo sonido se cristaliza en mi piel indígena; cueva secreta de ecos y preguntas sin respuestas; charla amena en la transparencia de una quebrada escondida donde la riqueza se reparte con justicia; furioso viento de los cambios sociales galopando desbocado sobre mi cuerpo desnudo; agua fresca repicando en los muros de un cántaro roto con tantas promesas incumplidas; agua hirviendo en los muros interminables de mi cántaro roto que engulle los pecados ajenos como garganta de jade negro.
En el interior de esa utopía social como cántaro que se ha roto de tanto ir al agua de las elecciones, ocurre la alquimia fascinante que me revive después del suicidio daltoniano: caballo desbocado en la piel desnuda y jadeante de una flor de dos pétalos; cometa de maíz que cae del cielo justo en la boca hambrienta del que sabe –y lo sabe muy bien- que “para los que están bien jodidos todos los gobiernos son iguales”; misil teledirigido que se incrusta en la vagina de la noche para romper el himen de las desilusiones sabatinas; abeja obrera y mal pagada buscando polinizar, desde los estambres de los sueños personales, el estigma del panal salvaje de los sueños colectivos; peregrinación incesante y vocinglera de antorchas como cabellos rojos; velas Romeristas en la densa medianoche del imaginario como ojos almendrados que no olvidan las imágenes cruentas de la represión en la catedral; alas más fuertes que cualquier rama; invasión multitudinaria de lo blanco en la negra impunidad; girasoles de las islas cantando en el oído del que no ha olvidado cómo recordar.
Las promesas electorales que no se cumplen, ni se piensa cumplir, son mentiras a destajo que rompen los cántaros de un solo tajo. Los políticos corruptos y purulentos enfrentados al hombre bueno que cae en las garras de las casas de empeño y se levanta y canta y come polvo sin azúcar, pero no se arrastra como ellos, insectos kafkianos que taladran, noche y día, la piedra de la dignidad del pueblo… y perforan y envenenan los siglos y carcomen la luz de la justicia social para patentar la noche de los cántaros rotos. Hoy, en medio de unas elecciones que se han desbocado en promesas y han juntado al agua con el aceite, los cántaros rotos, los hombres rotos, los comedores rotos, la luz de la inteligencia rota.
¿Vemos lo mismo con los ojos cerrados que con los ojos abiertos? La respuesta es paradójica o al límite de lo absurdo: vemos más con los ojos cerrados, porque ese es el mecanismo de la memoria del que habla la sociología de la nostalgia. Paraísos pedestres en el interior de la conciencia social que incendian el imaginario donde permanecen, como perversos e invictos molinos de viento, los paraísos celestiales que no dan de comer, ni proveen de un techo seguro… y digno y propio. Pero el fulgor del incendio aviva su llama y nos llama a cambiar de cántaro y de chorro público; es la semilla de la memoria que crece hasta ser un amate y revienta el cráneo de la pasividad y el fatalismo neandertal; es palabra que quiere ser metáfora y corre en busca de unos labios que la pronuncien. Sobre la fuente de la dignidad del pueblo (la memoria) han colocado –con la intención de clausurarla para siempre- enormes y pesadas piedras; han acumulado siglos de piedras y plomo; décadas de ladrillos y plomo; quinquenios de mármol y plomo; años de grava y plomo; meses de arena y plomo; días de piedras y piedras sobre la fuente de la dignidad del pueblo.
Respóndeme con monosílabos, cementerio de cántaros rotos; piedra esculpida por el reloj sin agujas; por el hambre sin platos ni frijoles; maíz hecho masa por el molino de los siglos idénticos; por siglos que son hambrunas y masacres y fraudes electorales a plena luz del escrutinio; respóndeme, cántaro roto caído en el indecible desierto de los justos: ¿el fuego de la sabiduría popular se insinúa frotando mártir contra mártir, masacrado contra desaparecido, hambre contra estómago, valor contra memoria, hasta que salta la primera chispa que incendia, el grito que calienta, la palabra que ilumina, el voto que al menos ilusiona?
En las encrucijadas fatales hay que decidir el rumbo con los cerrados ojos de la conciencia de clase; hay que caminar sin descanso con las manos colectivas de los muertos y los vivos; hay que apartar los obstáculos con los sueños caudalosos del río que desemboca en los hombros de la luna; sueños de patria soñando su gente y distribuyendo equitativamente su patrimonio. Hay que soñar a gritos; hay que gritar con sueños y agua de mujer; hay que ser locos en la cordura del horizonte que nos llama por nuestros nombres; hay que comprender que nuestros cántaros se han roto porque estamos yendo a traer agua al chorro público que fue privatizado por el hacendado. Viéndonos con miedo, negándonos el saludo por el temor al contagio, nos dirán que estamos locos, y responderemos que sí, sí estamos locos, pero al menos podemos volar. En todo momento, vida y muerte no son luz y sombra, no son Norte y Sur, no son ayer y hoy, porque somos la sumatoria de lo que se muestra en la noche de los cántaros rotos.